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Un curador 'sin máscaras' rescata el arte afrocubano

El Museo Nacional de Bellas Artes exhibe la colección privada que un sudafricano atesoró asesorado por el crítico Orlando Hernández

El curador y crítico de arte Orlando Hernández Pascual. (14ymedio)
Reinaldo Escobar

31 de julio 2017 - 13:44

La Habana/Hace una década el sudafricano Chris von Christierson aterrizó en Cuba con una maleta llena de preguntas y un gran interés por el arte que se hacía en la Isla. Durante aquel primer viaje, cuando intentó asesorarse sobre las artes plásticas nacionales inevitablemente surgió un nombre, el del crítico y curador Orlando Hernández.

Von Christierson siguió los consejos y buscó al singular experto, una especie de Diógenes alejado de las cámaras. Lo primero que llamó la atención del coleccionista, radicado en Londres, fue el contraste entre los ojos azules de Hernández y la pulsera verde amarilla que llevaba en su muñeca, una mano de Orula de la religión afrocubana (awofakan ni ifá).

El crítico habló con Von Christierson de una manera directa y clara. "Como sudafricano blanco y rico, si quieres hacer una colección de arte cubano contemporáneo no debes olvidar la influencia de África en Cuba". El viajero acepto el reto de buena gana y se comprometió a que su colección privada tendría además un carácter público e itinerante.

Así comenzó el periplo de Sin máscaras, una muestra que reúne más de un centenar de obras de 40 artistas y que desde la pasada semana se exhibe en tres salas del Museo Nacional de Bellas Artes en La Habana. La colección de piezas tiene dos grandes líneas temáticas: las tradiciones culturales y religiosas de origen africano junto a los conflictos relacionados con la cuestión racial.

Buena parte de las obras que el público nacional podrá disfrutar hasta el próximo octubre se mostró por primera vez en 2010 en la Johannesburg Art Gallery (JAG), en Sudáfrica. En aquel momento era apenas una selección de ochenta obras que siguieron creciendo para, cuatro años más tarde, llegar al Museo de Antropología de la Universidad de Columbia Británica, en Vancouver (Canadá).

"Esta es una exposición en pleno desarrollo", afirma Orlando Hernández en conversación con 14ymedio. "Se ha seguido armando desde que se inició hace diez años hasta hoy y nunca quedará completada".

Ha tenido que transcurrir toda una década desde que se inició la colección para que Sin máscaras arribara a la Isla. El curador explica que la demora se debe a que el país no cuenta con los recursos financieros para costear una muestra de esta naturaleza. Von Christierson tuvo que abonar la mayor parte del dinero de los gastos de transportación y montaje.

"El Museo puso el prestigio de la institución y parte de la ayuda especializada", detalla Hernández. No obstante, lamenta que la institución no cuenta con carpinteros y personal que haga el montaje y tiene que pagar a particulares que se encargan de los paneles de pladur, la pintura, la iluminación, la infografía y otros detalles.

Hernández aclara que en Cuba tampoco se abona el loan fee, un pago al propietario por prestar las obras para exponerlas. "En Vancouver pagaron 90.000 dólares canadienses para financiar una parte de la exposición, el resto lo puso Von Christierson".

La iniciativa de mostrar las piezas en la Isla partió del curador y del sudafricano. "Esta es una propuesta nuestra que fue aceptada por las instituciones. No con recelo, pero sí como diciendo 'aquí lo pudiéramos hacer también sin necesidad de traerlo de afuera'", recuerda.

El crítico no se dejó vencer por el aparente desinterés e insistió. Gracias a sus conocimientos de las fondos del Museo de Bellas Artes, para el que trabajó por varios años en el acopio de obras, hizo ver a las autoridades que la institución no cuenta con una compilación que pueda compararse con la colección Von Christierson.

"Al principio pensé en titular la muestra A careta quitada, que es una expresión muy cubana" afirma Hernández. Sin embargo, prefirió Sin máscaras para dejar claro que la muestra toca temas culturales, antropológicos y raciales de manera abierta y con sinceridad, "sin sufrir el conflicto de lo hago o no lo hago".

Eligió fundamentalmente artistas de los años 90, muchos de ellos vinculados al grupo Queloides, un proyecto colectivo que abordó las cuestiones de la raza en sus trabajos. Entre ellos destacan piezas de Armando Mariño, Elio Rodríguez, Alexis Esquivel y Douglas Pérez, que llegan a constituirse en verdadera crítica social.

Si en la selección "hay pocos artistas que hablan de la cuestión racial es porque es un tema deficitario. "Por ejemplo, hay solo dos que han tocado el asunto de la presencia cubana en Angola y por eso aparecen aquí", apunta Hernández.

Evitar el folclorismo fue uno de los retos mayores del curador. "[En el siglo pasado] no había un intelectual progresista que se respetara que no tuviera en su estudio un par de máscaras africanas, muchas de las cuales se fabricaban en serie como mercancía para turistas".

La exposición evade los tópicos que banalizan y convierten en fetiche a parte de la producción artística inspirada en aquel continente. "Me vi en la necesidad de dejar a un lado muchos artistas y muchas obras que han tocado estos temas pero de manera evidentemente folclórica", confiesa el crítico.

Para Hernández, el arte afrocubano ha pasado por buenos y malos momentos en la Isla. En los años 70 el grupo alrededor del escultor, grabador y promotor cultural Rafael Queneditt abordó la temática, aunque admite que "con una intención más decorativa, porque era una época en la que nadie mencionaba los asuntos religiosos".

"La religión desapareció como fenómeno visible y solo tuvo presencia como folclore. El Estado la convirtió en folclore. Para la Revolución todo lo que tuviera que ver con estas religiones era visto como atraso pero se podían 'salvar' los elementos estéticos y culturales para llevarles al pueblo como un componente de la identidad cubana".

El proceso "en realidad castró esos elementos culturales reales vinculados a la práctica religiosa para convertirlos en una cosa artificial, fantasiosa, sin ningún vínculo con la realidad religiosa que era la que les daba sostén", afirma Hernández, quien ha sido consagrado también como Tata de Palo Monte, al poseer una Nganga o altar.

Gracias a esa testarudez que muestra la cotidianidad, por estos días en los salones del Museo de Bellas Artes las piezas de Sin máscaras parecen confirmar que ningún decreto o política puede erradicar creencias, imaginarios o realidades.

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