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Mis recuerdos de Eliseo Diego por su centenario

La poetisa cubana narra algunas de sus vivencias junto al autor cubano, uno de los escritores más relevantes de América Latina

Eliseo Diego nació el 2 de julio de 1920 en La Habana, hijo de padre asturiano y madre cubana.
Cira Andrés

02 de julio 2020 - 15:52

Barcelona/Eliseo tenía 34 años cuando nací, así que ni el gran poeta que ya era, con sus tres niños pequeños y una sólida familia podía presentir ni imaginar que 24 años después se cruzaría en su vida la joven que yo era.

Y digo cruzar, porque pasé así por su vida, como una "musiquilla del alma". Me dedicó algunos poemas que yo colgaba en las paredes de aquella casa que me acogió en Centro Habana, después de terminar mis estudios y que compartía con dos amigos. Allí nos visitaba con mucha frecuencia, porque aquel desastre en que vivíamos ejercía sobre él fascinación. Algunas noches lo acompañaba Raúl Rivero, a veces solo y otras con Marilyn Bobes, y transcurrían largas veladas donde, menos de política, se hablaba de todo. Salpicadas siempre por el humor de Raúl Rivero, que despertaba en Elíseo su parte más divertida. Reía como un niño con él.

Algunas noches lo acompañaba Raúl Rivero, a veces solo y otras con Marilyn Bobes, y transcurrían largas veladas donde, menos de política, se hablaba de todo

Fue extraordinariamente generoso acompañándome muchas veces hasta Melena del Sur donde hice mi servicio social como asesora de Literatura, para hacer de jurado, dar talleres y conferencias. Lo recibían siempre como la personalidad que era, sin grandes ceremonias, pero con mucho respeto y admiración, que él correspondía siempre siempre su trato familiar, acogedor.

A veces íbamos al comedor obrero, juntos, con los demás instructores de arte y le encantaba, era un caminito de tierra coronado de árboles, en los atardeceres, donde estábamos solo ese pequeño grupo y nos hacían una comida casera fabulosa. Recuerdo siempre su carita de asombro y gozo frente a una fuente de patatas fritas, como si en aquella Cuba de tanta escasez se hiciera el milagro. Otras veces íbamos a un restaurante al aire libre con bufet y barra libres. Entonces también invitaba a otros escritores.

El día de mi 25 cumpleaños fuimos a comer a Monte Cattini. Allí me dijo que le pidiera un deseo y quise ir con él a la finca de su niñez, de su vida, y que tenía para mí toda la carga y connotación de su poesía. Salimos en su ladita blanco rumbo a Arroyo Naranjo y, como era domingo y el centro de trabajo en que se había convertido estaba cerrado, nos quedamos largo rato en silencio mirando desde la cerca. Muchas veces vuelvo sobre esa imagen, los dos, entre los matorrales, espiando a través de la cerca su pasado.

Después de tres años, con la ayuda de un amigo fui a trabajar a Guanabacoa. Hacía talleres literarios en la villa y en sus pueblecitos cercanos. Para que la magia hiciera su trabajo, Eliseo se conmovía mucho al recordar que en sus primeros años de trabajo fue inspector de escuela justo en aquellos pueblos perdidos; me preguntaba por la iglesia de madera de uno, por la que estaba en la colina de otro y así rehacíamos el pedazo de historia que se le había escapado.

"Tú eres el amanecer. Otras personas significan para mí el atardecer, son esa luz que se va cargada de tristeza, pero tú me levantas. Eres una explosión de luz que se alza"

Le pedí a dos amigos fotógrafos, Sonia Pérez y Arturo Cuenca, que me hicieran fotografías de aquellos niños que yo visitaba y que eran, sin dudas, los descendientes de sus antiguos alumnos. La exposición de esas imágenes, con aquellos niños y niñas vestidos como personajes de cuentos infantiles, se hizo en fotos de gran formato en la Casa del Joven Creador. Fue una sorpresa y la disfrutó como un niño más de aquellos y que también estuvieron presentes el día de la inauguración.

En esa misma casa, tiempo después, Sigifredo y yo armamos una pequeña imprenta. Para la inauguración editamos pequeños cuadernos de poesía. Eran tipos muy antiguos, de una vieja imprenta abandonada de Guanabacoa. Y entre esos primeros ejemplares estaba la colección limitada de los poemas que me había escrito Eliseo. La noche de la inauguración oficial fue hermosa, adulta.

Ya en los años 90, una mañana en que lo visitaba en su estudio, me dijo de repente: "Tú eres el amanecer. Otras personas significan para mí el atardecer, son esa luz que se va cargada de tristeza, pero tú me levantas. Eres una explosión de luz que se alza". No supe decirle nada, pero sentí que eran sus palabras las que ponían un sol y todas las primaveras del mundo en mi corazón.

Le agradezco a la vida el gran regalo que me hizo al permitir que me cruzara en su camino, aunque fuese solo para ser eso, su musiquilla del alma.

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