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Rodolfo Hernández o la utopía de la anti-política extrema en Colombia

Fotografía cedida por la campaña de la Liga de Gobernantes Anticorrupción de su candidato a la Presidencia de Colombia Rodolfo Hernández llegando a votar el 29 de mayo de 2022, al colegio Santander en Bucaramanga. (EFE/Mario Caicedo)
Yann Besset

31 de mayo 2022 - 23:35

Colombia/El triunfo de Rodolfo Hernández en primera vuelta no es una sorpresa. ¿Qué nos espera si llega a ser elegido como presidente?

La independencia

Durante la campaña presidencial de 1998, Noemi Sanín se prestó a la prueba de la entrevista con Heriberto de la Calle, el personaje de lustrabotas del añorado Jaime Garzón.

Sanín se enalteció con una larga explicación sobre su "independencia" y el hecho de que llegaba sin acuerdos con los políticos y sin deberle nada a nadie, mientras Heriberto se esgrimía impúdicamente sobre su zapato derecho.

Después de un largo minuto de monólogo de la candidata, Garzón la interrumpió preguntándole: "¿Y usted no se cansa de repetir esas huevonadas todo el día?".

El éxito de Hernández no tiene nada de inesperado o excepcional. Al contrario, toca una cuerda muy trillada de la cultura política nacional

Si bien era la voz y el estilo de Heriberto, la pregunta provino más del humorista —quien conocía muy bien la política por haberla experimentado personalmente— que de su personaje, quien bien hubiera podido comulgar con esta visión anti-política tan arraigada en Colombia y que Rodolfo Hernández ha logrado encarnar hábilmente en esta campaña.

La tradición anti-política

Desde este punto de vista, el éxito de Hernández no tiene nada de inesperado o excepcional. Al contrario, toca una cuerda muy trillada de la cultura política nacional, quizás la más compartida universalmente: la utopía de que se puede gobernar solo con la gente "más honesta y merecedora", sin hacer política y sin los políticos y sus partidos.

Se ha comparado mucho a Hernández con Trump o con Bolsonaro, y probablemente haya algunas similitudes, pero no conviene exagerarlas. No entenderíamos al candidato equiparándolo con un fenómeno de extrema derecha.

Hernández, sin duda, alberga valores y referencias muy conservadoras que entran en resonancia con la cultura popular, sobre todo en el mundo rural del centro del país que logró movilizar. Estas referencias exaltan la autoridad y el trabajo duro, más que el "vivir sabroso" que llamó la atención de los jóvenes y de las clases medias urbanas.

Al ingeniero Rodolfo le importa un pepino la ideología y las consideraciones doctrinales, y por más que la lengua lo traicione y lo pueda llevar a salidas escandalosas como la absurda celebración de Hitler, ha sabido mostrarse más tolerante en su práctica política real.

Se ha comparado mucho a Hernández con Trump o con Bolsonaro, y probablemente haya algunas similitudes, pero no conviene exagerarlas

Pero lo que más lo caracteriza es el repudio de la política y de los políticos, asunto que comparte con la gran mayoría de sus conciudadanos en su grado más extremo.

Hay distintos grados en la anti-política: desde la versión centrista que rechaza la "polarización" que implica la política, o el de las élites tecnocráticas que pretenden gobernar sin los políticos, hasta la versión extrema de Rodolfo que busca gobernar en contra de ellos.

Pero ni siquiera esta versión extrema es nueva. Incluso Ingrid Betancourt la encarnó desde el principio de su carrera política, por ello no es casualidad que se haya sumado a la campaña de Hernández.

La corrupción

En todo caso, el centro de todo es la igualación de la política con la corrupción. No se trata solo del hecho lamentable de que la política esté plagada de corrupción en el sentido banal y judicial del asunto, sino también de un sentido más filosófico de la idea de corrupción en el que se entiende que el interés general, el bien común, está contaminado por intereses personales e ilegítimos de los políticos.

