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Seguir el rastro de la harina

Con el renacer de los negocios privados, "el polvo blanco" ha visto multiplicar su demanda en el mercado ilegal

Un trozo de pan. (14ymedio)
Orlando Palma

09 de febrero 2015 - 06:20

La Habana/"El rastro de la harina es fácil de seguir", asegura un panadero jubilado cuyas manos hace más de un lustro no mezclan ingredientes ni agregan levadura a una masa. "Me quité de todo, porque al administrador de la panadería donde trabajaba lo cambiaban cada seis meses y el último terminó en la cárcel", explica este sesentón de brazos largos, que lleva un gorro blanco desde sus días frente al horno.

El mercado ilegal de harina ha crecido en los últimos años. Con el renacer de los negocios privados que exhiben variadas ofertas gastronómicas, "el polvo blanco" ha visto multiplicar su demanda. Se calcula que tres de cada cinco pizzas que se venden en las cafeterías y restaurantes por cuenta propia están hechas con harina adquirida en la redes clandestinas y no en las tiendas en pesos convertibles, como obliga la ley.

Un reciente reportaje televisivo ha revelado que el desvío del cereal comienza en los molinos donde el trigo se procesa y se empaca para ser distribuido por todo el país. El Combinado de Cereales de Cienfuegos suministra el producto a 11 provincias del país y un porciento elevado de su mercancía termina en las redes informales. El rastro que deja este tráfico se extiende desde las naves de la empresa cienfueguera, pasando por los vagones de ferrocarriles de al menos tres provincias e involucra también a entidades como la Unidad Empresarial de Base (UEB) y la de Transportes de Carga (Transcar).

El Ministerio del Interior tiene en curso una investigación a partir de las múltiples denuncias de faltantes de harina. La propia Contraloría de la República ha tomado cartas en el asunto y a finales de 2014 presidió una tensa reunión en la provincia de Camagüey a la que asistieron todas las entidades implicadas en los desfalcos. Aquel encuentro se convirtió en un campo de batalla donde cada parte defendió su inocencia y acusó a las otras.

María Victoria Rabelo, directora general de la Empresa Cubana de Molinería, había remitido en noviembre de 2014 una amplia misiva con una detallada secuencia de los hechos de hurto cometidos contra la mercancía que expende su empresa y dirigía el dedo acusador hacia las autoridades ferroviarias. Según la versión de los molineros, los sacos del preciado cereal se extravían durante el viaje hacia numerosos destinos de la región.

En julio del año pasado, la Dirección Nacional de Ferrocarriles redujo el número de integrantes del Cuerpo de Inspectores de Carga y Descarga. A los recortes de gastos se le sumó la ilusión de que la seguridad de las cargas se apoyara más en métodos automatizados y en la verificación de los cierres de cada casilla con mercancía. El resultado de esa medida ha sido una verdadera catástrofe.

Tres de cada cinco pizzas que se venden en los establecimientos por cuenta propia están hechas con harina adquirida en la redes clandestinas

En una inspección realizada por la Empresa Provincial Alimentaria a 60 casillas ferroviarias, se determinó que solo entre septiembre y octubre desaparecieron 47.800 kilogramos del preciado producto. "Si antes de quitar el cuerpo de inspectores se perdían entre dos y tres sacos en una casilla, ahora estamos hablando de hasta 17 toneladas sustraídas en una de ellas", confesó un funcionario de la Empresa de Molinería de Cuba entrevistado en la televisión nacional.

Ledy Guerrero Ramírez, jefe de empaque y estiba de la empresa Cereales Cienfuegos, aseguró que era imposible que el producto fuese sustraído durante la carga. "De ninguna manera", respondió ante la insinuación de que el desvío principal ocurría en su entidad. "Aquí tenemos una computadora con dos básculas automáticas y aquí otra computadora donde se programa la cantidad de sacos que va a llevar una casilla", agregó. Guerrero Ramírez afirmó también que, cuando se completa la cantidad de sacos a cargar, la estera se para automáticamente.

Durante la investigación policial se pudo comprobar que, a pesar de la implementación de un pesaje automatizado en el llenado de las casillas, los cargamentos llegan con entre ocho y diez toneladas de harina menos a su destino. Para mayor misterio y desconcierto de los peritos, esto ocurre sin que los sellos de seguridad que se colocan en la puerta de cada vagón muestren huellas de haber sido violados.

Los ferroviarios se defienden sacando a colación la resolución n. 2 de 2008 del Ministerio de Economía y Planificación. Según lo establecido en su texto, el proveedor está obligado a colocar el producto en los almacenes de los clientes y garantizar su llegada en buen estado y sin pérdidas. De seguir al pie de la letra lo previsto, le correspondería a Cereales Cienfuegos custodiar y transportar la harina hacia cada centro de distribución.

El centralismo estatal, sin embargo, obliga a molineros y ferroviarios a trabajar bajo una forzada relación. En el punto de mira de las acusaciones está el trabajo de la UEB de ferrocarriles en Cienfuegos. Su jefe de operaciones, Antonio Subí Claro, refirió a la televisión oficial que se han registrado faltas durante todo el año, que se han ido "incrementando considerablemente (...) y se ha ido acumulando hasta el mes de diciembre unos 4.800 sacos de faltante".

