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"Escribo por venganza, por todo el daño que hicieron a mi familia"

El escritor cubano Juan Abreu cree que el 11J "fue un buen comienzo, tibio, pero un buen comienzo"

El escritor y pintor Juan Abreu, en su casa de Barcelona. (Abril/María)
Yaiza Santos

21 de agosto 2021 - 14:39

Madrid/Aunque no escribiera, el nombre de Juan Abreu (La Habana, 1952) figuraría por siempre en la historia de la literatura. Suyo era el ejemplar de la Ilíada al que dormía abrazado Reinaldo Arenas en la prisión del Morro hasta que se lo robaron, y así aparece en Antes que anochezca. Pero Juan Abreu escribe, escribe mucho y "con furia", como le gusta decir; una furia mordaz que hace reír y luego, en el fondo, adoptar un rictus grave.

Buena muestra es Eros y política, en el que disecciona a políticos y periodistas españoles con irreverencia. Abreu conversa con 14ymedio no solamente sobre este libro, sino sobre España, Cuba, Reinaldo Arenas, la literatura como salvación, el 11 de julio y, por supuesto, el sexo.

Pregunta. En una época donde fijarse en el físico de las figuras públicas se considera "cosificar", usted va más allá y disecciona el potencial erótico de políticos y periodistas. ¿Cómo se le ocurrió?

Respuesta. Mis libros nacen, más que con una idea, con una sensación. Cuando se leen, lo que queda es esa sensación que yo sentí al principio. En este caso, fue una especie de picardía aplicada a una mirada sobre la sociedad y los políticos españoles, que son tan cómicos, y se fue desarrollando poco a poco. Publiqué algunos en mi blog y gente que yo respeto y admiro y que son muy buenos escritores me animaron a seguir.

El propósito del libro es hacer que los españoles se rían un poco de sí mismos, algo muy saludable que les hace falta

El propósito del libro es hacer que los españoles se rían un poco de sí mismos, algo muy saludable que les hace falta. Los españoles se lo toman muy en serio todo, no hay juego de inteligencia. Falta zumo, falta viscosidad, y es lo que intenté añadir.

P. El libro hace reír, pero no es para tomárselo a broma, porque dice cosas serias: "La política es la mentira organizada y la hipocresía sacralizada" o "El enemigo en cualquier época y circunstancia es quien intenta imponer cercos morales a nuestros deseos sexuales".

R. Tiene un trasfondo extremadamente serio. El primer acercamiento siempre procuro que sea agradable, ligero, divertido. Yo le tiendo una trampa al lector, que, una vez dentro, encuentra cosas sumamente serias y a veces lapidarias respecto a lo que estoy tratando, pero también al género humano. Esto lo aprendí de Reinaldo Arenas, naturalmente, que era un maestro en eso, y también de Thomas Bernhard.

P. El sexo, abierto y sin tapujos, es fundamental no solo en el libro, sino en el resto de su obra y en su vida. Sobre él, escribe: "es el centro de todas las cosas", "es donde está la libertad". ¿Qué es el sexo para usted?

R. Siempre me ha interesado el mundo del sexo, primero, por su vitalidad. Además, aunque sea sexo casual, hay un momento en que se establece una especie de honestidad fundamental entre las personas involucradas. Se produce una fraternidad –ya sé que esta palabra puede ser un poco extraña en este contexto pero es lo que yo siempre he sentido– con el otro ser humano que no se establece nunca en otros contextos, ni siquiera en el amoroso. Y esa fraternidad me permite cierta mirada sobre nuestra naturaleza. Es también el único terreno –seguramente parecerá exagerado– donde se puede conseguir un estado de libertad superior. Mi interés ha hecho que la gente lo confunda con promiscuidad (aunque tampoco tengo nada en contra de la promiscuidad, que es fantástica), pero siempre ha ido más allá: experimentando este tipo de actividad con frecuencia, sentía que esa libertad y esa fraternidad contagiaban toda mi otra estructura mental, que toda mi actividad intelectual se contaminaba de aquella cosa superior que se lograba allí, por eso siempre he pensado que es fundamental. Sin libertad sexual no hay libertad.

