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José Luis, Urbano y Yoel, tres sobrevivientes en las calles de Matanzas

Reportaje

“No se me da bien pedir dinero así como si nada": uno dibuja, otro canta y el tercero busca extranjeros para "practicar idiomas"

Camagüeyano de origen y matancero por adopción, 'El Tanque' vende canciones a quien las quiera comprar. / 14ymedio
Pablo Padilla Cruz

29 de septiembre 2025 - 15:11

Matanzas/“Cuando era joven me daba buena vida, quizás por eso llegué al punto de no tener dónde vivir”. José Luis, antiguo trabajador de la Marina Gaviota en Varadero y hoy vagabundo en la ciudad de Matanzas, se sincera con 14ymedio. El alcohol lo empujó a tomar decisiones erróneas y, sin darse cuenta, un día estaba sucio, sin dinero ni nadie a quien recurrir. “En ese momento me sentí desesperado, pero poco a poco surgieron ideas en mi cabeza y me puse manos a la obra”.

El hombre habla mientras despliega sobre una mesa unos trozos de papel reciclado. Con bolígrafos de colores medio gastados recrea la escena de unos jóvenes sentados en un bar. Dibujar, una afición que antes apenas cultivaba, es ahora su modo de vida. “No se me da bien pedir dinero así como si nada. Si alguien me ayuda, creo que de esta manera puedo retribuir su gesto. Nadie tiene culpa de que mis decisiones me hayan llevado a este punto”.

La rutina de José Luis es incierta. A veces duerme en casa de un amigo, otras en el parque de la Catedral o en cualquier rincón donde lo sorprenda la noche. “Lo importante es comer algo sin tener que pedir limosna y, bueno, también darse un trago de vez en cuando. Hay que disfrutar de lo que te gusta en la vida, si no, no es vida”, sentencia mientras termina el dibujo. Con el papel todavía fresco se acerca a los jóvenes retratados y se lo regala. Si tiene suerte, ellos le dejan 50 o 100 pesos a cambio.

“Lo importante es comer algo sin tener que pedir limosna", sostiene el ex marinero José Luis. / 14ymedio

También en la calle vive Urbano, conocido como El Tanque. Camagüeyano de origen y matancero por adopción, vende canciones a quien las quiera comprar. “Dos por veinte pesos para deleite de los que saben de buena música”, anuncia con un cartel colgado al hombro.

“Yo vivo con mi tía aquí, hace años. Mi familia es de Camagüey y quieren que vaya para allá de nuevo, pero ni muerto yo viro”, dice con la convicción de quien tomó la decisión hace tiempo. “Aquí la gente me quiere. Hoy, por ejemplo, canté en el hospital Faustino Pérez; la gente me aplaudió mucho y eso me gusta. Me regalaron dinero y comida”, dice, acariciando una jaba con sus pocas pertenencias.

Nunca ha tenido problemas con la Policía ni con nadie por cantar, asegura a este diario. “Incluso he ido a la Marina y los guapos ahí no quieren que me vaya. Siempre me regalan dinero y me dicen que los busque si tengo algún problema, que ellos lo resuelven”. Urbano sabe que la situación “está dura”, pero insiste en no robar ni pedir limosna. “Hago algo que me gusta, ayudo a mi tía y no ando metido en cosas malas”, concluye con los ojos bien abiertos, como quien defiende su propio pedazo de dignidad.

Tanto José Luis como El Tanque forman parte de ese grupo cada vez mayor de cubanos que sobrevive al margen, ante un Estado incapaz de solucionar la grave crisis que atraviesa el país. Pero si hay cubanos que sufren la dejadez institucional, son los que padecen trastornos psiquiátricos. Uno de ellos es Yoel, diagnosticado con esquizofrenia y residente en un pequeño cuarto en la Marina. A pesar de todo, cada día sale con sus libretas llenas de apuntes en inglés y alemán, listo para "cazar" turistas.

"Aquí todo el mundo anda muy ocupado. Solo los extranjeros tienen tiempo”

“Hace tiempo trabajé para una biblioteca particular llevando libros por toda la ciudad, pero entré en crisis y no pude continuar”, explica. Ahora su hermano lo ayuda en lo que puede y él se dedica a buscar extranjeros con los que conversar. “Sobre todo en alemán. Ellos me regalan dinero casi siempre”, dice con timidez.

Cuando se le pregunta si les pide dinero, su expresión cambia: “Yo solo quiero practicar el idioma. Lo que sí les pido es algún libro. Si me regalan un café o dinero lo acepto, pero yo no soy un jinetero. El problema es que no tengo con quién hablar y aquí todo el mundo anda muy ocupado. Solo los extranjeros tienen tiempo”.

Hace unos días, una pareja de canadienses lo invitó a comer y conversaron largo rato en inglés. “Lástima que ya no vengan alemanes por Matanzas. Hace tiempo no tengo libros en ese idioma para leer. Voy a tener que aprender ruso o chino”, bromea mientras se aleja con sus libretas bajo el brazo.

Quizás las caricaturas de José Luis no lleguen nunca a las galerías, ni Urbano gane un concurso de canto, ni Yoel vuelva a conversar en el idioma de Goethe con un visitante alemán. Pero han encontrado sus propios modos de sobrevivir, en medio de un país que se hunde cada vez más en la crisis, sin soluciones a la vista. 

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