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El poeta y su circunstancia

Un acercamiento a la trágica y luminosa fábula de Eliseo Diego en su centenario

El poeta Eliseo Diego jugando con su perra Macusina en su casa de La Habana. (Cortesía de Diego García Elío)
Ernesto Santana

05 de julio 2020 - 14:19

Chicago/Para Eliseo Diego, poeta cristiano, las palabras no fueron simples elementos de un código que nos sirve para hacer el inventario del mundo e intercambiar información entre nosotros. Nombrar sería producir realidad, pues en el principio era el Verbo, y por lo tanto el poeta es quien hace de la palabra una acción creadora.

Cuando dice: "Voy a nombrar las cosas, los sonoros / altos que ven el festejar del viento, / los portales profundos, las mamparas cerradas a la sombra y al silencio", Eliseo está convirtiendo la lírica en una épica personal que jamás podrá participar de una épica colectiva impuesta desde el poder. Ni siquiera cuando el mismo poeta lo pretenda.

El centenario de Eliseo Diego empezó a celebrarse en febrero, en la última Feria del Libro, y la conmemoración habría alcanzado bastante altura de no ser por la pandemia, una intención lógica en los comisarios políticos de la cultura, pues no son muchos los trofeos de caza mayor que el Gobierno puede exhibir en su vitrina de autolegitimación.

A contrapelo de sus pecados, Eliseo es un poeta de innegable estatura y, si bien no murió en Cuba, sino en México, a donde escapó del horror de los años 90, es sabido que nunca renegó públicamente del régimen cubano

A contrapelo de sus pecados, Eliseo es un poeta de innegable estatura y, si bien no murió en Cuba, sino en México, a donde escapó del horror de los años 90, es sabido que nunca renegó públicamente del régimen cubano, que, no obstante, por no confiar ciegamente en él, jamás le quitó un ojo de encima y le hizo demostrar su fidelidad en no pocas ocasiones.

Como empezó a escribir en lo que consideraba el paraíso de su infancia, la escritura y la niñez serían siempre el sustento de su visión de la realidad. Por algo Eliseo se hizo pedagogo y, más allá de su propia obra, se convirtió en uno de los más dotados traductores de literatura infantil y juvenil en nuestra lengua.

Pero las tertulias El Turco Sentado, en la calle Neptuno a inicios de los años 40, a las que asistía fascinado, lo llevaron a participar en la fundación del grupo Orígenes en 1944 y a compartir una aventura cultural que, pese a su elitismo y sus contradicciones, hizo a sus protagonistas merecedores de mejor destino en la pesadilla histórica que debieron afrontar.

Desde la fácil posteridad, uno desearía que también hubieran elegido mejor a quién servían, pero no es tan simple juzgar la existencia de aquellos sobre los que el miedo, las dudas o las falsas convicciones cobran un peso decisivo en épocas cruciales. Como Eliseo.

Por respeto a esas ataduras precisamente, Eliseo Alberto Diego no publicó hasta después de la muerte de su padre Informe contra mí mismo, un libro que ya tenía escrito en 1978 y donde cuenta cómo la Seguridad del Estado le pidió que espiara a su propia familia e informara de cuanto ocurriese allí, en un ámbito que pocos han sacralizado tanto como el autor de En las oscuras manos del olvido.

La policía política sabía bien que al principio Eliseo Diego, como tantos, no era un apasionado del experimento revolucionario dictado por Fidel Castro y que, también como muchos, había preferido la opción de colaborar a la del castigo y la muerte civil. Pero advirtió también que, en lo profundo, el escritor no sentía orgullo de su rol y hasta llegó a verse a sí mismo como un azorado payaso. Algunos que lo conocieron mencionan su inocultable desprecio por la imagen que le devolvía el espejo.

Ciertamente, Eliseo alzó su voz en defensa del castrismo incluso en momentos tan éticamente significativos como el caso Padilla, enfrentando a los intelectuales que criticaban aquel proceso burdamente estalinista.

