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Una mujer hecha de yarey y voluntad

Siria Noris Rodríguez prepara sus tejidos de sombreros de guano. (14ymedio)
Sol García Basulto

06 de agosto 2016 - 14:17

Camagüey/La fibra roza la yema de los dedos y deja un ardor agradable, casi una caricia. La vida de Siria Noris Rodríguez se mueve alrededor de las hojas del yarey, con las que crea sombreros, bolsos y canastas. En el municipio de Río Cauto, en la provincia de Granma, esta mujer menuda y de manos hábiles mantiene una tradición que languidece bajo el paso del tiempo y de las modas.

Toda la casa de Siria tiene un peculiar aroma, en el que se mezclan las esencias del campo cubano y del sudor que le brota cuando está frente a la máquina de coser. Pasa horas en aquel lugar, puntada a puntada, une las hojas ya secas que después terminarán sobre la cabeza de un campesino, en la mano de un ama de casa que va al mercado o en el hermoso moisés donde dormirá un recién nacido.

Las creaciones de Siria van a parar al cubano de a pie, no a los anaqueles que venden a turistas y convierten las piezas en recuerdos de viajes. No ha sido una decisión suya, sino de la burocracia. No reúne los requisitos –una formación académica como artista y pertenecer a la Asociación Cubana de Artesanos y Artistas (Acaa)– para colocar sus obras en las áreas comerciales de hoteles, bazares y boutiques.

No reúne los requisitos –una formación académica como artista y pertenecer a la Asociación Cubana de Artesanos y Artistas– para colocar sus obras en los hoteles, bazares y boutiques

No ser miembro de la Acaa limita los dividendos económicos que puede obtener Siria por su trabajo. Así que tras varias décadas tejiendo la fibra, no vive mucho mejor que quienes reciben un salario por pasar ocho horas cada día en un empleo del Estado. Si se toma un día libre debe coser más cuando vuelva frente a la máquina. Hay días en que se despierta soñando con que alguien toque la puerta y se lleve una montaña de sombreros para poder poner algo sobre el plato.

En el taller familiar ayudan todos. Hay hermanas, nietos y vecinos que colaboran con el secado del guano, su cuidado para que “no se eche a perder”, cuenta Siria. Después se abren las hojas “hay que llevarlo a yarey fino” y solo entonces es que “se puede hacer la empleita, que es como una cinta” con la que se tejen todo tipo de objetos.

“Un sombrero para adultos lleva una empleita de 15 o 16 brazas, eso es un día de trabajo constante”, explica la artesana, sin perder de vista la larga fibra que se desplaza bajo la punta de la aguja.

Ella y su hermanos aprendieron a trabajar el yarey de su madre, Petronila Mendoza, que a su vez conoció la técnica de su progenitora y esta de la suya. “Lo hemos trabajado por generaciones”, cuenta Siria, quien comparte el taller con su hermana mayor aunque reconoce que “todo el que pasa por la casa ayuda”.

Un sombrero de hombre podrá venderlo por un precio que oscila entre 30 o 40 pesos moneda nacional, según el tamaño

Las hojas de palma las debe comprar a trabajadores agrícolas, algunos se las cambian por sombreros o canastas que después usarán en sus tareas en el campo.

A veces salen algunas pencas malas, pero el ojo aguzado de esta mujer las reconoce en el acto. “El clima interviene, los horarios en que se puede tejer son la mañana y la noche, porque el resto del tiempo el guano está demasiado duro porque hay menor humedad en el ambiente”, explica.

Un sombrero de hombre podrá venderlo por un precio que oscila entre 30 o 40 pesos moneda nacional, según el tamaño. “Esto lo compra cualquiera, de cualquier profesión, lo mismo un campesino que un vendedor”, agrega. Mantiene la esperanza de que la tradición de tejer el yarey no muera porque hay mucha gente joven “interesada en aprender”.

A veces, Siria se levanta pesimista y piensa en dejar el trabajo con esta fibra natural. “Demasiado duro”, comenta, pero de inmediato reconoce que también se entretiene con su labor. “Empiezo a tejer y despejo la mente, me entusiasmo y se me olvidan las penas”.

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