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Un balsero deja la Base de Guantánamo para reunirse con su familia en Cuba

Alexei Leyva Céspedes junto a su esposa y su hijo más pequeño (14ymedio)
Mario J. Pentón

20 de julio 2016 - 09:50

Miami/Alexei Leyva Céspedes esperaba que el mar embravecido en el que por poco pierde la vida junto a otros 23 balseros fuera el único obstáculo a vencer para conquistar el codiciado sueño americano. No contaba con la tenacidad de la Guardia Costera que trata de impedir el flujo migratorio irregular creciente desde la orilla opuesta, ni con los trabajos que pasó a bordo de un barco de guerra de EE UU y mucho menos con que, por su identidad de balsero, ni siquiera pudiera conversar con los abogados que defendieron su caso ante la corte. Dos meses después, ha decidido abandonar la Base Naval de Guantánamo, donde había sido trasladado en espera de que un tercer país lo acogiera y ha regresado a Puerto Padre, su pueblo natal.

"Me dijeron de que no podría ingresar a Estados Unidos, que tendría que estar en la Base al menos dos años hasta que otro país aceptara mi solicitud de refugio. Tengo una familia, dos niños y mi esposa. No podía estar tanto tiempo alejado de ellos", explicó el balsero vía telefónica a 14ymedio.

Leyva y otros 23 cubanos hacían parte de un grupo de balseros que el pasado 20 de mayo se refugiaron en el faro American Shoal, a siete millas de las costas estadounidenses. Tras una batalla legal que aún no ha terminado, cuatro de ellos fueron repatriados a la Isla, mientras que a otros 20 los trasladaron a la Base Naval de Guantánamo en espera de un tercer país que los acoja como refugiados, pues según la Guardia Costera estadounidense habían demostrado un miedo fundado de persecución al regresar a Cuba.

"Estuvimos siete días sin bañarnos porque no teníamos agua. Nunca pensé que en Estados Unidos podría pasar algo así", afirma

El regreso ha sido duro. Todo el dinero invertido en la travesía y las esperanzas depositadas en el trabajo que realizaría y la reunificación con su familia en Estados Unidos se fueron por la borda. De regreso a Puerto Padre, un municipio de la oriental provincia de Las Tunas, una de las más pobres del país, Leyva busca obtener una patente (licencia) para moler maíz y convertirse en cuentapropista.

"Todo lo que he hecho en mi vida ha sido trabajar. Eso pensaba hacer en Estados Unidos, darle una mejor vida a mi familia. Tratar que mi trabajo alcanzara para al menos comprar comida y ropa a mis hijos, no como aquí", comenta.

El migrante asegura que uno de sus compañeros de travesía y él tuvieron la idea de lanzar al agua la botella con el primer mensaje que hizo dar un vuelco al caso de los balseros del faro. La Guardia Costera no solo admitió que el mensaje era verídico sino que ordenó una investigación interna ante los abusos denunciados en la misiva. Sin embargo, cuando intentaban mandar otro mensaje por la inusual vía, el personal norteamericano les rompió la carta y les prohibió continuar con esa práctica.

Leyva es radical para calificar la atención recibida por parte de la Guardia Costera: "Desde un inicio se mostraron agresivos. Cuando nos refugiamos en el faro no nos quisieron dar ni agua, aunque algunos de nosotros teníamos síntomas de deshidratación". Argumenta que los guardacostas intentaron hundir su embarcación y atraparlos antes de que pudieran tocar la estructura.

"Cuando nos trasladaron al escampavías nos aislaron completamente de lo que estaba ocurriendo. No teníamos acceso a información y constantemente nos amenazaban con porras", dice el migrante, que además reconoce que al ser un grupo tan grande de cubanos se hacía difícil lidiar con ellos en un espacio tan reducido.

"Solo por los demás balseros que iban llegando y que luego repatriaban a Cuba nos enteramos del proceso que estaban llevando en las cortes de Miami en defensa nuestra", afirma. El migrante evoca varios momentos en los que fueron amenazados verbalmente y con el uso de spray.

Según cifras de la Guardia Costera estadounidense, desde el 1 de octubre de 2015, cuando comenzó este año fiscal, se observa un claro aumento del número de balseros cubanos interceptados en el mar. Hasta abril de 2016, 2.350 migrantes procedentes de la Isla habían sido repatriados, una cifra que prácticamente iguala la cantidad registrada en todo el año fiscal 2015, finalizado el pasado septiembre. En el caso de los avistamientos y llegadas de cubanos balseros, hasta la primavera de este año 3.563 cubanos fueron registrados, frente a los 4.476 que se registraron en el período anterior.

"Las condiciones eran pésimas en el escampavías. Teníamos dos comidas al día, pero se trataba de muy poca y mala comida. Estábamos horas expuestos al sol y al sereno de la noche y apenas teníamos agua". Según Leyva había días en que no podían cepillarse los dientes o bañarse. "Estuvimos siete días sin bañarnos porque no teníamos agua. Nunca pensé que en Estados Unidos podría pasar algo así", afirma.

La situación cambió radicalmente al ser trasladados a la Base Naval de Guantánamo. "Allí nos trataban bien, pero nos decían constantemente que la espera podría prolongarse por al menos dos años. Además me dijeron que al llevarme a un tercer país perdería mi ciudadanía cubana y no podría regresar a Estados Unidos", dice Leyva, que argumenta que al tener una mujer y dos hijos pequeños no podía permitir que quedaran desamparados.

El presidente del Movimiento Democracia, Ramón Saúl Sánchez comentó que está al tanto de la situación de Leyva y de otro cubano, Félix Tornet Yero, que han decidido regresar al país. "Si a una persona la meten en un cuarto aislado y le dicen que lo van a tener varios años allí, y si a eso le sumas que tiene familia, es comprensible que termine regresando al país de donde intentaba huir, porque la familia es un vínculo muy poderoso", dijo.

El activista, conocido por las campañas que durante décadas ha llevado adelante por los balseros que llegan de la Isla, indicó además que los abogados seguirán pendientes del caso y pidiendo que ambos migrantes sean admitidos bajo la política de pies secos/pies mojados.

"Yo me siento vigilado en Cuba. No quiero estar aquí, pero tengo que trabajar, ayudar a mi familia y buscar otro modo de irme a Estados Unidos", dice el migrante, que, no obstante, dejó claro que el mar ya no es opción para él.

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