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Éxito y fracaso de los candidatos independientes

La ausencia de candidatos independientes desenmascara el discurso que pretende presentar las elecciones cubanas como las más democráticas del mundo

Una mujer mira las biografías de los candidatos antes de votar en las elecciones municipales en Cuba. (14ymedio)
Reinaldo Escobar

20 de diciembre 2017 - 21:11

La Habana/Aunque desde el punto de vista legal y teórico el concepto de “candidato independiente” resulta inapropiado en el contexto de los actuales procesos electorales cubanos, esta es la fórmula que ha impuesto el uso para denominar a esos hombres y mujeres que intentaron ser nominados como candidatos a delegados a las Asambleas Municipales en este 2017 sin contar con el respaldo o la aceptación del Partido Comunista de Cuba.

En los países democráticos, donde funciona el pluripartidismo y las personas con inclinaciones políticas presentan plataformas para conquistar al electorado, se le llama candidato independiente al aspirante que pretende ser elegido sin representar a alguna agrupación partidista y que acude a la competencia por los votos a título personal.

La Ley Electoral vigente deja bien claro que “el partido no postula candidatos” y que es la Asamblea de Área de las circunscripciones la que propone y vota a mano alzada por aquellos que “reúnen los méritos suficientes”. Sin embargo, en la práctica no fue posible ni siquiera nominar a uno solo de aquellos que fueron propuestos desde iniciativas alternativas.

La única vez que se ha conseguido dar unos pasos en este sentido fue en abril de 2015 cuando en dos circunscripciones de La Habana, Hildebrando Chaviano y Yuniel López, lograron aparecer en las boletas electorales. Las comisiones electorales correspondientes se encargaron de redactar sus biografías donde se les describía como "elementos contrarrevolucionarios". Obviamente ninguno fue elegido en las urnas.

La Ley Electoral vigente deja claro que “el partido no postula candidatos” y que es la Asamblea de las circunscripciones la que propone y vota a mano alzada por aquellos que “reúnen los méritos suficientes”

En el proceso de nominación recientemente concluido estaba previsto que más de un centenar de candidatos inconformes fueran propuestas en estas Asambleas de Área. El repertorio de obstáculos interpuesto fue vasto y hasta imaginativo. Hubo detenciones arbitrarias de aspirantes y de presumibles electores dispuestos a proponerlos, repentina modificación de fechas y citaciones exprés de último minuto sin avisar a los interesados, cambios en turnos hospitalarios para ingresar a familiares cercanos e incluso inesperadas propuestas de ansiadas cirugías.

Pero sobre todo, en cada uno de los lugares donde “el independiente” logró que alguien lo propusiera o que se propuso a sí mismo, un piquete de indignados electores dio rienda suelta a su intolerancia revolucionaria y con el beneplácito de quienes dirigían la actividad escarnecieron con todo tipo de insultos a quienes se habían atrevido a semejante desafío.

Para nadie es un secreto que, si alguno hubiera sido nominado, lo más probable es que no hubiera obtenido la mayoría en las votaciones o, que de ocurrir el milagro, no hubiera tenido ninguna oportunidad de ser candidato a la Asamblea Provincial y mucho menos al Parlamento. De todo esto se desprende una pregunta inevitable: ¿Qué sentido tiene entonces tanto esfuerzo, tanto riesgo?

La vara para medir el éxito o el fracaso de estas iniciativas no es, como pudiera suponerse, el número de escaños conquistados sino, aunque parezca demasiado metafórico, la cantidad de desenmascaramientos que se producen en el discurso que pretende presentar las elecciones cubanas como las más democráticas del mundo.

Para nadie es un secreto que, si alguno hubiera sido nominado, lo más probable es que no hubiera obtenido la mayoría en las votaciones o no hubiera tenido ninguna oportunidad de ser candidato a la Asamblea Provincial y mucho menos al Parlamento

Ante un auditorio, conformado por cuadros del PCC, y refiriéndose a las iniciativas de promover candidatos independientes, el primer vicepresidente, Miguel Díaz-Canel, presumible sustituto de Raúl Castro en febrero de 2018, confesó lo siguiente: "Ahora estamos dando todos los pasos para desacreditar eso, para que la gente tenga una percepción de riesgo”.

Con esa declaración infringía el artículo 171 de la legislación electoral que establece que “todo elector solo tomará en cuenta, para determinar a favor de qué candidato depositará su voto, sus condiciones personales, su prestigio y su capacidad para servir al pueblo y donde se prohíbe todo tipo de campaña electoral (a favor o en contra)”.

Todos los miembros uniformados de la Policía Nacional Revolucionaria, los agentes de civil de la Seguridad del Estado y los cientos, quizás miles de militantes del Partido y cuadros de organizaciones de masas involucrados en estas maniobras, ya no tienen derecho a decir que son ajenos a la trampa. Podrán invocar obediencia o disciplina debida, pero no inocencia.

A quienes diseñan estas estrategias se les escapó el detalle de que con solo haber aceptado (incluso fabricado) un opositor electo, podrían haber convencido más de la supuesta limpieza del proceso que con toda la torpe demostración de soberbia e intolerancia que se vieron obligados a desencadenar para impedir las nominaciones no comprometidas con el Partido Comunista.

El cierre de las vías pacíficas solo sirve para abrirle las puertas a la violencia si no logra establecerse la más abyecta sumisión.

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Nota de la Redacción: Este texto ha sido publicado previamente en la revista Convivencia, de Pinar del Río.

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