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"Resolver", el arte de la supervivencia en Cuba

Cuba

El diccionario de la RAE no reconoce aún la acepción del verbo que define la vida en la Isla bajo el socialismo real

La admiración no recae sobre el que trabaja mucho, sino sobre el que resuelve mejor. / 14ymedio
José A. Adrián Torres

05 de octubre 2025 - 10:17

Málaga (España)/Cuba –como tantas otras naciones– luce orgullosa sus símbolos patrios: el ave nacional, el tocororo; el árbol nacional, la palma real; la flor nacional, la mariposa blanca. Y hasta un grupo musical, con la mordacidad que da el humor criollo, se permitió añadir a la lista al que debería ser el mamífero nacional: el puerco. Pero la Isla tiene además un emblema que ningún otro país se atrevería a proclamar y que no aparece en manuales de civismo ni en los carteles de propaganda: su verbo nacional. Ese verbo que no se conjuga en los diccionarios de la Real Academia Española (RAE) con el sentido preciso que tiene en Cuba, pero que explica la vida cotidiana desde hace más de tres décadas: resolver.

Porque si algo ha caracterizado al cubano de a pie desde el Período Especial es la necesidad de resolver. Resolver no es “solucionar un problema”, como todavía se obstina en afirmar la Academia desde Madrid. Resolver, en Cuba, es buscarse lo que falta, con ingenio, con conexiones o con picardía. Resolver es llevar comida a la mesa cuando el Estado no la garantiza; es conseguir gasolina en la sombra del Cupet; es encontrar un repuesto para el viejo Lada; es “inventar” con lo que aparezca. Resolver no es una técnica: es un arte de supervivencia.

Antes de llegar a ese verbo, conviene recordar que Cuba ha regalado al mundo mucho más que símbolos oficiales. Su música atraviesa fronteras: de Lecuona a Formell, del son al mambo, del danzón al bolero, hasta desembocar en la omnipresente salsa y en el reguetón que hoy “re-tumba” en cada esquina. Su literatura dejó nombres universales: Martí, Carpentier, Lezama, Padura. Hasta el deporte hizo patria: el béisbol, adoptado en la Isla y convertido en pasión continental –hasta la más reciente llegada de la afición por el fútbol. Y en la lengua, la Isla y su vecindad caribeña añadieron tesoros que la RAE terminó por aceptar: huracán del taíno; guateque para la fiesta campesina; maraca y bongó para instrumentos hoy universales; ñángara, que ya suena a reliquia ideológica –aunque alguno quedará.

El verbo cristalizó en los años 90, cuando el colapso de la Unión Soviética dejó a Cuba sin subsidios, y con un agujero negro económico

Pero junto a esas aportaciones consagradas falta la más “esencial”, la más genuina, la que resume la experiencia de varias generaciones: resolver. El verbo cristalizó en los años 90, cuando el colapso de la Unión Soviética dejó a Cuba sin subsidios, y con un agujero negro económico. Allí donde había carencias, apareció la nada. Y con ella, la obligación de inventar, rebuscar, trapichear. El Período Especial convirtió a millones en acróbatas del ingenio y les regaló un verbo que hasta hoy preside su vida.

Un viejo amigo cubano, que soportó con resignación aquellos años y ahora vive en Miami, lo resumía así: “El cubano no roba, compadre; toma lo que le toca. Lo que pasa es que no le ha llegao’”. La frase encierra toda una ética torcida pero coherente: el Estado prometió, no cumplió, y el ciudadano se siente legitimado para tomar lo que necesita. No roba: resuelve.

Y entre los “cuadros” intermedios, esos dirigenticos de segunda y militantes de fila, circulaba otra justificación recurrente cuando se trataba de “meter la mano” en algo: “Cuadro, la defensa es permitida”. Era como decir: se puede ser infiel, pero no desleal”. Mi amigo asegura haberla escuchado miles de veces. Frases como esa fueron moldeando la moral socialista del “hombre nuevo”, en la que el resolver se articulaba con el igualitarismo y otros supuestos “valores” de la Revolución.

Esa ética ha trastocado la escala de prestigios. En Cuba, la verdadera prosperidad no está en el diploma universitario ni en el título académico, sino en el acceso al circuito de lo resolvible. La pirámide social está invertida –aunque quizás sería más preciso decir que no hay pirámide, sino que solo existen los de arriba y los de abajo: médicos e ingenieros sobreviven con salarios simbólicos, mientras que el cantinero de hotel, el taxista que cobra en dólares o el que maneja contactos con el turismo ganan más que un doctor en Física. La medicina prestigia, pero el turismo –y las remesas o la pacotilla– resuelven, al menos hasta hace poco lo hacían. Y eso lo sabe todo el mundo.

Por eso en la Isla el verbo nacional se conjuga como tarjeta de visita: “¿cómo resuelves?”, “¿resolviste?”, “ese sí que resolvió”. La admiración no recae sobre el que trabaja mucho, sino sobre el que resuelve mejor. Se convierte en un campeonato nacional de astucia, donde la trampa deja de ser vergonzosa y pasa a ser virtud social.

El costo, claro, es alto. Resolver erosiona cualquier noción de legalidad, de mérito o de ética profesional. Se normaliza vivir en la frontera difusa de lo permitido, hacer del “invento” un sistema y de la precariedad una cultura. Resolver es el verbo de la carencia, pero también el escudo que justifica el engaño cotidiano.

El costo, claro, es alto. Resolver erosiona cualquier noción de legalidad, de mérito o de ética profesional

Lo paradójico es que un país que enriqueció al español con voces musicales y taínas, que aportó poesía, ritmos y símbolos universales, haya quedado reducido a un verbo que la Academia no recoge con el matiz que le da la calle cubana. Sería justo añadirlo: 

Resolver, en Cuba: dícese del arte de sobrevivir bajo el socialismo real

Esa definición diría más que muchos informes oficiales. Al fin y al cabo, los diccionarios recogen lo que los pueblos usan y viven. Y el cubano lleva más de treinta años conjugando ese verbo en presente: “yo resuelvo, tú resuelves, él resuelve”. En plural suena aún más claro: “ustedes resuelven”. Y quienes se van al exilio lo siguen arrastrando, como marca de origen: resuelven en Miami, en Madrid o en Cancún.

Mientras tanto, la Isla sigue presentando sus símbolos: el tocororo, la palma real, la mariposa blanca, el puerco como emblema informal. Pero más que ningún otro símbolo, lo que define a Cuba hoy es un verbo. Y ese verbo, irónico y triste, no es cantar, no es bailar, no es soñar: es resolver.

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