Toda mi actividad intelectual se contaminaba de aquella cosa superior que se lograba allí, por eso siempre he pensado que es fundamental. Sin libertad sexual no hay libertad

P. Otra cosa notable en el libro es que es muy localista –fuera de las fronteras de España puede que no reconozcan a la mayoría de retratados–, pero en él se cuela Cuba todo el tiempo. En el perfil de Pedro Sánchez menciona "aquellas posadas sucias y sin agua corriente de La Habana"; a Ione Belarra, secretaria general de Podemos, la compara con un miembro de la Federación Cubana de Mujeres, y cuando habla de Rocío Monasterio, cuyo padre es cubano, dice: "Los cubanos siempre serán capaces de convertir en un relajo y en un espanto y en una vulgaridad y en un horror hasta el mismísimo paraíso".

R. Cuba me sirve de punto de referencia porque, claro, es mi vida. Y sí, lo he repetido varias veces en distintos libros: los cubanos son capaces de echar a perder cualquier cosa. Echaron a perder la República, que era un experimento muy avanzado en su época. La Constitución del 40 era una Constitución avanzada respecto incluso a la estadounidense. Había una clase media fantástica, ilustrada. Había una justicia independiente. Es verdad que había pobreza, ¿pero dónde no la había? No hacía falta destruir todo aquello y convertirlo en un basurero para luchar contra algunas imperfecciones que podía tener la democracia.

P. Y usted no habla desde el privilegio, porque proviene de una familia del extrarradio de La Habana que, como ha señalado en sus libros, antes de la Revolución era pobre y, después, más pobre todavía.

R. Yo no pasé tanta hambre como después de que nos "liberaron".

P. Dice en sus memorias, Debajo de la mesa (Editores Argentinos, 2016): "Si tuviera que identificar a la llamada Revolución Cubana con algo, la identificaría con la desaparición de las cosas. No de las grandes cosas (que también), sino de las cosas pequeñas: una botella desechable, un pedazo de turrón, la suavidad del papel higiénico, una cuchara, un vaso de vidrio, el olor a jabón, el frescor que deja en la boca la pasta de dientes".

R. Hay una cita de Ernesto Sábato que leí cuando tenía 20 años y me ha acompañado toda mi vida [parafrasea]: nos pasamos la vida buscando la gran felicidad y pasamos por alto las pequeñas felicidades, que son las únicas que existen. Está en Sobre héroes y tumbas. Es una verdad tan enorme que te ayuda a vivir, sorteando los problemas de la vida con dignidad.

Hay una cita de Ernesto Sábato que leí cuando tenía 20 años y me ha acompañado toda mi vida [parafrasea]: nos pasamos la vida buscando la gran felicidad y pasamos por alto las pequeñas felicidades, que son las únicas que existen

P. ¿Qué opinión le merecen las protestas del 11 de julio?

R. Yo me he ido alejando en los últimos años de las noticias de Cuba. No veía ningún tipo de esperanza. También, porque he ido entendiendo con los años y las lecturas, sobre todo científicas, cómo funcionamos, qué papel tiene la química en nuestras actitudes, por ejemplo. Eso me ha hecho ver las cosas de manera diferente y me ha hecho crear una especie de rechazo absoluto y total contra lo tribal. (Yo creo que lo tribal va a ser nuestra perdición, y no me refiero solo a España.) Al empezar a mirar a los seres humanos y a la civilización desde este punto de vista, empecé a ser aún más negativo y a ver Cuba de una manera mucho más desesperanzadora. ¿Cómo van a salir de ese hoyo de la tribu, que además está gobernada por un cacique todopoderoso? El único método para derrotar a la dictadura y sacarla del poder es la violencia. No hay ningún otro. Eso no quiere decir que yo esté de acuerdo con la violencia, pero, si hago un análisis sobre el asunto y tengo en consideración la situación, la posición en que está la oposición, la acumulación de poder y de violencia que ejerce el Estado en Cuba, esa es la conclusión a la que llego. Y yo creo que mucha gente llega a la misma conclusión pero no se atreve a defenderlo. De pronto eres fascista, agente de la CIA... Bueno, llevan 50 años acusándome de ser agente de la CIA, a mí me da igual.

