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El fantasma de la calle Ayestarán

Dos décadas después de que las llamas devoraran parte de la estructura, los transeúntes evitan pasar bajo su portal por temor a un inminente derrumbe de los muros que quedan en pie

El edificio está ubicado en la esquina de la calle Ayestarán y Estrella, en el municipio habanero de El Cerro. (14ymedio)
Natalia López Moya

28 de octubre 2021 - 10:35

La Habana/Esta semana se cumplieron 20 años del incendio del edificio que antiguamente albergó a la firma farmacéutica y de perfumería Warner-Hudnut, situado en la esquina de la calle Ayestarán y Estrella, en el municipio habanero de El Cerro. Dos décadas después de que las llamas devoraran parte de la estructura, los transeúntes evitan pasar bajo su portal por temor a un inminente derrumbe de los muros que quedan en pie.

El inmueble también cobijó al hotel El Sol para caballeros y devino, después de 1959, en apartamentos familiares llenos de barbacoas de madera, unas separaciones que buscaban aumentar artificialmente el espacio habitable. Eso fue precisamente lo que hizo, aquel aciago 25 de octubre de 2001, que los bomberos tardaran muchas horas en apagar el fuego que se extendió a toda velocidad por las vigas, los tablones y los falsos techos.

La construcción albergaba nada menos que a 60 familias y, según declaró en aquellos días uno de los damnificados a Cubanet, había sido declarado inhabitable diez años antes. Sin embargo, incluso en su deteriorado estado siguió siendo uno de los edificios más hermosos de la barriada, con su forma que sobresale como la proa de un barco con detalles neoclásicos y barrocos.

"La única opción que nos habían dado eran los albergues, ninguna de las familias aceptó mudarse a esos barracones"

"Pero la única opción que nos habían dado eran los albergues, ninguna de las familias aceptó mudarse a esos barracones", contó el hombre. "Es preferible que le caiga a uno el edificio encima que pasarse viviendo diez o quince años en esos lugares, que según nos han contado son insoportables".

Se dijo entonces que uno de los vecinos debió de haber dejado una cocina encendida en alguna de las viviendas, pero también se habló de una vela o de un cigarrillo. Los años sin mantenimiento y la cantidad de madera hicieron el resto.

Poco después del siniestro, en los bajos del edificio pusieron un agromercado, al que con ironía los residentes de la zona le colocaron el sobrenombre de "los quemados", pero que fue cerrado cuando comenzaron a caer escombros y los balcones terminaron por desprenderse hacia la calle.

Desde entonces, los únicos que se atrevieron a usarlo fueron las parejas que lo tenían de "motel" gratuito en una ciudad donde hospedarse en una habitación es un lujo que pocos pueden darse, hasta que, hace unos años, el inmueble fue tapiado completamente para evitar que la gente se colara en su interior.

Dos decenios después, ahí sigue la mole, sin ser demolida, como un fantasma arquitectónico, con árboles crecidos en los huecos de las ventanas. Un testigo más de la descomposición urbanística de la una vez opulenta Habana.

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