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Trump versus Harvard, la autoridad moral que falta en este pleito

Columna

Es la universidad peor evaluada por los estudiantes cuando se les pregunta sobre la libertad de expresión en su campus

La Universidad de Harvard está en una disputa con el presidente Trump, al que ha denunciado en los tribunales. / Harvard University
Federico Hernández Aguilar

06 de junio 2025 - 11:03

San Salvador/Trump versus Harvard, la autoridad moral que falta en este pleito

Federico Hernández Aguilar, San Salvador

Es insensato promover buenas causas por medios insensatos. Y es justamente lo que Donald Trump hace cuando despotrica contra Harvard exigiendo que la universidad haga lo que él dice. Si la injerencia política en el sistema privado de educación superior fuera la mejor solución a los problemas que ese sistema provoca, entonces no habría necesidad de la educación privada; bastaría con que los Gobiernos sucesivos dictaran cada plan de estudios, controlaran los procesos de admisión y asumieran la administración de los campus. 

Pero, por mucho que el Gobierno federal lo subsidie, no es así como funciona el sector educativo en Estados Unidos, cuya independencia debe ser defendida como garantía de eficacia, contribución social y objetividad académica. Es ilusorio creer que todo funcionará mejor con la intromisión de la Casa Blanca, sea la de hoy o la de mañana.

Pero haciendo a un lado las desatinadas formas del presidente Trump, muchas de las críticas que se vienen haciendo al llamado circuito de universidades élite de EE UU (también conocido como Ivy League) tienen bastante fondo y merecen un debate amplio.

Haciendo a un lado las desatinadas formas del presidente Trump, muchas de las críticas que se vienen haciendo al llamado circuito de universidades élite de EE UU tienen bastante fondo y merecen un debate amplio

Es muy llamativo, por ejemplo, que desde hace un tiempo sea precisamente Harvard el alma mater peor evaluada por los estudiantes estadounidenses cuando se les pregunta sobre un principio tan fundamental como la libertad de expresión. La encuesta permanente de College Pulse y la Fundación para los Derechos y la Expresión Individual (FIRE, por sus siglas en inglés) viene colocando a la prestigiosa entidad educativa de Massachusetts como la última —ojo al dato: ¡la última!— de entre más de 250 instituciones similares en relación a la protección y promoción de la libertad de sus alumnos para externar lo que piensan.

Este resultado adquiere relevancia si tomamos en cuenta que el sondeo abarca a más de 58.000 estudiantes y que esa baja calificación de la antigua Universidad de Cambridge se debe a situaciones tan alarmantes como el ataque a la reputación de quienes se atreven a alzar la voz frente al discurso dominante, la predisposición de las autoridades a elegir determinado perfil ideológico (en evidente detrimento de otros) para los oradores que acceden al campus e incluso la tolerancia de la protesta violenta, dentro y fuera de las clases, si se realiza en contra de ciertos asuntos.

Pero quizá la peor noticia que aborda esta encuesta es la del recurso a la autocensura. Los estudiantes americanos, para evitarse problemas cuando dentro de las aulas se abordan temáticas polémicas –en particular el aborto, el “género”, el control de las armas y los llamados “derechos de los colectivos trans”–, prefieren callar antes que emitir sus opiniones personales. La escasa reflexión alrededor de algo tan preocupante habla mal del país que se ufana de las libertades alcanzadas por sus ciudadanos. Bien mirado, es sencillamente atroz que casi un 25% de los universitarios, según la medición, afirme que guardar silencio es la mejor alternativa a la posibilidad de una discusión serena y argumentada.

Todas estas cosas deberían ser atendidas por las autoridades de Harvard por las mismas razones que les mueven hoy a enfrentar los disparates de Trump: su prestigio académico. Aquellos temas que, por su profunda naturaleza antropológica, deberían ser libremente discutidos en una cátedra, sus propios estudiantes les están diciendo que en realidad son “difíciles” a la hora de “mantener una conversación abierta y honesta dentro del campus”.

Aquellos temas que, por su profunda naturaleza antropológica, deberían ser libremente discutidos en una cátedra, sus propios estudiantes les están diciendo que en realidad son “difíciles”

También hemos de recordar que, todavía hace dos años, Harvard practicaba la “discriminación positiva por raza” en sus procesos de admisión, privilegiando con ciertas ventajas competitivas a los estudiantes en virtud de su origen étnico y no en relación a sus méritos estudiantiles. Este asunto fue zanjado por la Corte Suprema en un fallo muy bien explicado entonces (2023) por su presidente, el juez John Roberts —quien, por cierto, mantiene ahora una sorda pugna con Trump—, afirmando que discriminar positivamente a alguien por su ascendencia equivalía a discriminar negativamente a otro por la suya, en abierta contradicción con el principio de igualdad constitucional de la Decimocuarta Enmienda.

El hecho de que, durante demasiado tiempo, una universidad tan afamada, entre cuyos graduados se pueden contar al menos a ocho presidentes de EE UU, haya funcionado con semejante disfuncionalidad es un antecedente de particular significancia. Minimizarlo no ayudará a cimentar la notoriedad de Harvard. Tampoco lo hace que se reclame a Trump, y con razón, sus recortes financieros a la educación superior, mientras por otra parte se ofrecen tibias explicaciones sobre el hecho de que, entre 2021 y 2024, potencias foráneas como China y Catar hubieran alcanzado la estratosférica suma de 29.000 millones de dólares en “donaciones” a las universidades estadounidenses, un monto que equivale a la completa financiación externa inyectada al sistema en los 40 años anteriores, según ha podido investigar el Network Contagion Research Institute.

Y justamente por todo lo anterior es una verdadera lástima que Donald Trump, con su estilo grotesco y pendenciero, sea el primero en socavar la debida seriedad que merece un debate de este calado. El clima de represión de la opinión disidente es algo que debería preocupar a todos en Estados Unidos. Y Harvard, para ganar autoridad moral, tendría que ser un modelo de defensa de la libertad en sus propios recintos, donde los futuros profesionales no deberían aprender a poner bozal a sus pensamientos.

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