Recuerdo una vez que nos invitó una universidad americana –porque al principio, cuando llegamos allá en el 80, nos invitaban a esas cosas– y allá fuimos los marielitos, Reinaldo y todo el grupo. Y esa gente nos discutía a nosotros, que acabábamos de llegar de allí, cómo era Cuba. Era una cosa asombrosa. Y esa situación sigue. Hay un desconocimiento tan grande sobre la realidad cubana y cómo funciona el aparato represivo...

Pero he de confesar que estos últimos acontecimientos en Cuba me han devuelto cierta esperanza. Porque de alguna manera, muy tímida, creo que estos cubanos, jóvenes, se han dado cuenta de que sin violencia no hay nada; que hay que salir, y cuando les den un palo, dar dos palos, que mientras se dejen dar palos por la Policía y arrestar tranquilamente, no van a sacar nada. Tendrían que haber salido muchos más, un millón de personas. No es una crítica, ¿eh? Yo creo que fue un buen comienzo. Tibio, pero un buen comienzo.

El único método para derrotar a la dictadura y sacarla del poder es la violencia. No hay ningún otro. Eso no quiere decir que yo esté de acuerdo con la violencia

P. La atracción por el comunismo perdura hasta hoy.

R. Perdura, pero un poco menos que antes. Por ejemplo, cuando yo llegué a España, en 1996, era muy difícil publicar un libro. Al mismo Reinaldo Arenas le rechazaron aquí sus últimos libros y tuvo que publicarlos en Miami con una editorial pequeña. En cuanto tú empezabas a hablar en una reunión, decían: "Ah, cubano, sí, hombre, qué bien la Revolución", y tú contestabas: "No, chico, la Revolución es una reverenda porquería", veías que se hacía el silencio. Eso, poco a poco, fue cambiando.

P. Me refería más bien a los ropajes renovados con los que regresa el comunismo hasta la fecha, y que usted trata en el libro cuando se refiere a los políticos cercanos a Pablo Iglesias y Podemos o la izquierda separatista. ¿Qué explicación encuentra para esa suerte de encantamiento?

R. Los encantamientos no tienen explicación. ¿Qué explicación lógica podemos encontrar a que después de lo que ha hecho el comunismo haya otra vez florecimiento de los comunistas? Porque lo que está sucediendo en América Latina es comunismo, con sus cosas particulares pero comunismo. ¿Cómo es posible que cuando están prohibidos los partidos nazis, cuando no se puede poner una discoteca con una esvástica, sí se puede poner una discoteca con la hoz y el martillo, o que se llame KGB? Eso se puede hacer y lo permite ese encantamiento. En la mayoría de las personas, sobre todo las no intelectuales, hay un resorte mental que les obliga a poner una división muy clara entre los fascistas y los comunistas. "No, los fascistas mataban por matar, porque eran racistas" y no sé qué, ¿y los comunistas por qué mataban? Por nuestro bien.

P. En sus libros hay varias sombras permanentes: la salvación que supone para usted la literatura, su madre, sus hermanos, y, siempre, Reinaldo Arenas (sus memorias junto a él se llaman, justamente, A la sombra del mar).

R. Uno es hijo de sus maestros. Yo no tengo ninguna educación formal. Salí de la enseñanza secundaria para ir al Ejército, donde estuve casi cuatro años, y lo único que hacía era leer para contrarrestar aquel ambiente infernal en el que estaba. No fui a la universidad y mi formación fue en las bibliotecas. La lectura y la literatura eran la única forma de crear algo que trascendiera un poco. Mis maestros fueron mi hermano mayor, José, y Reinaldo Arenas, quien me recomendaba los libros, lo cual es muy importante para no estar perdiendo el tiempo.

