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Adiós, Hemingway; adiós, Floridita

La Habana histórica se cae a pedazos y muchos edificios, abandonados o a punto de serlo, parecen grotescas casas de muñecas

Las enredaderas y helechos han brotado entre las rejas de cada balcón, y un esqueleto de tuberías y cabillas mantiene en su lugar, a duras penas, la estructura. (14ymedio)
Juan Diego Rodríguez

25 de agosto 2023 - 19:56

La Habana/Como el hotel Ambos Mundos o la Finca Vigía, la emblemática fachada color salmón de El Floridita, en La Habana, es un lugar de culto para los lectores de Ernest Hemingway. Quienes recorren la calle Obispo o cruzan el Parque Central buscando el célebre restaurante fundado en 1812 lo encontrarán, sin embargo, flanqueado por edificios destartalados, cuyo potencial derrumbe amenaza no solo a la "cuna del daiquirí", sino a los cientos de habaneros que contemplan todos los días su debacle.

La Habana histórica se cae a pedazos y muchos edificios, abandonados o a punto de serlo, parecen grotescas casas de muñecas. Las enredaderas y helechos han brotado entre las rejas de cada balcón, y un esqueleto de tuberías y cabillas mantiene en su lugar, a duras penas, la estructura.

Apurados y sudorosos, son pocos los turistas que, antes de entrar al Floridita, reparan en los endebles balcones sobre sus cabezas mientras se acercan al local. Pero lo que más sorprende es que los inmuebles contiguos al edificio en derrumbe estén habitados y que muchos habaneros vivan allí, en plena frontera con la miseria. Mientras, el toldo del bar-restaurante sigue exhibiendo promesas –que hace rato no cumple– para atraer clientes: "Especialidad: pescados y mariscos", "Premio Europeo de Calidad".

Pocas cuadras más allá, por la misma calle Monserrate, el salto de La Habana turística a la real es drástico. Un grupo de personas espera la guagua y trata de esquivar el charco de agua de lluvia estancada que invade la acera. El líquido se acumula en torno a los bancos públicos y con el paso de los días se ennegrece. Para colmo, el portal inundado ya ha comenzado a poblarse de bolsas de nailon, latas, sobras de alimentos y toda clase de inmundicias.

Habituados a la sordidez de la parada, los habaneros prefieren mirar hacia otro lado, generalmente al celular, donde un video de Dubái o París, o la voz de algún familiar emigrado, ayuda a olvidar, aunque sea por un instante, la zanja y los escombros.

Con la ropa desteñida y tristeza en la mirada, más derrotados que destruidos, cualquiera de ellos podría ser un personaje del viejo escritor estadounidense, cuya estatua de bronce recibe ahora a los turistas en la barra de El Floridita como si La Habana radiante de hace 60 años no hubiera dicho adiós.

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