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El régimen cubano puede dormir tranquilo

El presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump, Raúl Castro y Barack Obama. (Montaje redes sociales)
Luis Tornés Aguililla

14 de noviembre 2016 - 20:21

Bordeaux (Francia)/Lo de Trump con Cuba, digamos que ni será un conflicto de baja intensidad. Cuba es más bien ese lugar donde los que manejan La Pasta gracias a la actividad turística y a otras prebendas tienen que haber llegado, a estas alturas, a un compromiso de facto con el sistema vigente en aquella parte del mundo, un compromiso que seguramente incluye el mantenimiento de la actividad normal del manicomio con su miserable capitalismo de timbiriche hasta que, llegado el momento, la muerte sobrevenga en la cama sin tener que rendir cuentas en plan Pol Pot ni nada por el estilo. Eso pasa cuando el enemigo no tiene petróleo, gas o metales raros.

Y me viene a la memoria el relato de un viejo francés que en 1944 veía pasar una división blindada del U.S Army delante de soldados alemanes que lo único que querían era rendirse. Me contaba el viejo que los alemanes hacían grandes señas a los americanos pero que éstos seguían su camino sin hacerles caso. Al final, hartos de querer rendirse, los alemanes se entregaron al alcalde de una aldea vecina y permanecieron allí como un mes hasta que el mando U.S les hizo el favor de ir a buscarlos en camiones. Eran enemigos pero vencidos e insignificantes.

Los conflictos en Ucrania, Libia, Siria o Afganistán tienen causas profundas cuyas raíces se encuentran en los intereses estratégicos de las grandes potencias. El régimen cubano puede dormir tranquilo

Una de las respuestas a la crisis financiera de 1929 imaginadas por la administración del presidente Herbert Hoover fue la repatriación a Estados Unidos de todos los fondos americanos que contribuían a que Alemania e indirectamente Europa se recuperaran de los estragos de la Primera Guerra Mundial. Se ha hablado de 14 billones de dólares repatriados, lo cual provocó una realidad económica y social insostenibles en aquella Alemania militarmente ocupada en el marco del vengativo Tratado de Versalles. A esa operación financiera del presidente Hoover, los alemanes opusieron una reacción xenófoba, racista y excluyente, una especie de vida en “circuito cerrado” que progresivamente los despeñó al abismo de la Segunda Guerra Mundial. Desde entonces, los americanos han aprendido a controlar los avisperos, lo de Trump con Cuba será soft.

87 años más tarde, nos es dado vivir las consecuencias de otra crisis global, la de abril de 2008, que, lejos de ser una crisis sistémica de crédito, se asemeja más a una fase nueva del capitalismo financiero, algo insospechadamente gordo que el elector americano de base acaba de interpretar a su manera sentando a Donald Trump en la presidencia de Estados Unidos, donde la droga, los indocumentados y la inseguridad generalizada constituyen la parte visible del problema, mientras que la realidad de fondo es la precariedad en que se encuentran millones de americanos, lo mismo en Virgina Occidental que en remotos lugares como Orderville (Utah), donde tuve la oportunidad de conversar este mismo año con un matrimonio de ingenieros civiles sin trabajo que vendían piedras a falta de empleo.

Hoy, los conflictos periféricos reales o latentes en Ucrania, Libia, Irak, Siria o Afganistán, cuyas causas aparentes son la necesidad de afirmación de una identidad cultural o étnica, tienen causas profundas cuyas raíces se encuentran en los intereses estratégicos de las grandes potencias. El régimen cubano puede dormir tranquilo.

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