“El tratamiento que te dan en la prisión lo dicta la Seguridad del Estado"
Presos Políticos
Luis Robles, "el joven de la pancarta", cuenta los malos tratos sufridos en la cárcel y la persecución contra su familia, incluso después de cumplir su pena de cinco años
Madrid/Antes de convertirse en preso político, Luis Robles era “un joven cubano más que estaba luchando por salir adelante”. En diciembre de 2020 su vida cambió cuando decidió plantarse en el boulevard de San Rafael, en Centro Habana, con un cartel que pedía el fin de la represión y la libertad del rapero Denis Solís, gesto que lo llevó a prisión. Cinco años después, exiliado en España, por primera vez cuenta detalles de su encarcelamiento, de las torturas físicas y psicológicas que sufrió y de las que fue testigo y de la ausencia total de garantías dentro del sistema penitenciario cubano, en una larga entrevista publicada por la plataforma Cuba X Cuba.
Robles empieza contando las motivaciones que lo llevaron a su protesta pacífica. “Ya cuando uno se convierte en padre, empieza a pensar un poco diferente, a buscar mejores opciones para brindarle a tu hijo”. Por eso decidió salir con un cartel. “Yo quería hacer algo que demostrara que no estaba de acuerdo con la situación, con la represión, la persecución, pensé hacerlo de la mejor manera para que no tuvieran con qué imputarme un cargo, una manera pacífica, sin alterar el orden”. Nunca imaginó todo lo que vendría después.
Robles cuenta que fue recluido primero en el Combinado del Este, en prisión preventiva con presos comunes, en “celdas con 20 personas, en un espacio de tres por cuatro metros, encerrado el día entero ahí en ese pequeño espacio”. Únicamente podían salir al patio “una o dos veces por semana, una hora”.
Quería hacer algo que demostrara que no estaba de acuerdo con la situación, con la represión, la persecución, de una manera pacífica, sin alterar el orden
Luego fue trasladado a las celdas grandes del mismo centro penitenciario, “espacios para 45 personas, eso era litera, litera, litera”. Allí convivían también presos comunes esperando juicio, mezclados con presos políticos, cuenta. Muchos que conocían su caso se le acercaban y “estaban orgullosos de saber que era yo el muchacho que había salido” con el cartel, dice.
Con los guardias era otra la historia. “El tratamiento que te dan en la prisión lo dicta la Seguridad del Estado, ellos te tratan como lo mande la Seguridad del Estado”. En su caso el tratamiento incluía vigilancia continua. “Me llevaban bastante recio, me hacían requisas a cualquier hora del día o de la noche”. Aunque todo lo que poseía estaba autorizado, “ellos lo hacían para joder”, añade. “Yo documentaba los abusos que empecé a ver en prisión, las torturas que le hacían a los presos, la forma de escarmentar y de sembrar miedo en los otros presos, y ellos empezaron a asediarme por eso”.
Entre esas torturas recuerda “varios presos que sufrieron de golpizas descomunales” y “otros que por castigarlos los tuvieron esposados frente a la reja de un día para otro”. Robles era de los que más castigos recibía: “A veces me buscaban para castigarme sin haber hecho nada. Me encadenaban de pies y manos con unas esposas especiales que allá les dicen Shakiras que se usan más con presos peligrosos, me tenían 3, 4 horas”. En ocasiones lo dejaban “mirando a la pared esposado”, y una vez “desde las seis de la mañana hasta las dos de la tarde”. Explica que “era para hacer daño, para torturarme, y descubrí que esas órdenes venían directamente de la Seguridad del Estado”.
Parte de la presión se debía a los intentos de convertirlo en informante. “El interés era doblegar, buscar que tú te sometieras, usarte como chivatón dentro de la prisión”.
Sin haber hecho nada, me encadenaban de pies y manos con unas esposas especiales, me tenían 3 o 4 horas así, a veces más, para torturarme
Las propias autoridades de la cárcel estimulaban la violencia de presos comunes contra presos políticos. En varias ocasiones se vio amenazado o en peligro, sobre todo cuando lo cambiaban de piso, pero los mismos presos lo alertaban “me decían, ‘oye, cuídate que te mandaron aquí para hacerte esto’”. Pero denunciarlo públicamente lo protegía en parte. “Todo lo que me pasaba yo se lo decía a mi mamá y lo denunciábamos en las redes”. A los otros presos les ofrecían “más comida, más teléfono… esos son los beneficios en la prisión” cuenta.
