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No lo saben todo, mi amor, no lo saben…

Yoani Sánchez

14 de febrero 2012 - 08:17

¿Habrá micrófonos aquí? me preguntas mientras clavas tu mirada en cada esquina de la habitación. No te preocupes, te digo, mi existencia va con los huesos afuera, con el dobladillo saliéndose por el costado. No hay lugar oscuro, cerrado, privado… porque vivo como si caminara a través de un enorme aparato de rayos X. Aquí está la clavícula que me partí siendo niña, la pelea que tuvimos ayer por una nimiedad doméstica, la carta amarillenta que guardo al fondo de la gaveta. Nada nos salva del escrutinio, amor, nada nos salva. Pero hoy -al menos por unas horas- no pienses en el policía al otro lado de la línea telefónica, ni en la cámara de ojo redondeado que nos capta. Esta noche vamos a creernos que sólo nosotros nos curioseamos uno al otro. Apaguemos la luz y por un rato mandémoslos al diablo, desarmémosles sus manidas estrategias de fisgoneo.

Con tantos recursos gastados en observarnos y les hemos escamoteado la faceta primordial de nuestra vida. No saben –por ejemplo- ni un solo vocablo de ese idioma conformado durante veinte años juntos y que usamos sin siquiera despegar los labios. Sacarían cero en cualquier examen para descifrar el complejo código con que nos decimos lo nimio y lo urgente, lo cotidiano y lo extraordinario. De seguro en ninguno de los perfiles psicológicos que han hecho sobre nosotros se narra cómo peinas mis cejas y adviertes en broma que si siguen revueltas terminaré por parecerme a Brézhnev. Nuestros vigilantes, pobre de ellos, nunca han leído la primera canción que me hiciste, mucho menos aquel poema donde decías que algún día iríamos a Sidney o a Bagdad. No nos perdonan, además, que a cada tanto nos escapemos de ellos -sin dejar rastro- sobre la diástole de un espasmo.

Como el agente Wiesler, en el filme La vida de los otros, ahora mismo alguien nos escucha y no nos comprende. No entiende por qué después de discutir por una hora nos acercamos y nos damos un beso. El atónito policía que sigue nuestros pasos no logra clasificar nuestros abrazos y se pregunta cuán peligrosas para “la seguridad nacional” serán esas frases que me dices sólo al oído. Por eso te propongo, amor, que esta noche lo escandalicemos o lo convirtamos. Hagámosle despegar el oído de la pared o en su lugar obliguémosle a garabatear sobre una hoja: “1.30 am, los objetivos hacen como que se quieren”.

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