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2- Caravana por Honduras: íbamos 30 motos, con 30 cubanos montados

Me dio una alegría tremenda ver a tantos cubanos, que no veía desde que salí de Managua. Todo el estrés que tenía desapareció

Llegando a un retén que se llama Las Crucitas, nos pararon dos guardias, que se subieron y empezaron a pedir los documentos a todo el mundo. (14ymedio)
Alejandro Mena Ortiz

24 de abril 2022 - 15:56

Trojes es un pueblecito del sur de Honduras, muy pobre. Me quedé en una casa típica del campo, muy humilde. Sin embargo, la comida no faltaba. Allí vivían tres mujeres y un hombre que conocían bien la vida en Cuba, porque por allí habían pasado muchos cubanos antes que yo.

Eso me alegró, porque el cubano va despertando también a los hermanos latinoamericanos acerca de la mentira que ha inventado toda la vida Fidel Castro, continuada por Raúl Castro y ahora por Díaz-Canel. Desmontamos esa mentira por donde quiera que pasamos.

Me dieron típica comida hondureña, unas tortillas de maíz, frijoles rojos secos y carne de res, como en salsita. También me brindaron frescos –así le dicen a los refrescos– de piña y de naranja.

Tras descansar hasta las dos de la mañana, nos reunimos en un punto donde nos encontramos con muchísimas motos, unas treinta, para emprender el difícil trayecto desde Trojes hasta Santa María, donde se toman los buses para ir a Tegucigalpa. Me dio una alegría tremenda ver a tantos cubanos, que no veía desde que salí de Managua. Todo el estrés que tenía desapareció.

Allí había un hondureño que parecía de los más inteligentes del grupo y me dijo que le caían muy bien los cubanos porque tenían los mejores médicos del mundo. Yo le respondí que también eran los peor pagados y me dijo que le contara. Le puse muchos ejemplos sobre el sistema de salud, que se vende como un logro y está hecho una basura. Él me contó que a los médicos cubanos que había allí en misión los lugareños les daban dinero, porque sabían que el Gobierno no les daba todo lo que debía.

También eso repercutió en la política de allá. Muchos hondureños que conocí se quejaban de Juan Orlando Hernández, el que fue extraditado a Estados Unidos hace poco, y él me dijo que están contentos por ahora con Xiomara Castro, pero que "si se hacía la graciosa la iban a quitar". Al final, cuando me monté en mi moto, el hombre se despidió de mí y me dijo: "¡Cubano, viva Cuba libre!". Y me levantó un puño y a mí se me salieron las lágrimas.

El cubano va despertando también a los hermanos latinoamericanos acerca de la mentira que ha inventado toda la vida Fidel Castro, continuada por Raúl Castro y ahora por Díaz-Canel

Empezamos a subir montañas, senderos fangosos, de noche, en medio de tremenda oscuridad. Íbamos en una caravana de 30 motos, con 30 cubanos montados. En el camino también pasamos cinco camionetas, que normalmente cargan al menos a cinco personas y detrás, en la cama, a otros 15.

Hubo un incidente en el camino, porque uno de los cubanos se cayó en un barranco, pero tuvo la suerte de que tanto él como el chofer se quedaron enganchados en unas ramas y, con ayuda, lograron salir. La moto sí se perdió, pero al cubano lo montaron en otra y llegamos todos sanos y salvos.

Ya en Santa María, el dueño de una camioneta, que había venido por un camino menos engorroso, contó que él traía a 15 cubanos, los asaltaron en medio del camino tres hondureños a punta de pistola y les quitaron todo lo que traían. A esas 15 personas luego las conocí, cuando llegué a Morales, en Guatemala, pero les contaré más adelante.

Allí había dos buses amarillos con apenas 10 personas montadas, pero muchísimas más esperaban para completarlos. Por supuesto, casi todos eran cubanos, aunque había algún nicaragüense y unos pocos hondureños. Nos veíamos las caras y nos hacíamos señas, a muchos yo les decía: "Cuba libre". Fue muy emocionante.

El viaje hasta Danlí fue bastante tranquilo, pero tuve un problema porque tomé una decisión equivocada.

El que me llevaba en moto me había encomendado a un guía que llevaba a tres cubanos. "Oye, por favor, encárgate del cubanito este. Ayúdamelo ahí", le dijo. Y él respondió que no se preocupara. Yo tenía que seguir en ese bus, muy incómodo por cierto, hasta Tegucigalpa, pero el tipo me dijo: "Oye, vamos a cambiar de bus, porque aquí vamos muy incómodos. Cuesta cinco dólares, no es mucho".

Así que abordamos el otro vehículo –era asombrosa la cantidad de migrantes en esa ciudad subiéndose a ómnibus para la capital– después de comprar algo, una pizza, un pan y una hamburguesa a cada uno y una Coca-Cola (todo muy barato, como un dólar y medio). No tenía que haber cambiado de ómnibus. Llegando a un retén que se llama Las Crucitas, nos pararon dos guardias, que se subieron y empezaron a pedir los documentos a todo el mundo.

– ¿Ustedes de dónde son?

– De Cuba.

– Pasaportes.

El hombre se fue con los pasaportes, cruzó a la estación, los revisó, regresó y nos dijo: "Que tengan buen viaje". Así, sin más. Al día de hoy no sé si eso lo pagaron o si nos dejaron ir así porque sí.