Sin embargo, la utopía colectiva impuesta y deshumanizadora no lo ilusionaba, según vemos en los versos donde confiesa su miedo por la actuación de las hormigas "que al ir vienen"

Sin embargo, la utopía colectiva impuesta y deshumanizadora no lo ilusionaba, según vemos en los versos donde confiesa su miedo por la actuación de las hormigas "que al ir vienen" y que "están donde van sin más preguntas". Aun así, Heberto Padilla lo retrató como un imitador de Jorge Luis Borges, "más opulento", y Virgilio Piñera no soportaba en él "el "estilo florcita": vaguedades y florituras; en suma, aburrimiento".

Para otro origenista, Lorenzo García Vega, "ese asturiano cazurro que siempre fue Eliseo" había cometido "una desvergüenza total" con sus escritos "sobre la revolución castrista", pese a que en definitiva, "al pactar con Castro, el demonio bendito", todos ellos, y García Vega se incluía, habían seguido "lo que ya era un mito folletinesco: héroes católicos-románticos, videntes de cúpulas absurdas".

Aunque no ignoraba todo eso, fue justamente Octavio Paz quien dejó dicho, en 1994 ante la fatal noticia, que "la muerte era lo único que faltaba a Eliseo Diego para convertirse en leyenda de la poesía latinoamericana". Y el mexicano sabía bien de lo que hablaba, seducido por algo que iba más allá del fraseo que saboreaba las palabras y la demorada respiración del verso del cubano.

"Todo es al fin no más que un cuento mágico", creía Eliseo, pero el asunto era más complejo. Y muy trágico, porque el refugio de la escritura y de la infancia no lo salvó. Reinaldo Arenas dijo lúcidamente que "los regímenes autoritarios pueden destruir a los escritores de dos modos", con la persecución o con el pacto infame, y se preguntaba "dónde está la gran poesía de Eliseo Diego escrita en los años 40".

Hoy, al celebrar sin titubeos su centenario, tenemos que recordar que, según el propio Eliseo, perder el paraíso de su infancia lo llevó a tratar de recuperarlo a través de la poesía. Y así, como dijo en una entrevista, ser poeta "es una prueba de que me falta algo, de que soy un pobre necesitado de poesía".

Pero no solo estaba precisado de poesía, porque, aun si el espíritu sopla donde quiere y es enorme la estatura de Eliseo como creador, nadie escapa a las consecuencias de sus propias decisiones y, aunque en su testamento poético nos dejó "el tiempo, todo el tiempo", para asumir esa herencia nosotros necesitamos más que poesía.

Lo mismo que al escritor, un régimen autoritario destruye al ciudadano común con la violencia o con la corrupción, y por ello, aunque lamentemos que nuestro poeta no fuera el hombre vertical que nos atrevemos a desear que haya sido, resulta fascinante cómo lo más valioso de su poesía puede sobrevivir al envilecimiento del poder despótico y a la fragilidad personal del propio poeta.

No sabemos si para Eliseo la eternidad por fin comienza un lunes y acaso sea mejor perdernos entre esas grandes palabras que él manejaba tan hábilmente

No sabemos si para Eliseo la eternidad por fin comienza un lunes y acaso sea mejor perdernos entre esas grandes palabras que él manejaba tan hábilmente. El hecho es que el tabaco le destrozó pulmones y corazón y que vivió su circunstancia con alma sombría, adivinando con amargura que aquel "no serviré" de Lucifer ante el poder supremo resulta, para el hombre, una dura opción, pero tampoco hay otra mejor.

Como dejó grabado con letras de oro para todos los lunes de la eternidad su amadísimo don Quijote, la libertad "es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos" y por ella, "así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida", porque las recompensas del poder "no dejan campear al ánimo libre".

Aunque el talento poético pueda hacer grande a alguien, solo la libertad lo hace cabalmente humano. Pero eso lo podemos comprender gracias, también, a esa poesía entrañable que hombres como Eliseo Diego nos ofrendaron para cruzar nosotros ahora nuestra circunstancia.

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