Mis maestros fueron mi hermano mayor, José, y Reinaldo Arenas, quien me recomendaba los libros, lo cual es muy importante para no estar perdiendo el tiempo

Además, los oías hablar y era como estar en una cátedra. Cuando yo tenía 20 años, después de salir del Ejército, hacíamos reuniones todas las semanas para leer lo que habíamos escrito, y teníamos esa presión: escribir algo para el domingo, que íbamos a ver a Reinaldo. ¡Y a quién se lo leías! No era un igual, sino uno que estaba muy por encima de ti. Él siempre fue muy generoso con nosotros, y te criticaba sin benevolencia, para hacerte crecer o aprender cosas nuevas. A mí me parece que funcionó perfectamente, por lo menos en mi caso.

Al principio me lamentaba: hombre, si hubiera ido a la universidad... Mi mismo hermano me decía: la universidad te ayuda a ordenar las cosas. Pero con el tiempo me he convencido de que lo mejor que pudo pasarme es no ir a ninguna universidad, y ese ordenamiento del que me hablaban mejor no tenerlo. Mi cabeza es un caos absoluto que siempre está escribiendo, imaginando las cosas más insólitas.

P. Lo primero que ve quien visita su casa son los fusilados por el castrismo (llenan el recibidor, de arriba abajo, extendiéndose por el pasillo). ¿Los completará?

R. Eso es imposible de completar porque son miles y de la mayoría no hay ni fotos ni nada. Pero yo voy haciendo, ya tengo más de 300. Estos días he recibido más fotos de víctimas, de María Werlau, una persona fantástica que me sigue enviando lo que le manda la gente. Cualquier día me siento y pinto esos retratos nuevos.

P. ¿Se siente más escritor o más pintor?

R. Yo creo que escribo mejor de lo que pinto. Si tuviera que definirme porque me ponen una pistola en la cabeza, de pintar puedo dejar, pero de escribir no. Mi cerebro lo que hace es escribir constantemente.

P. ¿Cuál es el motor de esa escritura constante?

R. Durante muchos años creí que escribía porque creía en la posteridad. Reinaldo era mucho de esa cuerda también, de "tenemos que hacer nuestra obra para que quede y para que se sepa lo que pasó y para que se sepa la verdad sobre cosas que si no escribimos no se sabrán, porque las hemos vivido nosotros". Después pasé esa etapa, que me pareció demasiado ingenua y entré en una fase que me dura hasta ahora, que es escribir más bien por venganza. A mí me encanta la venganza. Todo el daño que hicieron a mi familia, a mi madre sobre todo, y la vida que vivió por culpa de esa gentuza... Mi obra encuentra de alguna manera su alimento en una especie de furia que tiene que estar en un escritor. Los escritores que no tienen furia a mí no me interesan. Tienes que tener una especie de fuego que te queme, y tienes que escribir porque si no estarías traicionando, a un montón de gente y a ti mismo.

Los escritores que no tienen furia a mí no me interesan. Tienes que tener una especie de fuego que te queme, y tienes que escribir porque si no estarías traicionando, a un montón de gente y a ti mismo

En cualquier caso, no soy un hombre de letras. Si tuviera que definir lo que busca mi escritura, lo haría con esta frase de una carta de Marcel Proust a Anatole France: "No amo en modo alguno los frutos de la inteligencia, yo sólo amo la vida y el movimiento".

P. Su jardín de las delicias en Barcelona, su relación con Marta, su obra... ¿No se siente un poco vencedor de las tinieblas?

R. ¡Completamente vencedor! Porque de donde yo vengo... Todos los muchachos amigos del barrio que tenían inquietudes literarias o están muertos o están en la cárcel, la mayoría muertos. Yo vengo de lo profundo del averno, y ahora vivo en una especie de zona de luz desde todos los puntos de vista.

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