Breve informe de autopsia de un cadáver llamado Cuba
Cuba y la noche
Mientras el poder siga en manos de quienes diseñaron y sostienen el desastre, la Isla seguirá camino a la extinción
Madrid/Cada fin de año Miguel Díaz-Canel repite la misma consigna: “el próximo año será mejor”. No importa cuán grave haya sido el balance que se cierra, ni cuán profundas las heridas acumuladas. El optimismo oficial apela cada noche vieja a la morfina retórica para los dolientes y a mantener el cadáver de la Revolución en cloroformo. La realidad, sin embargo, se comporta como un informe forense implacable. Y el diagnóstico nos deja un país en un proceso de descomposición prolongada cuya reversión es inviable mientras permanezcan en el poder los mismos autores del desastre.
El año 2025 fue una confirmación clara de esa trayectoria sin luz al final del túnel. El tarifazo de Etecsa, aplicado en un país donde el salario medio apenas permite sobrevivir, provocó una protesta universitaria que se aplacó con amenazas y presiones a los principales líderes de la rebelión. Los apagones aumentaron hasta convertirse en la norma cotidiana. El huracán Melissa agravó daños estructurales y aumentó la lista de damnificados con problemas no resueltos. El escándalo de la condena de Alejandro Gil expuso una vez más que el método del poder es el castigo sin transparencia. El país enfrenta una crisis sanitaria marcada por brotes de chikunguña, dengue y otras enfermedades, con decenas de fallecidos, escasez de medicamentos, hospitales funcionando al límite y cementerios colapsados.
Cerrando el año, el Parlamento experimentó una serie de renuncias poco frecuentes, incluyendo la del secretario del Consejo de Estado, Homero Acosta, visto por algunos como parte del bloque reformista. Su sustitución por José Luis Toledo Santander –conservador rancio–, es una señal inequívoca de que el inmovilismo ha ganado la pelea interna y lleva la voz cantante. Toledo Santander se hizo tristemente célebre por su frase de que “el Partido Comunista está por encima de la Constitución”.
La dimensión demográfica convierte esa suma de crisis y malos augurios en un problema todavía más grave. Cuba perdió hace mucho el equilibrio entre nacimientos y muertes. En los últimos cinco años el país registró –según datos oficiales– un saldo migratorio externo negativo superior al millón de personas. Se trata de un sangrado sistemático de población en edad laboral y reproductiva. Y el resultado es una sociedad que envejece sin riqueza acumulada, sin fuerza productiva suficiente y sin relevo generacional. En términos históricos, Cuba ha entrado en una fase nunca vista en la región para un país que no está en guerra.
Cuba ofrece apagones, descapitalización humana, corrupción crónica, inflación y emigración masiva
La comparación con otros países del entorno caribeño es necesaria para entender que el problema no es la zona geográfica ni los efectos post pandémicos. República Dominicana, con una población similar, mantiene un crecimiento demográfico sostenido: nacen muchos más dominicanos de los que mueren. Además, atrae inversión, expande su sector turístico y sostiene un sistema energético imperfecto, pero funcional. Cuba, en cambio, ve caer los ingresos del turismo a niveles tan bajos que no alcanzan para financiar siquiera las importaciones más básicas.
La energía explica buena parte de esa divergencia. República Dominicana consume y sirve más de 22.000 GWh anuales, con una potencia instalada superior a 7.200 megavatios (MW), lo que le permite sostener industria, servicios y vida urbana. Cuba, con una potencia similar, aunque inoperativa al 50%, y con un consumo muy inferior, no logra cubrir ni la mitad de la demanda diaria. Los apagones son el resultado lógico de décadas sin inversión real, dependencia de combustibles importados y mala gestión. Sin energía estable no hay productividad, y sin productividad no hay mejoría posible.
En ese contexto, resulta insostenible y absurda la insistencia de algunos en aplicar los modelos chino o vietnamita. China y Vietnam apostaron por reformas profundas, por la apertura a gran escala, por la inserción en cadenas globales de valor y por un marco de reglas relativamente estables para el capital. Cuba ha hecho lo contrario, con reformas parciales, control estatal sobre los sectores estratégicos, criminalización de la acumulación privada y un clima regulatorio impredecible. El modelo asiático requiere energía abundante, inversión sostenida, disciplina fiscal y una fuerza laboral en expansión. Cuba ofrece apagones, descapitalización humana, corrupción crónica, inflación y emigración masiva. La cultura asiática, en cambio, se basa en el esfuerzo, la competitividad y la ambición por crecer. La cubana, se conforma con “resolver” y “sobrevivir”, acumulando un hartazgo social por la exigencia permanente de sacrificio sin recompensa.
La crisis cubana no es reversible en el marco político actual
Tampoco le quedan a la Isla muchos aliados capaces de sostener artificialmente el sistema. Venezuela atraviesa su propia crisis y ha reducido los envíos de combustible. Rusia enfrenta una economía de guerra con recursos concentrados en otro frente. México coopera de forma limitada, mientras lidia con tensiones internas y una generación joven crecientemente crítica. Al mismo tiempo, el mapa político regional ha cambiado. Gobiernos que durante años ofrecieron respaldo ideológico han perdido las elecciones o atraviesan debilidades internas. Para la izquierda internacional, Cuba dejó de ser un símbolo exportable. Es, más bien, un problema incómodo al que no se puede mencionar sin tener cerca un manual de excusas.
La crisis sanitaria y educativa completa el escenario del crimen. El sistema de salud, durante décadas presentado como vitrina, funciona hoy con carencias crónicas, éxodo de profesionales y aumento de indicadores negativos. La educación también sufre abandono, pérdida de calidad y deserción de maestros. El capital humano, principal activo histórico del país, se deteriora o emigra, y tampoco es ya capaz de mantener altos estándares en un mundo donde se priorizan la tecnología y el manejo de nuevas herramientas. El régimen ha repetido varias veces que tiene en su agenda el desarrollo de la Inteligencia Artificial: ¿cómo demonios se logra eso en un país sin energía, envejecido, mal conectado y en bancarrota?
Todo conduce a una conclusión objetiva: la crisis cubana no es reversible en el marco político actual. No porque falten recursos naturales, talento o posibilidades geográficas, sino porque el sistema que gobierna la Isla es incompatible con la recuperación. Cada año que pasa, la base demográfica se reduce, la infraestructura se degrada, la energía se vuelve más escasa y la confianza social se erosiona.
En la retórica oficial todo el desastre se justifica con las expresiones “bloqueo recrudecido” y “campañas del enemigo”. Lo paradójico es que, si todavía no se ha decretado la muerte clínica del país, es gracias a Miami y a otras capitales del exilio. Sin el oxígeno de las remesas y de la inversión de la diáspora en el sector privado, hace mucho que la Isla hubiese entrado en paro respiratorio.
Seguir repitiendo que “el próximo año será mejor” es crueldad premeditada y un escupitajo en el rostro de los cubanos. El país necesita una ruptura profunda y urgente con el modelo que lo llevó hasta aquí. Mientras el poder siga en manos de quienes diseñaron y sostienen el desastre, Cuba seguirá camino a la extinción.