Oda urgente a los noventa

El autor dedica estos versos a sus años en La Habana, antes de salir de Cuba

Alexis Romay en el malecón (febrero de 1999) cantando 'Queriendo que te sientas bien', himno regalado por Vanito Brown "y que fue un aliciente contra la ubicuidad del hambre y la represión". (Alexis Romay)
Alexis Romay en el malecón (febrero de 1999) cantando 'Queriendo que te sientas bien', himno regalado por Vanito Brown "y que fue un aliciente contra la ubicuidad del hambre y la represión". (Alexis Romay)
Alexis Romay

14 de octubre 2022 - 10:46

Nueva Jersey/A Boris Larramendi, Enrique Del Risco y Vanito Brown, por la música, la amistad y el pie forzado

Canté a Boris y a Vanito

—con Debajo y Lucha Almada

en alguna madrugada

de esa Habana que fue un mito,

mientras estaba proscrito

pensar y ser diferente

y recorría el ambiente

un ansia de libertad

y ocultaba la verdad

la prensa del delincuente.

Yo era un flaco allá en mi tierra,

un trovador sin canciones

que improvisaba unos sones

en descargas de posguerra.

A ratos, me iba a la sierra,

pero cantaba en el llano.

Era un joven ciudadano

y era un negro ante el acecho

policial y ante el despecho

de ese régimen cubano.

Yo era un negro allá en La Habana

que tocaba la guitarra,

citaba a Violeta Parra,

la Nueva Trova cubana

Yo me aprendí de Nirvana

canciones que no entendía,

y temí a la policía

que me acosaba por gusto

—¡por negro!—, por darme el susto,

en mi ciudad, cada día.

Yo era un flaco allá en La Habana.

Yo no quería marchar.

Y esa junta militar,

represiva y chabacana,

contra la paz ciudadana

adoctrinaba a sus huestes.

Yo cantaba, echaba pestes,

y le tenía terror

a ese cuerpo represor

que no deja que protestes.

Yo bajaba al malecón,

con amigos soñadores,

trovadictos, trovadores,

con guitarra de cajón,

pero esa Revolución

mandaba a su policía,

con violencia y sangre fría,

a pedirnos el carné.

Por eso yo me escapé

de Cuba y su tiranía.

Yo era un poeta maldito

que citaba a Baudelaire.

(Yo no sabía leer

en francés más que un poquito).

Soñaba que el infinito

me esperaba en (la) otra orilla.

Acaso la maravilla

de una guitarra insondable

me alivió al comerme el cable

de Cuba y su pesadilla.

Canté un bolero inaudito

de noche, en el malecón,

y soñé con un avión,

para ir en septiembre a Quito

o a Madrid o al infinito,

más allá de la frontera

de una Cuba prisionera

por orden de un dictador

y su cuerpo represor

y su rabia carnicera.

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