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Declaraciones del secretario John Kerry en la ceremonia de reapertura de la embajada de EE UU en La Habana

14 de agosto 2015 - 22:21

Por favor, tomen asiento. Muchas, muchas gracias. [En español:] Muchas gracias. Buenos días. Siento que hayamos llegado un poquito tarde, pero que hermoso viaje y que maravilloso estar aquí. Y gracias por dejar mi futuro vehículo aquí, detrás de mí [tres almendrones estacionados en el Malecón]. Me encanta. [Risas.]

Distinguidos miembros de la delegación cubana –Josefina, gracias por su liderazgo y por todo el trabajo de su delegación–; excelencias del cuerpo diplomático; mis colegas del pasado y actuales de Washington; embajador DeLaurentis y todo el personal de la embajada; y amigos que nos están viendo en todo el mundo, gracias por acompañarnos en este momento verdaderamente histórico, mientras nos preparamos para izar la bandera de Estados Unidos en nuestra embajada en La Habana, que simboliza el restablecimiento de las relaciones diplomáticas después de 54 años. Esta es también la primera vez que un Secretario de Estado de los Estados Unidos visita Cuba desde 1945. [Aplausos.]

Esta mañana, me siento como en casa aquí, y estoy agradecido a los que han venido a participar en esta ceremonia, quienes están de pie frente a nuestras instalaciones, y me siento como en casa, porque esta es verdaderamente una ocasión memorable, un día para dejar de lado las viejas barreras y explorar nuevas posibilidades.

Y es con ese espíritu que yo digo en nombre de mi país, [en español] los Estados Unidos acogen con beneplácito este nuevo comienzo de su relación con el pueblo y el gobierno de Cuba. Sabemos que el camino hacia unas relaciones plenamente normales es largo pero es precisamente por ello que tenemos que empezar en este mismo instante. No hay nada que temer ya que serán muchos los beneficios de los que gozaremos cuando permitamos a nuestros ciudadanos conocerse mejor, visitarse con más frecuencia, realizar negocios de forma habitual, intercambiar ideas y aprender los unos de los otros.

Amigos, estamos reunidos aquí hoy porque nuestros líderes, el presidente Obama y el presidente Castro, tomaron la valiente decisión de dejar de ser prisioneros de la historia y centrarse en las oportunidades de hoy y de mañana. Esto no quiere decir que debamos olvidar el pasado. ¿Cómo podríamos hacerlo después de todo? Al menos para mi generación, las imágenes son indelebles.

En 1959, Fidel Castro visitó Estados Unidos y fue recibido por multitudes entusiastas. Al año siguiente regresó a la Asamblea General de la ONU, y fue abrazado por el primer ministro soviético Nikita Kruschov. En 1961, se produjo la tragedia de la Bahía de Cochinos, donde el presidente Kennedy aceptó la responsabilidad. Y en octubre de 1962, surgió la crisis de los misiles: 13 días que nos empujaron hasta el umbral de una guerra nuclear. Yo era un estudiante en ese entonces, pero todavía puedo recordar las caras tensas de nuestros líderes, los mapas lúgubres que mostraban el movimiento de las naves de oposición, la fecha límite que se acercaba, y aquella palabra peculiar "cuarentena". Estábamos inquietos y con incertidumbre respecto al futuro, porque no sabíamos cuando cerráramos los ojos por la noche que íbamos a encontrar cuando nos despertáramos.

En ese ambiente gélido, las relaciones diplomáticas entre Washington y esta ciudad capital se hicieron tensas, luego se fueron debilitando, hasta que se cortaron. A finales de 1960, el embajador de Estados Unidos partió de La Habana. A comienzos del enero siguiente, Cuba exigió un gran recorte en la dimensión de nuestra misión diplomática y entonces el presidente Eisenhower decidió que no tenía más alternativa que cerrar la embajada.

La mayor parte del personal estadounidense partió rápidamente, pero unos pocos se quedaron para entregar las llaves a nuestros colegas suizos, que servirían diligente y honorablemente como nuestro poder protector durante más de 50 años. Acabo de reunirme con el ministro de Asuntos Exteriores, Didier Burkhalter, y siempre estaremos agradecidos a Suiza por su servicio y ayuda. [Aplausos.]

Entre los que permanecieron en la embajada había tres miembros de la Infantería de Marina: Larry Morris, Mike East, y Jim Tracy. Cuando ellos salieron, se encontraron con una gran multitud que se ubicaba entre ellos y el asta de la bandera. Había mucha tensión. Nadie se sentía seguro. Pero los marines tenían una misión que cumplir. Poco a poco, la multitud se apartó mientras ellos se abrían camino hacia el asta de la bandera, arriaron la "Vieja Gloria" [la bandera de Estados Unidos], la doblaron, y regresaron al edificio.

Larry, Mike y Jim no sólo habían cumplido con su misión, sino que también ellos se hicieron una promesa audaz: que algún día regresarían a La Habana para izar nuevamente la bandera.

