Capablanca en San Sebastián: el nacimiento de un rey
Ajedrez
Este miércoles se cumplieron 137 años del nacimiento del legendario ajedrecista cubano
Houston/Cuando José Raúl Capablanca llegó a San Sebastián (España) en 1911, muchos grandes maestros lo veían como un joven prometedor, pero aún inmaduro. No faltaban quienes pensaban que aquel cubano elegante –con apenas 22 años– estaba siendo sobrevalorado. Pero en ese torneo de élite, rodeado de la aristocracia del ajedrez mundial, Capablanca no solo respondió: deslumbró.
San Sebastián era, para la época, el torneo. Allí estaban Rubinstein, Nimzowitsch, Marshall, Tarrasch, Schlechter, Teichmann… toda la constelación brillante que marcaba la teoría del tablero. Incluso hubo dudas sobre aceptar a Capablanca en la lista de participantes. Fue Frank Marshall quien insistió en que el joven tenía nivel para sentarse entre los gigantes. Y cuánta razón tuvo.
El incidente que reveló al genio
Poco antes de que comenzaran las rondas oficiales, varios maestros mataban el tiempo disputando partidas rápidas. Capablanca, observando desde atrás, hizo un comentario sobre una posición. Uno de los veteranos, molesto, lo reprendió con desdén: “Joven, primero hay que aprender antes de opinar”.
Capablanca no discutió. Se limitó a tomar asiento, aceptar cortésmente un tablero… y comenzó la verdadera demostración. Los venció a todos, uno por uno, sin esfuerzo visible, con una velocidad y una claridad que dejaron a los presentes atónitos. Al final, los mismos que lo regañaron terminaron murmurando con una mezcla de respeto y sorpresa: “En partidas rápidas… no tiene adversarios”.
Aquel episodio bastó para cambiar la atmósfera previa al torneo. Ya nadie veía al cubano como un invitado dudoso: sabían que estaban frente a un talento fuera de escala.
La joya que conquistó el premio de brillantez
Durante el torneo, Capablanca confirmó todo lo que había insinuado en ese salón previo. Su obra más celebrada fue la victoria ante Berstein: una lección de armonía, simplicidad luminosa y remate perfecto. Esa partida obtuvo el premio de brillantez, un galardón reservado para quienes transformaban el ajedrez en arte.
No fue solo un golpe táctico; fue una construcción equilibrada y lógica que desnudó la tendencia natural de Capablanca: hacer fácil lo difícil.
Un triunfo inobjetable
Ronda tras ronda, Capablanca acumuló puntos solo perdiendo una partida. Su victoria final fue categórica, serena y limpia. Cuando la última ronda concluyó, la prensa europea coincidió: había nacido un nuevo monarca del tablero.
Años después, Alexander Alekhine resumiría lo que el mundo sintió en 1911: “Una partida de Capablanca tiene la pureza de un templo griego”.
San Sebastián 1911 no fue solo un torneo: fue la revelación de un genio imbatible, el primer gran aviso de que una nueva era comenzaba. Y era solo el principio.
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Nota de la Redacción: Jorge Luis León es el autor de Breviario ajedrecístico.