"Nos suben la pensión y los precios suben más rápido. Es como correr detrás de una guagua que no se para"
Economía
En la cola del banco de San José de las Lajas se habla más de economía que en el Parlamento cubano
San José de las Lajas (Mayabeque)/La fachada del Banco de Crédito y Comercio de San José de las Lajas está desconchada aquí y allá. Frente a la oficina, la cola se estira a lo largo de la Avenida 47 como una cuerda floja entre el cansancio y la esperanza. Sergio, con el sombrero ladeado y las manos apoyadas en el bastón, observa el vaivén de los autos y suelta una frase que se pierde en el calor: "Me pasé la vida trabajando para morirme de hambre al jubilarme".
El anciano dice que no tiene apuro por cobrar la chequera. "Total, no me alcanza ni para una libra de arroz, frijoles y una bobería más." Desde que el Gobierno anunció en julio el aumento a las pensiones y jubilaciones, las colas en los bancos se llenan de la misma ironía: más dinero y menos poder adquisitivo. La inflación interanual que a mediados de mes alcanzaba el 39%, según el economista estadounidense Steve Hanke, ha subido al 45,7% de acuerdo con la misma fuente. Además, el experto sitúa la pérdida de valor del peso cubano frente al dólar en un 30% desde inicios de este año.
En el bolsillo de Sergio el dinero sale a una velocidad que apenas logra conservar unos pocos billetes pasados las dos primeras semanas del mes. El Índice de Precios al Consumidor no deja de subir, empujado por los alimentos, el transporte y la electricidad. Cada peso que llega a la cartera vale un poco menos que la semana anterior y el pensionado bien que lo sabe, dado que no recibe remesas en divisas.
En la fila del banco se multiplica la misma angustia ante el costo de la vida. Un perro y su dueño se sientan en un saliente cerca del cajero automático, porque el aparato está fuera de servicio: sin efectivo y sin conexión con la oficina central. "Esto parece un museo del dinero", murmura Letty, que viene a cobrar la pensión de su madre. "El mes pasado nos dieron billetes de 5 y 10 pesos. Para comprar un cartón de huevos hay que cargar una carretilla de papel".
Los trabajadores del banco hacen lo que pueden. Dos empleadas atienden varias ventanillas a la vez, mientras el portero intenta imponer orden sin mucha suerte. "Cuando vino el primer pago con el aumento, lo hacían por edades, ahora es el sálvese quien pueda de siempre", detalla otro jubilado que aguarda para cobrar. El hombre cuenta a 14ymedio que custodia de vez en cuando una escuela o el cine local para sumar algo a su pensión. "Ahora por la chequera me dan 4.000 pesos y casi todo se me va en pastillas para la presión. Las compro en el mercado negro, porque en la farmacia no hay ni una aspirina".
Si el anciano pusiera sobre una mesa lo que puede comprar con el monto total de su jubilación mensual, el espacio que ocuparían esos productos sería pequeño. Una libra de carne de cerdo, que ya roza los 1.000 pesos en los más importantes mercados agropecuarios de la Isla, un par de libras de frijoles que sumarían 600, el litro de aceite que también se acerca a los 1.000, la pata de cebolla que supera los 500 y algo de salsa de tomate y un paquete de pastas rematarían la compra.
Las conversaciones frente a la sucursal giran en torno a esa canasta menguada y también a otros temas que golpean duramente a los jubilados: la falta de efectivo, los cortes de luz y el miedo a que el apagón llegue justo antes de cobrar. "Supuestamente el sistema funciona sin corriente, pero eso no se lo cree nadie", dice Letty. Los largos apagones paralizan los cajeros, la conexión digital, las transferencias y los cobros electrónicos, dejando a los bancos convertidos en locales donde todo se hace a mano.
La conversación es descarnada, sin consignas. Los clientes del banco entran a saco en cuestiones que los parlamentarios cubanos abordan con cautela. A diferencia de las discusiones entre delegados, siempre más subordinadas a la política que a la cartelera, los jubilados que esperan por cobrar son mordaces, críticos, no se creen las promesas de una mejoría a corto o mediano plazo.
La gente se abanica con los recibos y los viejos calendarios que reparten en el mostrador. Un hombre ofrece una diminuta barra de maní acaramelado por 80 pesos, pero nadie compra. "¿Cómo voy a permitirme comprar un dulce si eso me cuesta la merienda diaria de mi nieto para la escuela?", pregunta una mujer, sin esperar respuesta. El comentario flota en el aire junto al ruido de un motor viejo: un achacoso Chevrolet pasa dejando una estela de humo azul, como si recordara a todos que hasta la crisis económica tiene su olor.
"Cuba entera se ha vuelto una cola", dice Sergio, con el bastón entre las piernas. Una fila interminable donde se espera por algo que nunca llega: el salario prometido, el pan de cada día, la corriente que se va y regresa sin aviso. En los primeros días de octubre, el precio del arroz importado aumentó un 15% en apenas un mes, y los frijoles, el aceite y el pan subieron en proporciones similares. "Nos suben la pensión y los precios suben más rápido. Es como correr detrás de una guagua que no se para", dice el hombre, mirando cómo el reloj del banco marca las once y el sudor le empapa la camisa.
Poco antes del mediodía, una voz anuncia desde la puerta: "¡El sistema se cayó!". Un murmullo de resignación se extiende por la cola. Nadie se mueve. Algunos sacan sus móviles sin datos, otros se abanican más rápido. "Vuelvan mañana", dice una de las empleadas antes de cerrar la ventanilla. Sergio se levanta con esfuerzo, mira el cartel del Bandec y sonríe con ironía. "La única cosa que sube en este país es la temperatura", suelta, mientras se aleja con el bastón golpeando el pavimento.