En ese momento, nadie se podría haber imaginado cuán distante estaba ese día.

Durante más de medio siglo, las relaciones entre Estados Unidos y Cuba estuvieron suspendidas en el marco de la política de la Guerra Fría. Mientras tanto toda una generación de estadounidenses y cubanos fueron creciendo y fueron envejeciendo. Estados Unidos tuvo diez nuevos presidentes. En una Alemania unida, el muro de Berlín es un recuerdo que se va desvaneciendo. Liberada de los grilletes soviéticos, Europa Central es de nuevo el hogar de democracias que prosperan.

Y la semana pasada, estuve en Hanói con motivo del 20º aniversario de la normalización de las relaciones entre Estados Unidos y Vietnam. Piensen en ello. Una larga y terrible guerra que dejó cicatrices indelebles en cuerpos y mentes, seguida de dos décadas de sanación mutua, seguida por otras dos décadas de compromisos diplomáticos y comerciales. Durante todo ese período, Vietnam evolucionó de ser un país desgarrado por la violencia, a una sociedad dinámica con una de las economías de más rápido crecimiento del mundo. Y durante todo ese tiempo, a través de la reconciliación, a través de la normalización, las relaciones cubanoestadounidenses permanecieron aferradas al pasado.

Mientras tanto, las nuevas tecnologías han permitido que personas en todas partes del mundo se beneficien de proyectos compartidos a través de vastas extensiones de océanos y tierra. Amigos, no se necesita tener un GPS [sistema de posicionamiento global] para darse cuenta de que el camino del aislamiento y distanciamiento mutuo que Estados Unidos y Cuba han recorrido no es el correcto, y que ha llegado la hora de que avancemos en una dirección más prometedora.

En Estados Unidos, eso significa reconocer que la política de Estados Unidos no es el yunque en el que el futuro de Cuba será forjado. Dejando de lado las décadas de buenas intenciones, las políticas del pasado no han dado lugar a una transición democrática en Cuba. Sería igualmente poco realista esperar que normalizar las relaciones tenga un impacto transformador a corto plazo. Después de todo, el futuro de Cuba depende de los cubanos. La responsabilidad por la naturaleza y la calidad de la gobernanza y la rendición de cuentas se apoyan, como debe ser, no en ninguna entidad externa; sino únicamente en los ciudadanos de este país.

Pero los líderes en La Habana –y el pueblo cubano– también deben saber que Estados Unidos seguirá siendo siempre el líder de los principios y de las reformas democráticas. Al igual que muchos otros gobiernos dentro y fuera de este hemisferio, seguiremos instando al gobierno cubano a cumplir sus obligaciones en virtud de los acuerdos de derechos humanos de la ONU e Interamericanos: obligaciones que son compartidas por los Estados Unidos y todos los demás países de las Américas.

Y, por supuesto, estamos convencidos de que el pueblo de Cuba estaría mejor servido por una auténtica democracia, donde las personas sean libres de elegir a sus líderes, de expresar sus ideas, y practicar su fe; donde el compromiso con la justicia económica y social se realice con mayor plenitud; donde las instituciones respondan ante aquellos a quienes sirven; y donde la sociedad civil sea independiente y se permita que florezca.

Permítanme ser claro: el establecimiento de relaciones diplomáticas normales no es algo que un gobierno haga para hacerle un favor a otro. Es algo que dos países hacen juntos cuando ha de beneficiar a los ciudadanos de ambos países. Y en este caso, la reapertura de nuestras embajadas es importante en dos niveles: de pueblo a pueblo y de gobierno a gobierno.

En primer lugar, creemos que es útil para que los pueblos de nuestros países puedan aprender más uno de otro, conocerse uno a otro. Por eso nos alienta que los viajes de Estados Unidos a Cuba ya hayan aumentado en un 35 por ciento desde enero y sigan aumentando. Nos alienta que cada vez más empresas estadounidenses estén explorando alternativas comerciales aquí que crearían oportunidades para el creciente número de los propios emprendedores cubanos. Y nos alienta que las empresas estadounidenses estén interesadas en ayudar a Cuba a expandir sus conexiones de telecomunicaciones e Internet, y que el gobierno cubano recientemente se comprometiera a crear docenas de nuevos y más asequibles puntos de conexión wifi.

También queremos reconocer el papel especial que está desempeñando la comunidad cubanoestadounidense en la construcción de una nueva relación entre nuestros países. Y, de hecho, tenemos con nosotros esta mañana a representantes de esa comunidad, algunos de los cuales nacieron en aquí en Cuba y otros que nacieron en Estados Unidos. Con sus fuertes lazos culturales y familiares, ellos pueden aportar mucho al espíritu de cooperación bilateral y progreso que estamos intentando crear, al igual que han contribuido en gran medida a las comunidades en su tierra de adopción.

