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Los deberes de la Iglesia

El funeral del cardenal se celebró en presencia de varios miembros del Gobierno. (EFE/Yander Zamora)
Reinaldo Escobar

30 de julio 2019 - 16:45

La Habana/Ante todo me debo confesar: no comulgo con ninguna religión. Apenas tengo dudas metafísicas, lo cual ni siquiera me permite catalogarme como ateo. Siempre he creído que las religiones son una especie de disciplina para el espíritu y el mío es notoriamente indisciplinado.

Una vez confesado digo: la Iglesia católica, sus obispos, su clero, sus laicos, los creyentes, han sido profundamente ofendidos por el Gobierno cubano en los días en que los restos del cardenal Jaime Ortega iniciaban su eterno reposo en medio de las ceremonias relacionadas con sus funerales.

Digo "el Gobierno" porque supongo que el Ministerio del Interior forma parte del mismo y deduzco que los "órganos de la Seguridad del Estado" están subordinados a dicho ministerio. Entonces me pregunto de qué despacho salió la orden de impedir que Dagoberto Valdés no podía asistir a estos funerales; que la activista Iliana Hernández, el artista plástico Luis Manuel Otero Alcántara o la periodista Luz Escobar, entre otros, no podían acercarse a la catedral de La Habana ni a la necrópolis de Colón. ¿Quién orientó acordonar la plaza de la catedral para reducir su acceso a un solo punto?

Me pregunto si, en arreglo al debido respeto que se deben entre sí las instituciones gubernamentales y las entidades de la sociedad civil, las fuerzas del orden, comandadas por el Ministerio del Interior, coordinaron con la jerarquía eclesiástica la toma de semejantes medidas. Imagino que no.

Eso es lo que la Seguridad del Estado ha hecho creer y en consecuencia la Iglesia, ya que no va a protestar, ha adquirido el deber de aclarar públicamente que no fue ni siquiera consultada

Pero ocurre que las fuerzas del orden se comportaron como si cada paso que daban estuviera perfectamente coordinado con todas las partes implicadas. Por eso a Alcántara le argumentaron que no lo dejarían salir a la calle porque "había que respetar la muerte del cardenal" y a Dagoberto Valdés le sugirieron que durante la ceremonia podrían "ocurrir cosas" que las fuerzas del orden no podían permitir.

No quiero creer que la Iglesia le pidió al Ministerio del Interior que tomara semejantes precauciones. Me resisto a aceptar que el Minint le pidió permiso a la Iglesia para adoptar estas medidas. Pero eso es lo que la Seguridad del Estado ha hecho creer y en consecuencia la Iglesia, ya que no va a protestar, ha adquirido el deber de aclarar públicamente que no fue ni siquiera consultada.

Reconozco que no tengo derecho alguno, ni siquiera por mi condición de bautizado, a reclamar a la jerarquía católica que haga algún tipo de declaración al respecto, pero sucede que esa jerarquía se ufana de que el fallecido cardenal influyó en el deshielo y en el "acercamiento" entre el Gobierno y la Iglesia, que tendió puentes para que aquellos que tenían diferentes posiciones filosóficas se entendieran entre sí, en lugar de estarse ofendiendo desde los extremos.

Como esas cosas me competen tengo derecho a opinar, aunque nunca haya bautizado a mis hijos, ni me haya casado frente al altar. La Iglesia ha contraído deberes con este ciudadano y estoy esperando a que los cumpla.

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