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Apagón para 'El Principito', luz para los funcionarios del PCC en Matanzas

Teatro

Algunos barrios apenas sufren cortes, mientras que otros viven entre velas y refrigeradores silentes

Los miembros del Teatro de las Estaciones, en Matanzas, con un cartel informativo de la suspensión de la obra. / 14ymedio
Pablo Padilla Cruz

20 de junio 2025 - 10:01

Matanzas/“Lo esencial es invisible a los ojos”, dice la célebre frase de El Principito. Pero cuando Antoine de Saint-Exupéry la escribió, no se estaba refiriendo a los apagones. En Matanzas, a los niños les cuesta poder ver la adaptación que ha preparado la agrupación Teatro de las Estaciones. La ciudad se ha convertido en un pozo oscuro, en cuyo abismo la luz se reparte con criterios difusos y muchas veces arbitrarios. En ese abismo, solo algunos –los menos, los más cercanos al poder– reciben la gracia de una electricidad constante. Como suele ocurrir en esta Isla, para que unos ganen, otros deben perder.

“Sabemos lo que pasa en el país. Sabemos y entendemos que los circuitos de hospitales deben tener prioridad. Lo que no entendemos es cómo un circuito donde solo hay casas de funcionarios del Partido y militantes tiene diez horas más de electricidad que cualquier otro”, dice una trabajadora del teatro, que prefiere el anonimato. Mientras se lleva una taza de café a los labios, sonríe con ironía y remata: “Le zumba que justo ahí esté la sede provincial del PCC”, y señala unas luces a pocos metros.

El comentario no es aislado. Padres, artistas, técnicos y directivos del teatro comparten la misma frustración. No solo se trata de la imposibilidad de ensayar o presentar funciones, sino de un mensaje implícito: la cultura, la infancia y el arte no son prioridad.

No solo se trata de la imposibilidad de ensayar o presentar funciones, sino de un mensaje implícito: la cultura, la infancia y el arte no son prioridad

Los niños que llegaron al teatro con la ilusión de ver una obra de títeres, acompañados por padres que se esfuerzan entre semana por ofrecerles momentos de recreación sana, se encontraron con puertas cerradas, luces apagadas, telones sin vida. “Después nos llevamos las manos a la cabeza con la juventud, pero no valoramos estos espacios donde los niños pueden crecer con sensibilidad”, continúa la misma trabajadora.

El Teatro de las Estaciones no es cualquier institución. Fundado por los maestros Rubén Darío Salazar y Zenén Calero, ha sido durante décadas una cantera de creatividad y sensibilidad para generaciones de cubanos. Sus integrantes han llevado la técnica de títeres a niveles insospechados, combinando tradición y vanguardia, elevando el género a un plano de respeto y reconocimiento. “No lo digo solo porque trabajo aquí –insiste la matancera–, lo digo porque lo hemos construido con mucho esfuerzo, con cada función, con cada ensayo bajo el sol o bajo los apagones”.

La obra, titulada Un rastro en las estrellas (poemas invisibles para decir a la hora del crepúsculo), partió de los versos de Asteroide B612, del escritor José Manuel Espino –un poemario que rinde homenaje al inmortal clásico de Saint-Exupéry–. La compañía ha tenido que suspender funciones, ajustar ensayos y reinventar el calendario por culpa de los cortes eléctricos. Pero más que una contingencia técnica, lo que se percibe es una fractura profunda: la falta de equidad en la distribución de la energía.

Las autoridades han implementado un sistema de rotación que, según el discurso oficial, busca “equidad” en la distribución de la electricidad. Sin embargo, en la práctica, la percepción es otra. Algunos barrios apenas sufren cortes, mientras que otros viven entre velas, baterías agotadas y refrigeradores silentes.

El arte, como la flor del Principito, necesita cuidados. No sobrevive sin luz, sin atención, sin un espacio para florecer

El arte, como la flor del Principito, necesita cuidados. No sobrevive sin luz, sin atención, sin un espacio para florecer. Y aunque los gobernantes proclaman desde las tribunas la importancia de la cultura y la recreación sana, las decisiones administrativas contradicen ese discurso. “Hablan de cultura como escudo, como espada, pero aquí nos sentimos olvidados”, dice otro miembro del colectivo artístico.

Y no se trata solamente de una anécdota cultural. Es un reflejo de cómo los apagones –esa palabra tan presente en la cotidianidad cubana– afectan no solo la vida doméstica, sino también el tejido social, el ánimo, el alma de la nación. Porque cuando se apagan los teatros, no se apagan solo los bombillos.

Los artistas no piden privilegios. Piden condiciones mínimas para hacer su trabajo, ese que muchas veces suple carencias educativas, emocionales y espirituales. En un país donde la infancia vive cercada por la escasez y la incertidumbre, el teatro es algo más que un respiro.

“No somos prioridad. Eso está claro. Pero al menos que no nos sigan diciendo que lo somos”, concluye con resignación uno de los actores. Mientras en algunos barrios el aire acondicionado no deja de zumbar, en otros, como en este teatro del corazón de Matanzas, lo único que se escucha es el silencio de una función que no fue. Una flor que no pudo ser regada, un niño que no conoció al zorro, un asteroide sin luz. 

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