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Haydée Santamaría, símbolo casi olvidado de una Revolución suicida

Opinión

En 1980, la estampida humana hacia la embajada del Perú la dejó atónita

“Ese tipo alto que dejaba caer la ceniza de sus cigarros en todo el piso que yo había limpiado”. / Cubadebate
Yunior García Aguilera

28 de julio 2025 - 16:50

Madrid/Haydée Santamaría Cuadrado se disparó en la cabeza el 28 de julio de 1980, dos días después del acto por el aniversario 27 del asalto al cuartel Moncada. Se dice incluso que la bala pudo haber sido disparada el mismo día 26, pero los machos peludos de la nomenclatura jamás permitirían que un suicidio les empañara la fiesta. 

No hubo honores en la Plaza. No se decretó duelo nacional. Tampoco se mencionó el arma, la nota de despedida o la herida más grave, la del desencanto. Se le dijo adiós con una frase de rutina en Granma: “tras una prolongada enfermedad física y emocional”. Poca cosa para una fundadora de la Revolución, para una de las pocas “heroínas” de un proceso dopado de testosterona.

Probablemente fue fidelista hasta el último minuto de su vida. En una secta no se permite otra cosa que adorar al líder de manera fanática e incondicional. Pero tampoco hay segundas oportunidades para una primera impresión. Y cuando Yeyé conoció a Fidel, lo vio como “ese tipo alto que dejaba caer la ceniza de sus cigarros en todo el piso que yo había limpiado”.

Decenas de mujeres –incluyendo a 14 madres– que hoy permanecen en las cárceles de Cuba, bien podrían recordarles este dato a sus carceleros

Es bien conocido que, luego del fracaso del Moncada, le mataron al hermano y al novio –Abel Santamaría y Boris Luis Santa Coloma–. Lo que no repite mucho la prensa oficialista es que, a ella y a Melba Hernández, el cruel dictador Batista solo las condenó a siete meses de prisión. Las decenas de mujeres –incluyendo a 14 madres– que hoy permanecen en las cárceles de Cuba por protestar pacíficamente contra el régimen bien podrían recordarles este dato a sus carceleros.

Cuando Haydée fue liberada, la enviaron a Estados Unidos con la misión de comprarle armas a la mafia. Aunque confesó luego sentirse “aterrorizada”, lo hizo sin remordimientos. También contaba, orgullosa, cómo entró a Cuba con la falda llena de bolsillos falsos… y de balas. Con profunda visión humanista, relató además su papel organizando atentados: “Cuando alguien tenía que colocar una bomba durante la lucha, y en la clandestinidad a veces yo era quien tenía que decidir quién iba a hacerlo […] siempre escogí al mejor, al que tenía mayor conciencia, las mejores cualidades humanas, de modo que quien fuera no se acostumbrara a poner bombas, no sintiera placer por ponerlas, de modo que siempre le doliera”.

Es justo reconocer que protegió, dentro de lo posible, a algunos artistas cubanos que el propio trapiche machista-leninista intentaba convertir en guarapo

Tal vez fue su semianalfabetismo –apenas tenía sexto grado– lo que le permitió brillar al frente de la Casa de las Américas. Allí recibía a Mario Benedetti, a Cortázar, a Galeano. Protegía a los que escribían raro, a los que pensaban distinto, siempre que no desafiaran demasiado al dogma. También es justo reconocer que protegió, dentro de lo posible, a algunos artistas cubanos que el propio trapiche machista-leninista intentaba convertir en guarapo.

Pero a finales de los 70, Haydée ya no creía. Había aprendido a callar por dentro. La represión se endurecía; la cultura era cada vez más instrumental. Y en abril de 1980, la estampida humana hacia la embajada del Perú la dejó atónita. Cuba golpeaba a los que se iban. Se organizaban mítines de repudio. Las turbas gritaban insultos a los “gusanos” desde las puertas de los comités de vigilancia revolucionaria.

Haydée se derrumbó. Envió una carta a Fidel. Le pedía reflexión. Denunciaba la violencia en las calles. Pero nunca recibió respuesta.

Quienes la conocieron dicen que su mirada ya era hueca, que hablaba poco, que había perdido la esperanza

Ya no asistía a reuniones. Se mantenía aislada en su casa. Había sufrido un accidente de tránsito poco antes. Quienes la conocieron dicen que su mirada ya era hueca, que hablaba poco, que había perdido la esperanza. Hasta que esa mañana de julio, le pidió a su chofer que la dejara sola. Cerró la puerta. Sacó el arma que guardaba desde los años de la clandestinidad. Y disparó.

Fidel no pronunció una sola palabra pública. Raúl tampoco. Juan Almeida fue el único que se atrevió a decirlo claro: “Por principio, los revolucionarios no aceptamos la decisión del suicidio. La vida de los revolucionarios pertenece a la causa y al pueblo. Pero quienes la conocimos… sabíamos que las heridas del Moncada no habían sanado”. Fue una excepción al silencio oficial.

Lamentablemente, la tragedia continuó.

Sus dos hijos, Celia Hart Santamaría y Abel Hart, murieron en un misterioso accidente automovilístico

Veintiocho años después, el 7 de septiembre de 2008, sus dos hijos, Celia y Abel Hart Santamaría, murieron en un misterioso accidente automovilístico en el barrio Miramar de La Habana. Viajaban en el mismo coche. El vehículo chocó contra un árbol y ambos fallecieron en el acto. La prensa oficial lo reportó brevemente. No se realizó ninguna investigación profunda. Tampoco hubo homenaje.

Tras el accidente, empezaron los rumores. ¿Fue un accidente real? ¿Un suicidio pactado? ¿Un acto desesperado ante la asfixia ideológica? No hay pruebas. Pero la tragedia resonó como un eco del disparo de su madre.

La muerte de Haydée y la de sus hijos no son episodios sueltos. Son capítulos de una historia emocional jamás contada. Una historia que no cabe en los manuales escolares ni en los museos oficialistas. Es la historia del precio humano del silencio, del dogma… y del desencanto.

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