Pasamos por unos paisajes increíbles, muchos sembrados, con muchas vacas, y llegamos a Tegucigalpa, una ciudad bastante gris. Es muy desarrollada, pero ahí sí te asaltan en una cuarta de tierra, como decimos nosotros; te asaltan y te quitan todo. A mí intentaron quitarme el teléfono cuando estaba haciendo fotos, pero pudimos protegernos unos a otros.

Algo que me impactó de Tegucigalpa, algo que no había visto ni en Nicaragua y menos en Cuba, fue la cantidad de niños mendigando. No estamos hablando de niños de 10 ni 12, sino de 6 o 7 años. "Por favor, señor, cómpreme, cómpreme, que es para poder llevar agua a casa, por favor, cómpreme". Los niños a esa edad no tienen por qué trabajar.

También allí me impresionó ver a un hombre, de unos 40 o 50 años, oliendo algo en un pomo grande. Lo olía y duro, lo olía de nuevo, lo volvía a oler, y yo decía ¡guau!, esto nada más lo había visto una vez, en un documental, que la gente oliera baje para drogarse. Pero claro, en Cuba no hay ni pegamento para el uso cotidiano, menos aún para eso.

Cogí un taxi hasta la terminal de la Sultana, donde se cogen los ómnibus para San Pedro Sula y allí me encontré a tres cubanos –había cubanos por todas partes– que me contaron sus historias, casi todas, en definitiva, la misma. Algunos decían, y era lo que más me molestaba: "No, a mí los problemas políticos no me interesan". Eso lo he escuchado en todos lados. Gente a la que no le interesa la política, ni los presos políticos, ni nada.

Esos tres cubanos que conocí ahí eran de oriente. Uno era de Granma, Daniel, profesor de un preuniversitario, que tenía negocios de animales que la pandemia se llevó. Él salió por Jamaica, donde era todo muy caro, según dijo, y luego Costa Rica o Panamá. Después pasó a Nicaragua y ya igual que yo. Los otros dos eran de Las Tunas, uno ingeniero, que me dijo que se había tirado en paracaídas. La inmensa mayoría eran de 40 hacia abajo, muchos jóvenes de 25 o 26 años.

Al hombre que era mi contacto en la Sultana tuve que darle cincuenta dólares más, después de oír cómo discutía con mi coyote porque le parecía poco el dinero que este le había dado. Conforme el hombre, me llevaron a un lugar muy cerca, donde había muchos más cubanos, haitianos, hondureños, de todas las nacionalidades centroamericanas. Había, incluso, una rusa –o de algún lugar vecino–, que venía con un cubano. Había tantas personas que no tenían buses suficientes para montarlas hasta San Pedro Sula.

El viaje fue duro, como unas siete horas, con muchas curvas, y en aquellas 'banqueticas'... pero San Pedro Sula es bella

Conversé, antes de coger uno, con Lauren, una cubana del oriente que residía en La Habana hacía muchos años, de unos 30 años, muy despierta, muy bonita. El marido le pagaba el viaje e iba sola, aunque tenía un niño de unos seis años al que había decidido no llevar con ella. Entonces, decidimos seguir el camino juntos.

Todos los asientos estaban ocupados y en el pasillo había aproximadamente cinco o seis personas más sentadas en cubos o en banquitos de plástico. Un señor, un poco mayor, se quejaba mucho de que lo engañaron, porque le dijeron que lo iban a llevar en carro desde Nicaragua. Es de los que iban a recoger visas en Cancún y les habían prometido esa vía. A mi amiga Lauren le pasaba esto mismo.

El viaje fue duro, como unas siete horas, con muchas curvas, y en aquellas banqueticas... pero San Pedro Sula es bella. Allí, tras un trayecto en taxi, nos ubicaron en un motel lleno de migrantes cubanos. Allí alguien puso Patria y Vida y fue muy emocionante escuchar aquello: todo el mundo la cantó.

En esa habitación del hotelito, éramos cinco hombres y tres mujeres. Dos de ellos eran hermanos y viajaban para reencontrarse con sus familias en Estados Unidos. Habían dejado a la madre en Cuba y eso les dolía mucho. Los vi llorando. Uno, que mataba vacas allá, me decía: "Me duele el pecho, porque me parece que no voy a ver más a mi madre".

Él hablaba de que el futuro estaba en la Yuma y no en Cuba, que iba a trabajar y salir adelante, pero también me dijo que la política no le interesaba. También había otra muchacha de Cienfuegos que me dijo algo parecido, y que había dejado allí a dos niños, uno de 10 y otro de 12 años.

Esa noche siguió llegando gente de todos lados, pero lo importante era echar un pestañazo, porque nos advirtieron de que teníamos que salir temprano. A mí me tocó dormir en el piso, había batallas campales para cargar los celulares. Nos bañamos como pudimos, porque la ducha tenía un chorrito muy pequeño y el agua estaba fría, y salimos como a las cuatro de la mañana.

Nos habían dicho que probablemente no cupiéramos todos, entonces yo dije: "Vamos a ponernos cerca de la entrada, porque así podemos coger asiento en el bus". Y entonces se pararon los mafiosos, porque no tienen otro nombre, nos organizaron más o menos y abrieron una pequeña puertecita por donde empezaron a sacarnos de tres en tres. Éramos 177 personas, 170 de las cuales, cubanos.

Mañana:

Coyotes armados, Toyotas potentes para cruzar Honduras

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