El nuevo alcalde de Nueva York, Zohran Mamdani, lleva el ADN clásico de la utopía marxista
Opinión
Se presenta como “la voz de los excluidos”, aunque pertenece a la élite política del sistema
Houston/La reciente elección de Zohran Mamdani como alcalde de Nueva York parece salida de una fábula, pero es una realidad que estremece. Un joven musulmán, simpatizante del socialismo, ha alcanzado la dirección de la ciudad más emblemática de los Estados Unidos. Su triunfo –saludado por la izquierda progresista y observado con inquietud por millones– plantea preguntas profundas: ¿cómo se llega a este punto? ¿Por qué el electorado urbano parece ceder ante fórmulas populistas que, bajo promesas de igualdad, han llevado a otros países a la ruina económica y moral?
Mamdani, de origen africano-asiático, se formó en universidades norteamericanas y fue asambleísta estatal por Queens antes de conquistar la alcaldía. Se presenta como “socialista democrático”, pero su discurso y programa reflejan el ADN clásico de la utopía marxista: más Estado, más subsidios, menos mercado y la ilusión de que la redistribución forzada crea justicia.
Que haya triunfado en la capital económica del mundo no es casualidad: es la consecuencia directa de un clima ideológico incubado durante años en las universidades, en los medios de comunicación y en los espacios políticos donde la palabra “igualdad” se ha despojado de contenido moral para convertirse en simple consigna de poder.
Nueva York es un bastión demócrata, multicultural y secular. La mayoría del electorado urbano vota por políticas sociales amplias, y la derecha casi no tiene espacio. Esto crea el terreno perfecto para que un candidato de discurso radical se presente como “la voz de los excluidos”, aunque pertenece a la élite política del sistema.
La tibieza del Partido Demócrata, incapaz de resolver los problemas reales, dejó un vacío
El alto costo de la vida, la crisis de la vivienda y los salarios insuficientes generan frustración. Mamdani prometió transporte gratuito, renta congelada y salarios de 30 dólares por hora. Soluciones mágicas que, aunque irrealizables en términos presupuestarios, seducen al votante cansado. Es la vieja receta populista: ofrecer lo imposible, culpar a los ricos y captar la esperanza del necesitado.
Durante décadas, muchas universidades estadounidenses han sido semilleros de pensamiento igualitarista radical. Allí se repite el mismo catecismo que hundió a naciones enteras: que el Estado debe ser dueño de todo para “proteger al pueblo”. En ese ambiente se forman los líderes y los votantes que ven en el socialismo un ideal moral y no el sistema que destruyó la libertad en media humanidad.
La tibieza del Partido Demócrata, incapaz de resolver los problemas reales, dejó un vacío. Y en política, los vacíos no duran: los llenan los extremos. Mamdani emergió como “nuevo rostro” frente a un centro agotado, canalizando la rebeldía juvenil y la frustración social.
Ser musulmán y descendiente de inmigrantes le otorgó un aura de diversidad y justicia histórica. En una sociedad marcada por culpas y reparaciones, esa identidad se convirtió en escudo y estandarte. Quien lo criticaba era tildado de intolerante; así se blindó contra la discusión racional.
No se trata solo de un cambio local, sino del síntoma de algo más profundo: una crisis de sentido en Occidente, donde la libertad se confunde con el libertinaje y la igualdad con el igualitarismo. Cuando las sociedades olvidan su historia y la experiencia trágica del comunismo –la escasez, la persecución, la mentira institucionalizada– abren la puerta a sus herederos ideológicos, revestidos de modernidad.
El llamado “socialismo democrático” no es sino una versión maquillada del viejo experimento que convirtió a Cuba, Venezuela y Nicaragua en países arruinados. La ruta comienza igual: más control estatal, más impuestos, más burocracia; y termina siempre igual: en la miseria y la pérdida de libertad. La ingenuidad política de los votantes, alimentada por discursos bien redactados y promesas redentoras, es la semilla de esa decadencia.
El Occidente libre está en riesgo cuando olvida que la prosperidad nace del trabajo, no del subsidio; de la libertad, no del control
La elección de Mamdani debe servir de advertencia a todos los que valoran la libertad. No basta con denunciar; hay que educar. Las democracias deben trabajar arduamente para cerrar el paso a las ideas populistas y socialistas que se disfrazan de compasión mientras siembran dependencia y servidumbre.
El populismo es un virus que se propaga cuando la sociedad baja la guardia, cuando los jóvenes desconocen el costo de las dictaduras y cuando los ciudadanos creen que el Estado puede dar sin quitar.
Que Nueva York –símbolo del capitalismo moderno– haya elegido a un dirigente de perfil socialista y musulmán debe entenderse como un toque de alarma. No es una anécdota, es un signo de época.
El Occidente libre está en riesgo cuando olvida que la prosperidad nace del trabajo, no del subsidio; de la libertad, no del control; de la responsabilidad individual, no de la manipulación ideológica.
El reto, hoy más que nunca, es recuperar la conciencia histórica y enseñar a las nuevas generaciones que cada voto ingenuo puede abrir la puerta al error más costoso: el de entregar su libertad a quienes prometen el paraíso y siempre terminan construyendo la esclavitud.