La restauración de los vínculos diplomáticos también hará que sea más fácil la interacción entre nuestros gobiernos. Después de todo, somos vecinos, y los vecinos siempre tienen mucho que hablar en áreas tales como la aviación civil, la política migratoria, la preparación ante desastres, la protección del medioambiente marino, así como otros asuntos más difíciles y complejos. Normalizar las relaciones facilitará el diálogo; y dialogar permitirá profundizar el entendimiento mutuo, incluso cuando sabemos muy bien que no vamos a estar de acuerdo en todo.

Todos somos conscientes de que a pesar de la nueva política del presidente Obama, el embargo general de Estados Unidos al comercio con Cuba se mantiene en vigor y sólo puede ser levantado por la acción del Congreso; un paso que favorecemos firmemente. Por ahora [aplausos]... Por ahora, el presidente ha tomado medidas para aliviar las restricciones a las remesas, las exportaciones e importaciones para ayudar a los empresarios privados cubanos, en materia de telecomunicaciones, y los viajes de familias, pero queremos ir más allá. El objetivo de todos estos cambios es ayudar a los cubanos a conectarse con el mundo y mejorar sus vidas. Y así como estamos haciendo nuestra parte, instamos al gobierno cubano para que haga menos difícil para sus ciudadanos el poder iniciar un negocio, participar en el comercio, y acceder a información en internet. El embargo siempre ha sido algo así como una calle de doble sentido: ambas partes tienen que eliminar las restricciones que se han establecido y que han estado rezagando a los cubanos.

Antes de concluir, deseo agradecer sinceramente a los líderes de todas las Américas quienes por mucho tiempo han instado a Estados Unidos y a Cuba a restaurar los vínculos normales. Agradezco también al Santo Padre, el papa Francisco, y al Vaticano, por apoyar el inicio de un nuevo capítulo en las relaciones entre nuestros países. Y creo que no es casualidad que el Santo Padre venga aquí y luego vaya a Washington, en Estados Unidos, en estos momentos. Aplaudo al presidente Obama y al presidente Castro por tener el valor de unirnos, incluso enfrentando una oposición considerable. Estoy muy agradecido a la secretaria de Estado adjunta, Roberta Jacobson y a su equipo, a nuestras contrapartes en el Ministerio de Relaciones Exteriores de Cuba, a nuestro jefe de misión, el embajador Jeff DeLaurentis, y su extraordinario personal, por todo el trabajo en preparación de este día. Y permítanme decirle a nuestro maravilloso personal de la embajada: si creen que han estado ocupados en estos últimos meses, mejor se ajusten el cinturón de seguridad. (Risas).

Pero, sobre todo, deseo rendir un homenaje al pueblo de Cuba y a la comunidad cubanoestadounidense en Estados Unidos. José Martí dijo una vez que "todo lo que divide a los hombres ... es un pecado contra la humanidad". Claramente, los acontecimientos del pasado: las duras palabras, los actos de provocación y represalia, las tragedias humanas; han sido una fuente de profunda división que ha disminuido nuestra humanidad común. Ha habido demasiadas jornadas de sacrificio y dolor; demasiadas décadas de desconfianza y miedo. Por eso me siento alentado por los muchos que, en ambos lados del estrecho, ya sea por vínculos familiares o por el simple deseo de reemplazar la ira por algo más productivo, han respaldado nuestra búsqueda de un mejor camino.

Hemos comenzado a avanzar por ese camino sin engañarnos sobre lo difícil que pueda ser. Pero ambos tenemos confianza en nuestras intenciones, confianza en los contactos que hemos hecho, y complacidos por las amistades que hemos comenzado a forjar.

Y tenemos la certeza de que este es el momento de acercarnos unos a los otros, como dos pueblos que ya no son enemigos ni rivales, sino vecinos. Es el momento de desplegar nuestras banderas, enarbolarlas y hacerle saber al resto del mundo que nos deseamos lo mejor los unos a los otros.

[En español] Estamos seguros de que este es el momento de acercarnos, dos pueblos ya no enemigos ni rivales sino vecinos, es el momento de desplegar nuestras banderas, enarbolarlas, hacerle saber al resto del mundo que nos deseamos lo mejor los unos a los otros.

Es con esa misión de sanación en mente, que me dirijo ahora a Larry Morris, Jim Tracy y Mike East. Hace cincuenta y cuatro años, ustedes, caballeros, prometieron volver a La Habana e izar la bandera que arriaron en la Embajada de Estados Unidos en aquel día de enero hace ya mucho tiempo. Hoy, los invito, en nombre del presidente Obama y el pueblo de Estados Unidos, a cumplir esa promesa de presentar la bandera de las barras y estrellas para que sea izada por los miembros de nuestro actual destacamento militar.

Larry, Jim, Mike. Esta es el momento de cumplir con las palabras que harían orgulloso a cualquier diplomático, al igual que enorgullecerían a cualquier miembro del Cuerpo de Infantería de Marina de los Estados Unidos: promesa hecha, promesa cumplida. Gracias.

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