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Reforma migratoria: alegrarse o conformarse

Yoani Sánchez

17 de octubre 2012 - 02:14

A mi maleta se le gastaron las rueditas en cinco años de trasegar por la casa de una esquina a otra. La ropa interior que estaba guardada en el pequeño neceser perdió la tensión de los elásticos y el color se le desvaneció. Los boletos de avión que nunca utilicé se vencieron, después de posponerlos una y otra vez, para terminar en la basura. Mis amigos me despidieron en tantas ocasiones y en tantas ocasiones no me fui, que el adiós se volvió rutina. El gato hizo suyo aquel bolso de mano que jamás logró entrar en un avión y la perra mordisqueó los zapatos destinados a una gira que no pude emprender. La estampa de una “Virgen del buen Viaje”, que me regaló un amigo, tampoco resistió la prueba del tiempo y hasta el brillo de los ojos se le apagó.

Después de cinco años de exigir mi derecho a viajar fuera del país, hoy me he despertado con la noticia de un reforma migratoria. La primera impresión fue gritar un ¡hurra! en medio de la madrugada, pero a medida que avanzaba el día me percaté de las deficiencias de la nueva ley. Finalmente, ha quedado erradicado el oprobioso Permiso de Salida y la también ultrajante carta de invitación que necesitábamos para salir de nuestro propio país. Sin embargo, ahora en la propia confección y validación del pasaporte se definirá quiénes lograran franquear las fronteras nacionales y quiénes no. Aunque los costos de los trámites se abaratan e imagino que el tiempo de duración se acorta, esta no es la nueva ley de migración que estábamos aguardando. Demasiado limitada, demasiado estrecha. Pero al menos ha quedado por escrito una legalidad a partir de la cual ahora empezaremos a exigir, protestar, denunciar.

En mi caso, voy a creer –hasta el 14 de enero de 2013- que no estoy en ninguna “lista negra” y que los filtros ideológicos para salir han llegado a su fin. Rellenaré la solicitud para un nuevo pasaporte y aguardaré con esa dosis de ingenuidad que necesito para sobrevivir, para no convertirme en una apática. Allí estaré cuando abran las oficinas para decidir cuáles cubanos lograran abordar un vuelo y cuáles seguirán bajo el “encierro insular”. Y mi maleta irá a mi lado, con la ropa interior  desvaída, los zapatos que nunca estrené, y una estampa pálida de María que ya no sabe si se va o si regresa, si hay motivos para alegrarse o para conformarse.

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