Cuando la comida es veneno: alergias alimentarias, un problema en alza
Ciencia
Las alergias alimentarias más comunes implican a los llamados nueve grandes: el huevo, la leche, los cacahuetes, los frutos secos, el marisco, el pescado, el trigo, la soja y el sésamo
Claves
- En Cuba, el 20% de la población sufre alergias, siendo comunes las respiratorias.
- Las alergias alimentarias graves van en aumento y no deben confundirse con intolerancias.
- No hay cura, pero hay tratamientos en desarrollo que reducen los riesgos.
En Cuba, cerca de dos millones de personas padecen alergias, lo que en 2021 –cuando se publicaron los datos– equivalía al 20% de los habitantes del país, según el Ministerio de Salud Pública. La rinitis y el asma están entre las afecciones más comunes mientras que entre las causas más frecuentes se cuentan los ácaros, hongos ambientales, los alimentos, los epitelios de animales, los insectos, el polen y algunos medicamentos.
Las altas cifras de personas que padecen alergias no son un rasgo único de la Isla. De hecho, estudios científicos en los que se tienen en cuenta niños y adolescentes estiman que para 2050 la mitad de la población mundial padecerá alguna enfermedad alérgica. Muchas de estas dolencias son respiratorias, y su aumento se relaciona con factores ambientales como el cambio climático. Pero ¿qué razones explican que también se disparen otras alergias, como las alimentarias?
¿Qué son las alergias alimentarias?
Las alergias alimentarias más comunes implican a los llamados nueve grandes: el huevo, la leche, los cacahuetes, los frutos secos, el marisco, el pescado, el trigo, la soja y el sésamo. Estas enfermedades son motivo de gran preocupación, sobre todo entre los padres de niños alérgicos, ya que incluso cantidades muy pequeñas de estos alimentos pueden provocar una reacción grave —anafilaxia o choque anafiláctico— que requiera inyecciones de epinefrina.
Es más, los expertos aclaran que el grado de una reacción alérgica a un alimento no es predecible, ni siquiera para una misma persona: una respuesta grave a un alérgeno concreto en una ocasión no implica que la intensidad vaya a ser igual, mayor o menor la próxima vez. Lo cual obliga a las personas alérgicas a estar preparadas siempre para lo peor.
¿En qué se diferencian de las intolerancias?
Una de las razones de la amplia horquilla en las cifras es que los propios pacientes tienden a confundir con alergias lo que son intolerancias alimentarias. Las primeras son reacciones inmunitarias erróneas, que toman por un atacante peligroso lo que es una proteína inofensiva de un alimento. Esta respuesta defensiva en falso produce un tipo de anticuerpos denominados IgE que activan los mastocitos y basófilos, células productoras de histamina.
A las alergias alimentarias comunes se unen otras más raras como el síndrome de alergia oral, una reacción cruzada de la alergia al polen con ciertos alimentos. Un caso diferente pero más frecuente son las intolerancias, donde no hay respuesta inmunitaria sino una incapacidad para procesar un nutriente, lo que puede causar síntomas diversos. Y una situación más compleja es la enfermedad celíaca, en la que una intolerancia al gluten induce una respuesta anómala que provoca autoinmunidad, una reacción contra el propio organismo.
La distinción entre alergias e intolerancias es una de las confusiones más típicas en torno a estas dolencias sobre las que existen numerosas dudas, también para la ciencia. Entre las certezas, se sabe que la población infantil es la más afectada y que algunas alergias tempranas tienden a remitir con la edad, sobre todo a la leche, el huevo o la soja; algo que no suele ocurrir para otros alérgenos como los del cacahuete, los frutos secos o el marisco.
¿Cómo surgen las alergias?
No hay una causa definida para estas enfermedades. No se sabe cómo surgen o por qué desaparecen, ni qué nos lleva a desarrollar en la edad adulta una alergia a un alimento que llevamos toda la vida consumiendo. No hay un modo conocido de prevenir las alergias. Por lo tanto, tampoco hay una explicación inmediata al aumento de las alergias alimentarias, que es de más del doble en solo 10 años, de 2008 a 2018; y menos aún al hecho de que, en cambio, desde 2018 la proporción de alérgicos se haya estabilizado.
“Muchos factores pueden tener impacto”, dice a SINC Ruchi Gupta, directora del Center for Food Allergy & Asthma Research de la Universidad Northwestern. Ciertas pistas tienden a recibir el aval de la comunidad científica: desde hace décadas, el peso de la evidencia apoya que el funcionamiento correcto del sistema inmunitario depende de su educación al comienzo de la vida, lo cual requiere de una adecuada exposición a los microorganismos del entorno. Datos publicados en 1989 por el epidemiólogo David Strachan llevaron a designar esta idea como ‘hipótesis de la higiene’.
