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Albañales del Surgidero

El Surgidero de Batabanó. (14ymedio)
Reinaldo Escobar

02 de abril 2015 - 08:00

La Habana/"Aquí la tierra se hunde para entrar en el mar", dice un guajiro de piel curtida, cuyo rostro es como un mapa con bahías y pantanos. En la costa sur de Mayabeque, se extiende un lugar que quiere trascender su fatalidad de zona baja y donde cada año las aguas ganan un trozo de la batalla al suelo firme. A pesar de su lento desaparecer bajo la marea, el Surgidero de Batabanó resulta también un sitio apreciado por su abundancia de camarón, langosta y esponjas.

"En este pueblo es donde se comen los mariscos más baratos de toda la región occidental", alardea un hombre que dice haberse graduado de técnico en explotación del transporte marítimo en la lejana Unión Soviética. Su título es de aquellos años en que la URSS acogía estudiantes cubanos en sus universidades para formar un ejército de constructores del futuro. Ahora, el hombre y su familia hacen jaulas ilegales para cazar crustáceos y venderlos en el mercado ilegal.

A ambos lados de la calle principal del Surgidero hay un cauce a cielo abierto que transfiere las aguas albañales hacia el fangoso Golfo de Batabanó. Allí todo se mezcla: la sal y las inmundicias, la espuma y los residuos. Como el territorio apenas se eleva cinco metros sobre el nivel del mar, las zanjas que pasan frente a las viviendas siempre están llenas y en su superficie flota todo aquello que el débil declive no logra hacer fluir.

Cualquier cínico redactor de postales turísticas pudiera hacer un paralelismo con Venecia, pero los vecinos creen que sería mejor construir un alcantarillado

Cualquier cínico redactor de postales turísticas pudiera hacer un paralelismo con Venecia, pero los vecinos creen que sería mejor construir un alcantarillado. Cada casa tiene su propio puente para saltarse la maloliente cuneta, pero cuando llueve todo se desborda y hay días en los que las aguas negras en lugar de fluir parecen crecer, tratando de llegar hasta la sala de cada hogar.

Los habitantes del poblado nunca se han acostumbrado a esta situación, que data desde cuando se trazaron las calles y la zanja de desagüe prometía ser provisional. Muy por el contrario, el asunto no deja de plantearse en reuniones del Poder Popular y son muchas las cartas sin respuesta que han descrito el asunto. En ellas exponen los perjuicios para la salud, el paisaje, el turismo y hasta la vergüenza de los pobladores que no saben cómo explicarles a sus visitantes tanta hediondez.

"Esas aguas van a terminar tragándonos un día", vaticina un vecino, que ha visto como el mar y la desidia le ganan la partida al Surgidero de Batabanó.

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