Las condiciones materiales también formaban parte del castigo. La comida, dice, era “horrible, venía putrefacta, con un mal olor que te daba deseo de vomitar”. Las hamburguesas “venían verdes, de falta de refrigeración”.
La atención médica era “pésima, pésima, pésima… muchas veces no se me brindó atención médica”. Solo lo atendían “cuando mi mamá iba y protestaba… ese día querían atenderme”. Lo demás era abandono: “me decían que no había medicamento, que esperara ahí”.
Desde la prisión, Robles también fue testigo directo de la ola represiva tras las protestas del 11 de julio de 2021: “Vi entrar gente con un brazo partido, gente con tiros dados, un señor mayor que le partieron los brazos, a un amigo le zafaron la mandíbula de una golpiza”. Llegaron menores: “muchachos de 17, 18 años… niños, menores de edad que no tenían que estar en una prisión de adultos”. Muchos habían sido detenidos por “estar parados en el portal de su casa” o “estar filmando”.
La comida era horrible, venía putrefacta, con un mal olor que te daba deseo de vomitar
Robles fue uno de los excarcelados en enero pasado, al mismo tiempo que cientos de presos, como parte de un acuerdo con el Gobierno de Joe Biden, cuando aún no terminaba de cumplir su condena, por lo que siguió en arresto domiciliario hasta el pasado junio. Pero después descubrió que la libertad era ficticia: “Se me prohibió emitir ninguna opinión política o hablar de lo que viví dentro de la prisión”. Le advirtieron de que todo estaría bien “mientras tú no hables… tú no puedes hablar de lo que viviste en la prisión… si no, vas preso otra vez”, denuncia. Todo el tiempo que estuvo en Cuba sufrió las visitas y llamadas de la Seguridad del Estado.
“Venían para controlarme, para saber cómo estaba pensando”. Incluso “entraban a mi cuarto aunque yo estuviera durmiendo, dos o tres veces al mes. Entraban como si fueran los dueños de la casa. Insoportable”, cuenta.
Cuando terminó la sanción, le dejaron claro que cualquier movimiento que hiciera, incluso dentro del país, tenía que informarlo. “Yo no me mantuve tranquilo: me mantuve intimidado y silenciado hasta el último día”.
La represión también alcanzó a su familia. Su hermano fue encarcelado: “un policía lo agredió y a mi hermano es al que meten preso, un año allí sin juicio”. Para la Seguridad del Estado, “mi hermano era un rehén, es un rehén”, que sigue preso en Cuba, ahora por intento de salida ilegal del país. Le repetían: “Acuérdate que tienes un hermano preso allí”. Su madre, Yindra Elizastigui, quien también interviene en la entrevista, sufrió presiones y amenazas veladas.
La sensación de aislamiento social terminó empujándolo al exilio. “Me sentía solo, en mi cuadra el que me vigilaba era mi vecino. Aunque hubiera cumplido, iba a ser un preso siempre”.
El 13 de octubre de 2025 llegó a Madrid, pero reconoce que persisten las secuelas, “esa presión de sentir que donde quiera puede salirte un enemigo, la mente está activa todo el tiempo”.
Aun así, Robles cree que “el rencor le hace más daño al que lo carga que al que lo recibe”. “Lo que deseo es que en mi país exista justicia. Que no exista ese gobierno criminal, dictatorial y represivo. Pero no cargo rencor”, asegura.
La reconciliación nacional la ve difícil pero no imposible. El sistema “lo primero que hizo fue dividirnos” y para reconstruir el país “los cubanos tienen que aprender a valorarse como seres humanos. Cuando recuperemos la conciencia de lo que significa ser dueño de uno mismo, entonces sí habrá reconciliación”, precisa.
A los jóvenes les lanza un mensaje directo: “No quisiera que ningún joven pasara por lo que yo pasé, que perdiera ese tiempo ahí encerrado viendo cómo se desgasta su vida y su salud. Pero sí exhorto a las personas a que luchen por lo que merecen. Que empiece un cambio de mentalidad”.
Y concluye con una frase que asegura que seguirá repitiendo hasta que se cumpla: “Libertad para Cuba, libertad para todas y todos los presos políticos, y libertad para todos los inocentes.”