Nada por aquí... nada por allá

Sustraer los sacos de harina de las casillas solo puede llevarse a cabo con la complicidad –o la ceguera– de la tripulación del tren. Varios campesinos de la zona central cuentan que los puntos para la descarga ilegal están ubicados en parajes a las afueras de poblados y ciudades. Una parada fuera del itinerario permite trasvasar el producto a camiones que aguardan a ambos lados de la línea férrea. El sello de seguridad de las casillas que serán abiertas nunca quedó cerrado en el lugar de destino, de ahí la necesidad de tener varios cómplices en el área de carga de los molinos. Una vez sustraída la mercancía, se procede a sellar la puerta sin dejar rastros de haber sido forzada.

Pese a la implementación de un pesaje automatizado en el llenado de las casillas, los cargamentos llegan con entre ocho y diez toneladas de harina menos a su destino

El entramado de confabulaciones es tan extenso que desde los centros de carga logran hacerle llegar la información a los sustractores de cuáles casillas están marcadas por la policía para ser inspeccionadas a su arribo. Un juego del gato y el ratón, donde por esta vez los roedores parecen contar con mayor ingenio y creatividad que el torpe felino que los vigila sin éxito.

Contrario a lo que muchos creen, buena parte de la harina robada termina en los propios establecimientos estatales. Las panaderías de oferta normada son el destino final de miles de esos sacos robados. Será allí donde se elabore, con los implementos e infraestructura estatal, el pan o los dulces que después serán comercializados por vendedores particulares. Una mezcla de estatal y particular que jocosamente la gente ha bautizado como estaticular.

El fenómeno de la producción no declarada se ha vuelto común en las entidades estatales. Sin embargo, es en la confección de panes donde alcanza su mayor incidencia. Las panaderías normadas trabajan al doble de su capacidad, aunque el producto que ofertan por la canasta básica sea de pésima calidad y un peso menguado. En el interior de estas entidades, los hornos no paran y sobre las mesas de amasado se le da forma al pan que se venderá bajo la ley de la oferta y la demanda. Éste se comercializa por la izquierda en el propio mostrador de la panadería o se suministra a panaderos privados, gestores de fiestas de cumpleaños, dueños de cafeterías y compradores ocasionales.

Otra parte del cereal robado va a parar a casas de familias que esconden centros de distribución en los que se empaca la mercancía en porciones más pequeñas y se oferta a los clientes habituales. "Suministramos a dueños de paladares y cafeterías, en su mayoría son gente que vende comida italiana", refiere Amilkar, un joven de 28 años que forma parte de una red de distribución de harina en la capitalina barriada de Puentes Grandes, muy cerca de donde radica la Empresa Cubana de Molinería.

"Este es un negocio peligroso" asegura Amilkar, quien ha visto a muchos "terminar en el tanque". A mediados de 2013 fue desarticulada una red de distribución ilegal de harina en la ciudad de Camagüey. La policía detuvo a dos jóvenes que escondían en el doble fondo de un triciclo cinco sacos de harina y un kilogramo de levadura. Los instructores tiraron de la madeja y terminaron desbaratando un entramado de 17 personas, que incluía algunas que expedían facturas falsas para justificar el trasiego del cereal.

Una industria ilegal que se lleva a cabo con el sigilo de quien está traficando cocaína, pues toda la harina que circula en el país ha sido robada a la red estatal que importa el trigo y lo procesa en los molinos nacionales. Los intentos de cultivar el cereal en suelos cubanos han terminado siendo un ejercicio estéril y demasiado costoso.

“Si fuera a comprar en las tiendas de divisas toda la harina que uso, tendría que vender cada pizza a un precio que nadie podría pagar”

En la venta de la harina, para que sea procesada por otros, los suministradores tratan de buscar clientes fijos. A ellos les ofertan cada saco en un precio que oscila entre 300 y 400 pesos cubanos. Mucho más barato que el kilogramo a 1 peso convertible (24 pesos cubanos) que cuesta en la red de tiendas en divisas. Junto al negocio del cereal ilegal, florece también una amplia oferta de facturas falsificadas para que los trabajadores por cuenta propia puedan justificar el producto ante los inspectores.

"Al no existir un mercado mayorista, si yo fuera a comprar en las tiendas de divisas toda la harina que uso, tendría que vender cada pizza a un precio que nadie podría pagar", asegura Norge, un ingeniero eléctrico quien ahora regenta una pizzería privada. "Tenemos varios cartuchos vacíos con la marca de la harina que venden en las tiendas en pesos convertibles y los rellenamos con la que conseguimos por fuera, por si de pronto llega un inspector".

En el piso de la cocina de Norge, hay un rastro de un polvo blanco que se extiende hasta la puerta trasera. Al decir de un viejo panadero, esa huella es como una delación, la pista más indiscreta y elocuente que deja el negocio ilegal de la harina.

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