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Los americanos y nosotros

José Gabriel Barrenechea

05 de marzo 2015 - 16:00

La Habana/Tengo un amigo afroamericano que cree que nosotros, los cubanos, somos los más grandes manipuladores que haya parido la historia humana. Debo decir que el ruso Estulín, escritor de cabecera de cuanto loco ande, camine o le empuje la silla de ruedas por ahí, se queda chiquitico frente a este autor de las más disparatadas teorías conspirativas que haya yo alguna vez escuchado. A continuación, intentaré bosquejar una de ellas para que se aquilate la desmedida fantasía de mi amigo.

La llamo la teoría de los vivos y de los bobos, en la que los segundos viven de su trabajo y los primeros de la bobería de aquellos. Mi amigo, como buen americano, prefiere ser más concreto y simplemente la llama la teoría de los cubanos y de los americanos. Según esta alucinante interpretación de la historia cubana de los últimos sesenta años, los cubanos hemos vivido de la bobería de nuestros vecinos todo ese tiempo.

No se piense para nada que mi amigo es un absoluto ignorante de nuestra historia. Por el contrario, pocos panelistas de los que suele reunir Randy Alonso en su Mesa Redonda podrían competir con él en este tema, si es que en ese espacio televisivo algún día se permitiera la confrontación de criterios y el debate libre. Y es gracias a ese conocimiento que dice estar seguro de que en algún momento de mayo de 1955 se reunieron en Kuquine, la finca de Batista en las afueras de La Habana, todos los que importaban en ese momento en la política y la economía cubana. Pruebas concretas no tiene, solo un par de borrosos testimonios escuchados al borde de la demencia senil de sus testimoniantes, antiguos empleados de la finca. Estos ubican en aquel encuentro a personalidades tan disímiles como Fulgencio Batista, el cardenal Arteaga, Juan Marinello, Carlos Prío, Fidel Castro, Enrique Loynaz del Castillo, Conrado Marrero, Julio Lobo, Miguel Ángel Quevedo y un largo etcétera de casi un centenar y medio de convocados.

¿Qué pudieron discutir allí estos personajes tan disímiles, algunos de los cuales sostenían posiciones en apariencias irreconciliables? Según este afroamericano con demasiados humos en la cabeza, el futuro de Cuba. Y en realidad es tan claro en su descripción de lo sucedido y los argumentos con que defiende su visión tan convincentes, que a ratos me pregunto si el de la mollera algo tapiada no seré yo.

Fue el azucarero Eutimio Falla quien tomó la palabra y dijo más o menos:

‒ Caballero, no sigamos comiendo más mierda. En unos años, ni con azúcar ni sin azúcar va a haber país si no encontramos otra manera de buscarnos los frijoles de la patria.

‒ Chico, ¿y qué se puede hacer? ‒, preguntó el expresidente Grau.

‒ Señores, los veteranos han pensado en una solución que, si nos sale bien, va a ponernos a vivir como Carmelina, sin tener ni tan siquiera que rogar porque el viento, con su movimiento, nos tumbe la caña... –, comenzó Aníbal de Mar, quien fungía de moderador del encuentro.

Según esta alucinante interpretación de la historia cubana de los últimos 60 años, los cubanos hemos vivido de la bobería de nuestros vecinos todo ese tiempo

‒ Para no andarnos por las ramas, señores, no tendremos petróleo. Pero, ¿para qué tenemos a los americanos a menos de 90 millas de Guanabo? ‒, lo interrumpió cortante el General Loynaz del Castillo, con ese aspecto marcial que sus 84 años no habían podido quitarle.

Muy resumido, sin entrar en detalles, el plan de los veteranos era este: había que armar primero un revolico bastante gordo y establecer luego un Gobierno que desafiara a los americanos a muerte. - No, no se me preocupen -, atajó el general los murmullos que recorrieron la asamblea al mencionar lo del desafío.

‒ Caballeros, caballeros, ‒intervino el expresidente de la Liga de las Naciones y coronel del Ejército Libertador, Cosme de la Torriente. Como muy bien se sabe, los americanos tienen sus debilidades. A los americanos, con su mentalidad de comerciantes, si algo de verdad no les hace gracia es matar a cualquier posible cliente de sus negocios. A diferencia de los nazis, nunca han entendido que cuando uno se mete en otro país lo más saludable es comenzar por fusilar a todo el que tenga la más remota posibilidad de en algún momento convertirse en un partisano.