El nombre resultó equívoco, al dar a entender que la limpieza es nociva o que las infecciones en la infancia son beneficiosas. Los científicos explican que no se trata de esto, sino de que intentar criar a los niños en una burbuja de esterilidad no los protege como sus padres creen. “Un mundo completamente vacío de microbios podría conducir a graves alteraciones inmunitarias y endocrinas, ya que nuestro cuerpo espera ver microbios en el entorno”, comenta a SINC el microbiólogo Jack Gilbert, de la Universidad de California en San Diego.
¿Hay que evitar los alimentos alergénicos en los niños?
Una versión más afinada y actual de esta hipótesis recibe el nombre de ‘viejos amigos’, y se refiere específicamente a los microbios que han convivido y coevolucionado con nosotros durante millones de años. Sería este microbioma humano ancestral el que ayuda a entrenar nuestra inmunidad. Según cuenta a SINC la microbióloga Erica Hartmann, de la Universidad Northwestern, “todavía no está del todo claro a qué debemos estar expuestos y cuándo, pero una falta de exposición a los microbios se vincula con enfermedades autoinmunes y alergias”.
Y del mismo modo que lo estéril no es mejor, tampoco privar a los niños de los alimentos más alergénicos los protege de las alergias, como solía creerse antes de que las evidencias mostraran lo contrario: introducir alimentos como el cacahuete o el huevo lo antes posible reduce el riesgo de alergias. En Reino Unido, estos ensayos se publicaron en 2015 y 2016, y por ello los autores del estudio inglés citado plantean la posibilidad de que el cambio en las recomendaciones oficiales haya obrado el estancamiento de las alergias en los últimos años.
Curiosamente, si el consumo de alimentos alergénicos a edad temprana protege de alergias, en cambio la exposición a ellos a través de la piel o las vías respiratorias antes de tomarlos en la dieta produce el efecto contrario. Esta hipótesis llamada de ‘exposición dual’, que ha ganado crédito en los últimos años y para la que se han propuesto mecanismos inmunológicos verosímiles, aconseja introducir dichos alimentos en la dieta antes de que el contacto respiratorio o cutáneo con sus alérgenos pueda promover la aparición de una alergia.
¿Qué otros factores favorecen las alergias?
Todo lo anterior no cierra el caso de los orígenes de la alergia y su crecimiento. Como señala el historiador médico Matthew Smith, autor del libro Another Person’s Poison: A History of Food Allergy, “lo cierto es que simplemente aún no sabemos qué está provocando la epidemia de alergia al cacahuete o el aumento en las tasas de alergias alimentarias”.
Entre los posibles factores adicionales, descontando la herencia genética, se proponen la carencia de vitamina D, el abuso de antibióticos y otras intervenciones que puedan dañar la microbiota digestiva, ya que a esta se le atribuye un papel protector contra las alergias por medio de la barrera del epitelio intestinal. Pero los científicos aún investigan qué otros aspectos de nuestro estilo de vida pueden estar disparando las alergias e intolerancias alimentarias, y por qué ciertas regiones, como Australia, son especialmente propensas.
¿Hay cura o tratamiento?
No hay ninguna cura para las alergias. La medida básica más obvia para los alérgicos o intolerantes es evitar los alimentos peligrosos. En el caso de las alergias, que entrañan mayor riesgo por la posibilidad de un choque anafiláctico, disponer de autoinyectores o lápices de epinefrina —los llamados EpiPens— puede salvar vidas.
Actualmente se ensayan tratamientos por inmunoterapia oral (OIT), consistente en introducir cantidades crecientes de los alérgenos en la dieta bajo supervisión médica para desensibilizar el sistema inmune.
Existe un medicamento específicamente dirigido contra la alergia al cacahuete: Palforzia, que contiene polvo del alérgeno y está autorizado en distintos países. Los expertos aún discuten el balance entre los beneficios y riesgos de la OIT.
Otro enfoque es el uso de anticuerpos que neutralizan los IgE de la respuesta alérgica. Uno de ellos, llamado omalizumab y comercializado como Xolair, se emplea desde comienzos de este siglo. Una revisión de 2025 ha analizado los ensayos que han combinado estos anticuerpos con la OIT: “El omalizumab facilita una desensibilización rápida y eficaz en la alergia alimentaria pediátrica, potenciando la seguridad de esta terapia combinada”, concluyen los autores, que recomiendan más investigaciones para aprovechar sus posibles beneficios.
“Es un momento interesante para las alergias alimentarias, ya que tenemos nuevos tratamientos en el mercado”, valora Gupta. “No son curas, pero realmente ayudan aumentando el umbral”. La pediatra e investigadora explica que los tratamientos permiten a los pacientes tolerar dosis mayores del alimento sin reaccionar, lo que al menos ayuda a perder el miedo a un contacto accidental con el alérgeno. “Pronto llegarán más tratamientos dirigidos a mecanismos diferentes”, concluye.
Texto original: Agencia SINC