“Transparencia cero”: el discurso de Díaz-Canel sobre su ex amigo Alejandro Gil

Cuba y la noche

El mandatario recurrió a citas de Fidel para denostar al hombre que fue su mano derecha en el Gobierno

¿Por qué lo dejaron llenarlo de abrazos y felicitaciones de cumpleaños? Se burlaron de él delante de todo el país. 
¿Por qué lo dejaron llenarlo de abrazos y felicitaciones de cumpleaños? Se burlaron de él delante de todo el país.  / Granma
Yunior García Aguilera

14 de diciembre 2025 - 14:19

Madrid/En el XI Pleno del Comité Central, Miguel Díaz-Canel tuvo una oportunidad privilegiada para ofrecer explicaciones sobre uno de los mayores escándalos políticos y judiciales del castrismo: la condena a cadena perpetua por espionaje, además de una sentencia de 20 años por otros delitos, que un tribunal acaba de imponer al ex ministro de Economía, Alejandro Gil. 

Pero en lugar de detallar hechos, responsabilidades, mecanismos de control fallidos o lecciones institucionales, el mandatario optó por otro camino. Con evidente dislexia, leyó cinco párrafos de retórica moralizante, citas de Fidel Castro y metáforas sobre traidores y patriotas. El resultado fue un discurso cargado de adjetivos, pero vacío de información concreta sobre cómo y por qué uno de los hombres en los que más confió terminó convertido, según él, en “gran traidor”.

La estrecha relación entre Díaz-Canel y Gil quedó plasmada también en el terreno académico. El presidente fue tutor principal de la tesis doctoral del entonces ministro de Economía. Ese aval implicaba un vínculo de confianza, y convertía a Díaz-Canel en garante intelectual de la visión económica de Gil. Esa misma tesis ha sido recordada por críticos y familiares del ex ministro como símbolo de la “estrechísima” relación entre ambos. 

Gil fue durante años el rostro visible de la política económica del Gobierno de Díaz-Canel y uno de sus cuadros más promocionados. Incluso después de su destitución, el presidente le dedicó elogios y abrazos públicos. Sin embargo, luego se prestó para servir como testigo de la fiscalía durante el juicio a puerta cerrada contra el ex viceprimer ministro. Y ahora, en el Pleno, lo presenta como prototipo de quienes “venden a la nación”. Ese giro brusco solo se sostiene si el relato oficial logra aislar el caso, convertirlo en un drama moral individual y evitar cualquier pregunta difícil sobre la responsabilidad política del círculo que lo encumbró. Ahí es donde entran, una por una, las frases que Díaz-Canel escogió para su discurso y el subtexto que arrastran.

Díaz-Canel, consciente de su escasa autoridad, recurre enseguida al difunto Fidel Castro

El mandatario comenzó a dibujar la silueta de Gil sin nombrarlo: “Aparecen aquellos que lucran con las necesidades e insuficiencias, los que entorpecen el camino y demoran el avance, y otros capaces de vender a la nación que un día los exaltó a las máximas instancias”. Díaz-Canel intenta reforzar la imagen de Gil como enemigo interno, desplazando la discusión de la esfera técnico-económica a la moral absoluta. No se habla de errores de diseño, sino de “los que entorpecen el camino”, como si el sistema fuera una autopista sin baches y el problema residiera solo en un tronco caído.

Díaz-Canel, consciente de su escasa autoridad, recurre enseguida al difunto Fidel Castro: “El enemigo conoce sobradamente bien las debilidades de los seres humanos en su búsqueda de espías y traidores”. En la superficie, el mensaje apunta al enemigo –más que externo, “eterno” (la CIA)–, pero al mismo tiempo borra cualquier responsabilidad propia al reivindicar la “capacidad de sacrificio y heroísmo” de la mayoría (donde él mismo parece incluirse). El sistema, repite, no es el problema; el problema son las papas podridas.

La segunda cita de Fidel es todavía peor, nos habla de la Revolución como una gran batalla que nos enseña quiénes son “los que no sirven ni para abonar su tierra con su sangre y con su vida”. Todos fuimos testigos de cómo algunos radicales castristas, incluyendo al programa Con Filo, hicieron campaña para un eventual fusilamiento de Gil. Y ahora Díaz-Canel insinúa que su ex amigo no servía ni para gastar balas en un paredón. 

Aun así, Díaz-Canel no ahorra municiones verbales contra Gil y lo mete sin rodeos en el saco de quienes “están hechos de egoísmo, de ambición, de deslealtad, de traición o de cobardía”. Mientras recitaba el catálogo de vicios, las cámaras de la televisión enfocaban a Humberto López, propagandista estrella y profesional de la pose, también cercano al defenestrado ex ministro.

La tercera imagen del difunto Castro completa la operación: “En una revolución todos tienen que quitarse la careta; en una revolución los altaritos se desploman. Los que han tratado de vivir engañando a los demás, los que han tratado de vivir posando de virtuosos o posando de personas decentes, o posando de patriotas, o posando de valientes. Eso nos enseña la Revolución, nos enseña quiénes son los verdaderos patriotas, y de dónde surgen los grandes traidores”. 

La ausencia de aclaraciones en el Pleno demuestra que, más que “tolerancia cero”, lo que abunda es “transparencia cero”

Este fragmento es lo más parecido que he visto a un ataque de tarros. Díaz-Canel se exhibe como un marido engañado del que se han reído todos sus colegas. ¿Cómo es posible que los poderes invisibles lo dejaran hacer el ridículo tanto tiempo? Si ya sabían de las infidelidades de Gil, ¿por qué lo dejaron tutorearlo, agradecerle en Twitter sus esfuerzos, prometerle nuevas tareas, llenarlo de abrazos y felicitaciones de cumpleaños? Se burlaron de él delante de todo el país. 

Tras este regodeo en la retórica fidelista, Díaz-Canel remata: “No creo que haya frases más exactas para describir la actuación de Alejandro Gil, de cuyo denigrante caso tenemos que sacar experiencias y aprendizajes, dejando claro, en primer lugar, que la Revolución tiene tolerancia cero hacia esas conductas”. 

Aquí, por fin, aparece el nombre del ex ministro, pero solo para encajar en la categoría ya construida: traidor, egoísta, ambicioso, desleal. Gil no existe como actor político con decisiones concretas, sino como síntesis abstracta de todos los vicios enumerados. 

Lo que no aparece en ninguno de estos párrafos es lo que muchos “revolucionarios” esperaban escuchar: cómo se descubrió la supuesta red de espionaje, qué estructuras se vieron comprometidas, qué instrumentos de control fallaron, quién respondía políticamente por haberlo mantenido en el cargo tanto tiempo o qué garantías existen de que no haya otros “altaritos” aún en pie. Díaz-Canel, como cura en domingo, convierte el caso en una lección moral y en un aviso disciplinario al aparato. 

La tóxica relación entre Gil y Díaz-Canel cobra, tras este discurso, tintes de telenovela. El ensañamiento contra el condenado, la opacidad en torno al caso, el intento de aislar y silenciar a la familia y la ausencia de aclaraciones en el Pleno demuestran que, más que “tolerancia cero”, lo que abunda es “transparencia cero”. El discurso de Díaz-Canel ha sido el típico sermón de cornudo. Solo falta la mano de golpes a puertas cerradas, sin que nadie se entere. 

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