Con lo del desafío ‒"que si sabemos hacer las cosas no conducirá a una intervención", abundó para tranquilizar a la audiencia don Cosme‒, se garantizaría que una parte considerable de los cubanos, en específico a los que no les disgustaba trabajar ‒aunque eso sí, al fresco (y si es de aire acondicionado, mejor)‒, pudieran emigrar a los EE UU sin visas y hasta con condiciones especiales. Mientras, a los que lo de jorobar el lomo no les gustaba ni un poquito, se les abriría la posibilidad de quedarse en la Isla y vivir de sonsacarle el sustento de cada día a cuanto envidioso, o simplemente enemigo de los americanos, existiera en este mundo, habitado al parecer en un 90% por gente semejante. Con el único esfuerzo de una vez al mes irse a gritar a la Plaza Cívica (entonces por inaugurar y cuya terminación Batista prometió acelerar): "¡Fulano de tal, aprieta, que a Cuba se respeta!" y poner cara de indios americanófagos frente a las cámaras de los corresponsales extranjeros en la Isla.

‒ Lo primero ‒, explicó Leopoldo Fernández tras darle todo su apoyo entusiasta al ingenioso plan de los veteranos, ‒ es elegir al tal Fulano.

Según mi amigo, en esto no hubo mayor dificultad. En su fuero interno, para absolutamente todos los asistentes, en Cuba no había vivido en toda su historia nadie con la prestancia para hacer creíble el papel del tal Fulano como ese muchachón, Fidel Castro, que allá, a la derecha de Batista, intentaba meter la cuchareta en todo. Era tal la coincidencia que ni votación hubo de hacerse. Tres Patines no había terminado de hablar cuando ya todos, de modo automático, dirigieron sus miradas hacia el muchachón que, por su parte, buscó su reflejo en uno de los espejos laterales que adornaban el salón.

"Lo que sucedió después es bien conocido", agrega mi amigo con esa cara impasible de poseedor de la verdad objetiva, estadística, que suele dejarles a los americanos de cualquier color una beca en Harvard.

"Como se pactó aquella tarde en que se devoraron medio centenar de puerquitos asados y se bebieron varios miles de cervezas Polar, se simuló a partir de ese mismo instante una guerra civil que terminó con la entrada triunfal de Fidel Castro en La Habana. Luego, cada cual tomó el camino que le había salido en el sorteo de aquella tarde: Batista, Quevedo y Julio Lobo, el del destierro; Castro, Marinello, Grau y Conrado Marrero se quedaron. Fidel Castro comenzó casi de inmediato con sus discursos de 'vengan, norteamericanos, y atrévanse a tumbarme esta pajita del hombro'. Mientras, los emigrados se valían de cuanto medio estuviera a su alcance para darle cuerda a la opinión pública y a los gobernantes de mi país con lo de que aquel loco era una especie de nuevo Atila (mi amigo llega a afirmar que la superproducción del mismo nombre, filmada por aquellos mismos años, no fue más que un detalle más dentro de la operación de nosotros, los cubanos).

Los cubanos de las nuevas generaciones a los que les gusta trabajar tienen abiertas las puertas de mi país. Los cubanos que odian el trabajo siguen viviendo en la Isla, ahora gracias a Venezuela

Por su parte, el primer enemigo a quien sonsacarle lo necesario no tardó en aparecer. Los bolos, los soviéticos, que es como todos ustedes, supuestos amigos y enemigos verdaderos, los denostaban. Mientras que allá en Washington los cubanos, con ese aquello de bichos que nadie les puede negar, no tardaron en tener más gente en el Congreso que los mismos judíos, mientras al sur se compraban Florida y media con viejos de Chicago y caimanes incluidos.

Aún sesenta años después ese tinglado de ustedes les rinde frutos. Los cubanos de las nuevas generaciones a los que les gusta, o por lo menos no les disgusta trabajar, gracias a la Ley de Ajuste Cubano tienen abiertas de par en par las puertas de mi país. Los cubanos que odian el trabajo siguen viviendo en la Isla, ahora gracias a Venezuela, o a Brasil en menor medida, en la esperanza de que algún día se pueda encontrar la manera de enredar a los chinos, gente dura de pelar, en verdad, cuando no han caído en las redes de ustedes."

De más está decir que un solo contraargumento es capaz de volverme a la realidad, cuando yo también comienzo a dejarme seducir por la firme y a la vez sobria arquitectura de la interpretación histórica de mi amigo: el que para nada sea creíble que Fidel Castro se prestara a jugar el juego de nadie más. Pero, ¿y si su soberbia pantagruélica no es más que parte del plan mismo, como sostiene mi amigo? Debo admitir que, como a cualquier otro cubano de casta, esta duda suele retrasarme la llegada del sueño... incluso, hasta tres o cuatro minutos.

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