Un público enamorado de Celia Cruz desafía la censura en un homenaje en La Habana
Música
"Llevan 60 años temiéndole a esa voz, aterrados de su extraordinario poder de convocatoria"
La Habana/Espectacular. No hay otra palabra para describir el homenaje que la noche de este domingo se le brindó a Celia Cruz en el centro cultural El Cabildo, próximo al río Almendares, en La Habana. La gala, por el centenario de la Reina de la Salsa, había sido censurada previamente cuando intentó presentarse el domingo 19 de octubre en la Fábrica de Arte Cubano (FAC).
Con todas las sillas ocupadas, y decenas de personas de pie porque no alcanzaron puesto, a pesar de los problemas de transporte y de los arbovirus que mantienen en jaque a la población, así comenzó el espectáculo organizado por el grupo de teatro El Público. El barítono, Ulises Aquino, fundador de la compañía Ópera de la Calle y promotor de El Cabildo, tomó el micrófono y agradeció la valentía de la compañía teatral por finalmente presentar la obra dedicada a la Guarachera de Cuba.
Durante la noche se bailó, se aplaudió y se gozó. Pocos lograron quedarse sentados en sus sillas durante el tiempo que duró la pasarela de temas musicales, tan contagiosos como representativos de una mujer que simboliza la parte más optimista, sensual y fiestera del alma cubana, tan maltrecha después de décadas de impostada severidad y discurso público que ensalza el rencor y el odio al diferente.
Mientras el oficialismo se expresaba gris y apocado, las canciones que resonaron este domingo en El Cabildo eran expansivas y directas
El espectáculo no solo fue un recordatorio emotivo de Celia Cruz, sino también la mejor respuesta posible al Centro Nacional de Música Popular que, en un escueto mensaje en el que ni siquiera se pronunciaba el nombre de la la Guarachera de Cuba, informó el pasado octubre que la gala en la FAC no iba a celebrarse. Mientras el oficialismo se expresaba gris y apocado, las canciones que resonaron este domingo en El Cabildo eran expansivas y directas.
Con la dirección de Carlos Díaz y la dramaturgia de Norge Espinosa, el espectáculo Celia encontró en El Cabildo un lugar propicio. Entre el follaje de la zona, el evento tenía cierto aire de cimarronaje, de algo que se hace aunque los perros de la censura estén ladrando cerca, muy cerca. "Ya mañana veremos lo que publican", comentó una señora, que no paró de bailar durante toda la noche, en alusión a los posibles ataques oficiales contra El Público y El Cabildo por preparar y acoger la gala.
"Quimbara, cumbara, cumba quimbambá" se escuchó a todo volumen en los altavoces del centro cultural y las caderas, como poseídas por un hechizo, se movieron de aquí para allá, se zarandearon y contonearon sin descanso. En medio de los momentos sombríos que se viven en Cuba, con el temor de que la picadura de un mosquito termine con fiebres, articulaciones inflamadas o un funeral, lo ocurrido en El Cabildo fue más que un bálsamo, resultó una verdadera inyección de vida, esperanza y entusiasmo.
Una boca enorme, de un rojo encendido y con unos dientes asomados en festiva carcajada se erigía en la pantalla del escenario. Risa contagiosa que definió desde el principio la velada como un momento para divertirse, disfrutar y dejar correr las ganas de rumbear y ser feliz. Lograr esa atmósfera de jolgorio no es poca cosa por estos días, pero el homenaje a Celia Cruz lo logró. Transportó al público a un estado de fiesta bulliciosa que se prolongó incluso cuando las luces del escenario ya se habían apagado y la gente comenzó a abandonar el local.
"Todavía tengo un poco de dolores, pero esto no me lo podía perder", comentó un joven recuperándose aún del chikungunya y que apenas logró quedarse tranquilo en la mesa que compartía junto a una pareja. "Me enteré por un grupo de WhatsApp y, aunque vivo lejos, me puse de acuerdo con unos amigos para pagar el carro hasta aquí. Eso sí, vinimos bañados en repelente por si acaso", ironizaba.
No faltó el que miraba hacia la entrada del lugar temiendo que en algún momento irrumpiera algún burócrata de guayabera y rostro severo para ordenar que se apagaran los micrófonos. "Vine por Celia, pero también para comprobar que realmente se iba a hacer este espectáculo porque con lo que pasó en la Fábrica de Arte no me lo podía creer hasta que no lo viera con mis propios ojos", comentó Ana María, una habanera que nació en 1960, el mismo año en que Celia Cruz salió de Cuba.
"En mi casa nunca se dejó de oírla, mis padres tenían el carné del Partido Comunista por un lado y la adoración a Celia Cruz por el otro", comenta la mujer a este diario. "Cuando mi mamá murió ya hacía tiempo que se había dado de baja del PCC pero de Celia nunca se dio de baja, esa fue una de sus ilusiones toda la vida. El último fin de año que festejamos en familia, antes de que ella muriera, bailó La negra tiene tumbao".
Para algunos de los que asistieron al homenaje de este domingo, era la primera vez que escuchaban a la Reina de la Salsa en un espacio que no fuera una fiesta privada o un encuentro familiar. Oírla en un espacio repleto de personas, prácticamente a cielo abierto, sin subterfugios ni escondedera resultó un ejercicio liberador. No hay armario musical que aguante un grito de "¡Azúuuucar!"
El cariño hacia Celia Cruz y la alegría de bailar al ritmo de su voz actuaron como una conexión mágica entre los asistentes al homenaje. La atmósfera resultó muy diferente a esa que se respira en los ataques que, por estos días, los voceros oficialistas lanzan sobre la artista. Si en las oscuras oficinas de ministerios e instituciones se decreta callarla, en El Cabildo resonó con fuerza, no pudieron amordazarla.
Ya había advertido Rosa Marquetti, especialista en la vida y obra de la Guarachera de Cuba, que los censores cubanos "llevan 60 años temiéndole a esa voz, temblando de miedo con solo pronunciar o escribir su nombre, aterrados de su extraordinario poder de convocatoria". Para la experta, los temas musicales que popularizó Celia "arrastran y convencen mucho más que la amargura y la negatividad kármica con que imponen órdenes, reparten manotazos y amenazan con lo único que tienen: la fuerza del poder fáctico".
Ese contraste entre el gozo y la rabia, el júbilo y la ojeriza fue más que evidente en El Cabildo, convertido la noche de este domingo en espacio mágico del que quedaron fuera los insultos, el odio y el pesimismo. El cierre de la gala no podía estar más en sintonía con esa atmósfera de felicidad. "Yo viviré, allí estaré/ Mientras pase una comparsa con mi rumba cantaré", se escuchó en los altavoces. "Ay, yo quiero que ese sea el himno nacional de Cuba", se fue diciendo una joven, con lágrimas y sonrisa en el rostro.