Desde esta concepción, la política ya no sería el arte de buscar el interés general mediante la deliberación democrática, sino la perversión de un bien común obvio y límpido, que se asume existe de forma previa a cualquier discusión.

Así, no se repara en que la sociedad está atravesada por variedad de opiniones e intereses contradictorios que deben ajustarse, sino que se privilegia una versión idealizada, armónica y natural de lo social.

No se trata solo del hecho lamentable de que la política esté plagada de corrupción en el sentido banal y judicial del asunto

En la anti-política, entonces, hay una enorme resistencia al reconocimiento de la diversidad y de los desacuerdos legítimos e irremediables porque hay una profunda convicción en que el bien común que debe guiar el rumbo del gobierno no admite controversias y, si las admite, lo hace sólo de forma técnica o académica. De allí que Rodolfo sea "el ingeniero" y no un político.

¿Y si gana?

Si Hernández es elegido en la segunda vuelta, como Noemí Sanín en su tiempo, llegará sin "compromisos" ni "acuerdos" y "sin deberle nada a nadie". Pero en política no hace falta deberle un favor a Vito Corleone para depender de los demás.

Eso resulta escandaloso para la anti-política, pero es la mejor garantía y justificación de la democracia.

Nadie puede gobernar en soledad y sin considerar los intereses y las posiciones de los demás, así en la anti-política se defienda esta soledad como principio.

"El ingeniero" intentará conformar un gabinete "técnico" con gente alejada de la política. Es posible que escoja a sus ministros por medio de espectaculares concursos de méritos que refuercen su discurso, aunque difícilmente salga un equipo coherente de semejante procedimiento.

Pero en menos de un año el experimento se estrellará con la realidad de la política: un Congreso sin el cual no se puede gobernar, y que también ha sido elegido democráticamente, una institucionalidad compleja de contrapoderes que no se puede soslayar y poderosos intereses sociales que no se pueden ignorar.

A partir de allí habrá dos caminos. El más probable consistirá en moderar la predica anti-política y aceptar compartir el poder, como lo ha hecho Duque y como lo hizo Uribe en su primera elección.

Tanto Duque como Uribe son ejemplos de presidentes que llegaron al poder con campañas anti-políticas. El primero, con una versión moderada y tecnocrática y, el segundo, con una versión más extrema.

Duque tuvo que abandonar la pretensión de gobernar sin mermelada para los partidos después de un año de parálisis institucional. Uribe hizo lo propio después del fracaso de su referendo de 2003 "contra la politiquería" y para conseguir su reelección de la mano de los mismos políticos que criticaba.

Nadie puede gobernar en soledad y sin considerar los intereses y las posiciones de los demás, así en la anti-política se defienda esta soledad como principio

Es por esto que solo la ceguera voluntaria sobre la naturaleza de la política podría llevarnos a creer que el apoyo que la derecha le regala a Hernández es gratis y que está únicamente motivado por el temor a una victoria de Petro.

Hernández deberá gobernar con la derecha porque se ha convertido en su campeón, quiéralo o no. Ojalá que alguien en el entorno del presidente-ingeniero se atreva en su momento a darle el cepillazo en la rodilla al estilo Heriberto para instarle a abandonar "la huevonada" y a reconocerlo.

El otro camino es mucho más peligroso y delicado. Consistiría en un enfrentamiento institucional con el Congreso, la Corte Constitucional y otros poderes.

Allí habría que recordar el antecedente de otro ingeniero anti-político que llegó a la presidencia de su país en 1990 movilizando el rechazo a proyectos de la derecha y de la izquierda: Fujimori cerró el Congreso en un autogolpe que inauguró una década de autoritarismo en Perú.

A diferencia de Fujimori, que se benefició de un contexto de crisis económica y de seguridad muy profunda, Hernández tendría todas las de perder en semejante enfrentamiento, pero aún es dudoso si alguien tendría algo que ganar.

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Nota de la Redacción: Este texto se publicó originalmentente en Razón República.

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