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Reinas por una noche

Cuadro con rostro de mujer (Silvia Corbelle)
Rosa López

08 de marzo 2015 - 06:05

Camagüey/Sobre la mesa de la cocina hay un plato embarrado de un merengue color rosado. Está allí desde la tarde del viernes, cuando trajo aquel trozo de cake de la fiesta por el Día de la Mujer. Después de la celebración, la música y un aburrido discurso del director de la fábrica, Magaly volvió a la rutina de su vida. A una casa donde la espera esa doble jornada laboral en la que no tiene sindicato, ni leyes de protección y mucho menos un salario. Con casi sesenta años, ha aprendido que los discursos sobre la igualdad de género son sólo eso, discursos.

En el lejano año de 1869, a pocas horas de proclamarse la Constitución de Guáimaro, Ana Betancourt lanzó una frase que marcaría las ilusiones de las féminas con los procesos de cambio político en nuestro país. “Ciudadanos: la mujer en el rincón oscuro y tranquilo del hogar esperaba paciente y resignada esta hora hermosa en que una revolución nueva rompe su yugo y le desata las alas”. Así se sintió Magaly en su adolescencia cuando ingresó por primera vez a la Federación de Mujeres Cubanas (FMC). Por aquellos años también formaba parte de una escuadra en las Milicias de Tropas Territoriales (MTT), a la par que iba casi cada fin de semana a un trabajo voluntario y criaba a dos niños pequeños.

Eran los tiempos de “la mujer orquesta”, cuenta ahora con decepción esta graduada de Ingeniería Química. Sus desencantos son compartidos por muchas mujeres que entregaron los mejores años de su vida a un proceso donde la emancipación sólo se logró en el papel de los informes oficiales. “Ante cada problema en el que necesité algún tipo de protección por ser mujer, me encontré desamparada”, recuerda Magaly, sentada en la sala de su casa, una antigua mansión de paredes agrietadas en la ciudad de Camagüey.

“Viví momentos de violencia doméstica con un marido que se obsesionó conmigo, pero la policía jamás le puso una orden de alejamiento"

Detalla cuáles fueron esas situaciones en las que sintió el peso de sus ovarios como una carga difícil de llevar. “Viví momentos de violencia doméstica con un marido que se obsesionó conmigo, pero la policía jamás le puso una orden de alejamiento y cuando lo denunciaba me decían que debíamos ‘arreglarnos nosotros mismos’. Imagínate los sustos que pasé con eso, apenas podía salir a la calle”. Se volvió diestra en esconder los moretones bajo las gafas de sol y se buscó un amante para que “le cayera a piñazos a aquel abusador, así fue como lo resolví, porque aquí al hombre sólo lo para el hombre”.

“Cuando me divorcié de aquel marido, para colmo sólo me tocaron sesenta pesos de pensión por cada niño ¿Qué iba a hacer yo con eso?”, pregunta, molesta. Aunque en Cuba la pensión a los hijos menores después de un divorcio es obligatoria, su monto se determina a partir de los ingresos legales del padre, o sea de su sueldo en moneda nacional. En una sociedad donde el propio Gobierno ha reconocido que el salario no es la principal fuente de ingresos, calcular así la manutención lanza sobre los hombros de las madres –quienes conservan la custodia en la mayoría de los casos– la carga económica principal de la crianza de los niños.

En la familia de Magaly las mujeres siempre fueron fuertes y luchadoras, cuenta mientras enseña algunas fotos del pasado. “Mi abuela participó en 1923 en el Primer Congreso Nacional de Mujeres, donde estuvieron 31 asociaciones femeninas de diferentes provincias”. Fue el primer encuentro de ese tipo en Hispanoamérica y en sus debates se reclamó la posibilidad de hacer campaña por el derecho al sufragio femenino. La voz de las mujeres se hizo sentir también para conseguir leyes protectoras de la infancia y lograr igualdad de derechos y deberes sociales, políticos y económicos.

Después de repasar la historia de las féminas de su árbol genealógico, Magaly asegura que “cuando triunfó la Revolución mi madre estaba muy ilusionada con las ventajas que esto traería para nosotras”. Sin embargo, la opinión más extendida es que con los discursos de emancipación que acompañaron al proceso desde sus primeros días, las féminas lograron mayor representatividad en cargos públicos y una doble jornada laboral, pero muy poco cambió hacia el interior de los hogares.

“Todas mis amigas se pasan el día trabajando en cuestiones domésticas, algunas hasta abandonaron sus empleos para poder dedicarse enteramente a la casa”, asegura esta profesional que vive de la reventa de productos que logra extraer ilegalmente de la fábrica donde labora. Matiza sus afirmaciones con cierta dosis de ironía: “es cierto que hacerse un aborto pasó a ser algo muy fácil y el divorcio se logra de un pestañazo, pero la estructura machista de la sociedad se ha mantenido intacta, dejándonos a nosotras un papel de cuasi esclavas en el hogar”.

"Hacerse un aborto pasó a ser algo muy fácil y el divorcio se logra de un pestañazo, pero la estructura machista de la sociedad se ha mantenido intacta"

“¿Y la FMC?” se cuestiona en voz alta. “Bien gracias, para convocar reuniones y darnos más tarea es para lo único que sirve”. Así se refiere a la única organización de mujeres permitida en el país, que fue fundada en agosto de 1960 y hoy agrupa a más de cuatro millones de féminas. La mayoría de ellas ha ingresado a la federación en un gesto casi mecánico, muy similar al que empuja a tantos cubanos a ser miembros de los Comités de Defensa de la Revolución (CDR).

Magaly pertenece a esa generación que creció rodeada de promesas de igualdad. “La mayoría de mis colegas de aula en la universidad eran mujeres, pero ahora un alto por ciento de ellas ya no trabaja”. El colapso económico del Período Especial trajo de vuelta a casa a muchas féminas que habían laborado en empresas o entidades estatales. Muchas dependen hoy económicamente del marido y al momento de la jubilación apenas recibirán una simbólica pensión que las hará quedarse colgadas del sustento que le den los hijos.

Alguien toca a la puerta mientras esta camagüeyana desgrana su cotidianidad, es un vendedor de cebollas que pide por un pequeño mazo el salario de dos días. No hay más remedio que comprarlo, porque “estoy ablandando unos frijoles y tengo que echarles algo”, dice ella enfundada en una bata que de tan vieja se ha vuelto traslúcida. Cuando termina la transacción, sigue conversando sobre sus frustraciones. “Mis amigas no tienen recursos para hacer casi nada, hasta para comprarse maquillaje deben hacer maromas”.

“Pero yo no cojo lucha”, concluye. “A mi lo que no me puede faltar es el diazepam”, explica, y saca de la cartera un paquete con unas píldoras blancas y diminutas que se recetan para la ansiedad, los espasmos musculares y las crisis convulsivas. En Cuba existe un extenso mercado ilegal para este fármaco y otros ansiolíticos que son muy utilizados por las féminas. “Esta es la verdadera emancipación, casi todas las mujeres que conozco toman algo así”, “es la pastilla que nos hace sentir reinas, al menos por una noche y mientras dormimos”.

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