Manuel Ballagas, una voz incómoda contra la censura y el totalitarismo
Obituario
El escritor cubano, exiliado en EE UU, falleció en los últimos días de agosto, a los 77 años
La Habana/En los últimos días de agosto la literatura cubana perdió al poeta y escritor Manuel Ballagas. A los pocos días, en septiembre, falleció también su esposa de toda una vida, la bailarina y cantante Juanita Baró. Muchos de los que conocieron y admiraron su obra han demorado en reaccionar, tal vez deseando que no fuera cierto. Con él se fue una voz literaria incómoda, resistente y profunda, que supo conjugar la memoria del exilio con una mirada crítica hacia la Isla y hacia los laberintos del destierro.
Ballagas fue hijo del prestigioso poeta Emilio Ballagas, uno de los nombres más relevantes del neorromanticismo y la poesía negra en Cuba. Nacido en 1948, Manuel creció rodeado de libros y de tertulias literarias. Su casa daba cobijo a lectores, escritores y poetas que conversaban hasta altas horas de la noche, y él respiró desde niño esa atmósfera de creación, de pasión por las letras y de conciencia cultural.
Empezó a escribir desde muy joven. Su primer relato apareció cuando apenas tenía 15 años, en la revista Casa de las Américas. Con el tiempo publicó con Ediciones El Puente el libro de cuentos Con temor, antes de cumplir los 18, una obra que provocó la furia del régimen revolucionario, lo cual marcó el rumbo de su vida.
Se relata que Fidel Castro calificó ese libro de “intolerablemente morboso” y “contrarrevolucionario”, y de hecho ordenó la destrucción de sus pruebas tipográficas en un acto público en la Plaza Cadenas de la Universidad de La Habana. En 1973 fue arrestado bajo cargos de “diversionismo ideológico” y condenado a prisión. Tras varios años entre rejas y bajo libertad vigilada, se vio obligado a optar por el exilio.
Desde esa nueva orilla se definió como “un estadounidense que tiene el castellano como primera lengua”
En abril de 1980 buscó asilo con su esposa e hijo en la Embajada de Perú en La Habana, durante los días del éxodo del Mariel. Sus recuerdos de aquel episodio están llenos de hostigamientos, empujones, escupitajos y gritos de “¡Que se vayan!”, que lo acompañaron hasta la embarcación que partió del puerto habanero. En su propia voz llegó a afirmar: “Yo no me marché, sino que me expulsaron”. En los años siguientes residió en Estados Unidos, asentando su vida en Miami, y desarrolló una carrera literaria y periodística desde el exilio.
Desde esa nueva orilla se definió como “un estadounidense que tiene el castellano como primera lengua”. En Estados Unidos trabajó en medios como The Wall Street Journal, The Miami Herald y The Tampa Tribune. Fue consultor editorial de la edición en español de Foreign Affairs entre 2000 y 2003. Antes, entre 1981 y 1984 codirigió junto a Roberto Madrigal la revista literaria Término, un espacio cuatrimestral bilingüe (inglés y español) que promovía la polémica honesta, el debate y la libertad de pensamiento entre escritores cubanos en el exilio.
Obras suyas fueron publicadas en revistas como Gaceta de Cuba, Escandalar, Mariel, Linden Lane Magazine, Contratiempo, Sinalefa, Otro Lunes y Revista Hispano Cubana. Su producción literaria es heterogénea: cultivó cuentos, novelas, poemas y memorias. Entre sus títulos más destacados figuran Hotel París, Cubiche, Newcomer: An American Adventure, Pájaro de cuenta, El sendero del jagüey y el algarrobo, Malas lenguas, entre otros.
En la novela Cubiche, por ejemplo, desplegó un realismo crudo y urbano, con influencias del realismo sucio y la narrativa estadounidense, aplicadas al universo cubanoamericano. Su estilo, deliberadamente despojado de retórica pomposa, ha sido comparado con el de Raymond Carver, Charles Bukowski o Joyce Carol Oates, aunque siempre con una mirada y tensión cubana de fondo. En varias entrevistas, Ballagas explicaba que no escribía pensando en armar libros, sino que sus historias se acumulaban hasta devenir en colecciones o novelas. Sus relatos a menudo entrelazan lo cotidiano, lo mítico y la memoria –la Isla perdida, los rincones familiares, el exilio–, y circulan entre la nostalgia, la ironía y el desafío.
“Cuba me ha olvidado también”
Ballagas nunca dejó de hacer valer su derecho a disentir, ni de señalar sus heridas. Hablaba de censura, de represión cultural y del silencio impuesto sobre varias generaciones. En su obra late una persistencia por nombrar lo vedado, por reconstruir lo que el poder borró, por rescatar voces y memorias que el olvido oficial pretendía enterrar. En sus entrevistas afirmaba que veía las calles de La Habana en la televisión y no lograba reconocerse en ellas ni en sus habitantes. Para él, Cuba se había convertido en un país del que ya no podría formar parte; “Cuba me ha olvidado también”, decía.
Manuel Ballagas fue, desde el principio, un provocador, un polemista incómodo, un hombre que expuso sus opiniones sin temores, aun cuando eso lo convirtió en blanco de enemigos invisibles. En su perfil público, el escritor Joaquín Gálvez lo definió como alguien que “emitía sus opiniones sin temor a granjearse enemigos”.
Si bien en Cuba muchas de sus obras fueron censuradas o directamente borradas del circuito editorial, en el exilio mantuvo una constancia férrea. Publicó, comentó, nunca se rindió ante la indiferencia geográfica ni ante la clausura que el poder impone. Su legado literario, su voz plural y su compromiso con la memoria lo sitúan hoy como un punto de referencia entre las letras cubanas del destierro.
Quienes lo conocieron personalmente guardan en la memoria su mirada inquieta, su palabra franca, su convicción de que escribir no es solo un oficio, sino una batalla. A los lectores, les queda su obra, sus textos que seguían creciendo, aun desde la distancia. Al mundo de la literatura, le queda el testimonio de un hombre que, pese a las sombras y los silencios, nunca renunció a escribir.