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Ni con el escudo ni sobre el escudo

Si de veras se quiere un béisbol de primer nivel, hay que empezar desde cero, cambiar de raíz todo el sistema de equipos, administración y campeonatos. Asumir una filosofía y una ideología diferentes

La derrota 14 a 1 frente a Holanda solo es un síntoma más de la larga agonía del deporte nacional. (Granma)
Ernesto Santana

16 de marzo 2017 - 10:25

La Habana/Aunque tuvo momentos en que se mostró motivado y capaz de jugar buena pelota, y hasta de creerse capaz de más, el equipo cubano terminó vapuleado hasta la humillación en el último capítulo de su aventura en el IV Clásico Mundial de Béisbol. La derrota 14 a 1 frente a Holanda solo es un síntoma más de la larga agonía del deporte nacional.

¿De cuál universo paralelo vino esa selección de peloteros a jugar con el uniforme de Cuba? ¿De qué inframundo mental beisbolero surgió el espíritu que los animó? ¿Qué sustancia alucinógena puso un agente de Hensley Meulens, mentor de los holandeses, en el chicle que masticaban los discípulos de Carlos Martí?

¿Será mejor tirarlo a broma y eliminar ese horror de partido de la memoria personal y de los registros no oficiales de la pelota cubana, o es más acertado, por doloroso que resulte, tomarlo como muestrario patológico, como la página más sintomática de la historia clínica del deporte nacional?

Lo grave no es este juego en sí mismo, naturalmente, pues ya sabemos que un naufragio le toca a cualquier Titanic, sino la inestabilidad en cada tope y en todos los órdenes

Los números no tienen peso emocional. El zurdo Diegomar Markwell (del Neptunus de la Liga de Holanda, en su tercer Clásico) ha ganado las cinco veces que se ha enfrentado a Cuba en estos eventos. Es el segundo nocao que recibe nuestra selección en estos torneos, pues Puerto Rico le ganó 12 a 2 en el I Clásico Mundial, aunque allí Cuba quedó como subcampeón ante Japón.

Lo grave no es este juego en sí mismo, naturalmente, pues ya sabemos que un naufragio le toca a cualquier Titanic, sino la inestabilidad en cada tope y en todos los órdenes, la presteza para "amarillearse", la fuerza y profundidad de los problemas que —con mucha suerte y con emergencias de talento— se ocultan durante un tiempo.

Enseguida aseguran los narradores deportivos que transmiten desde Tokyo, y luego los comentaristas de aquí, que "así es el béisbol que tenemos", que "tal es el nivel real de la pelota cubana", que "eso es lo que se había previsto y no se puede aspirar a más ni debemos lamentarnos demasiado".

Claro que este ha sido nuestro más pobre seleccionado en ese torneo de élite pero, ¿es por completo verdad que "eso es lo mejor que tenemos"? ¿Estaban en esa escuadra los mejores del país? Para no redundar en los talentos que supuestamente debieron ir, ¿se merecieron, en cambio, un puesto todos los que quedaron en la última nómina? Por ejemplo, hablando en plata, ¿Frederich Cepeda debía estar allí?

Además, si ya era ese el elenco, ¿por qué se permitió que siguieran jugando los peloteros que no rendían, como si se tratara de un campeonato largo, con tiempo para reajustes y para que se recuperen los que están en mala racha? ¿Por qué estaban sembrados en turnos al bate vitales un Cepeda ambidiestro que no bateó a ninguna de las dos manos y un Saavedra que vino a despertar casi a la hora de recoger los bates?

El staff de pitcheo era débil, pero se vio que el uso de los lanzadores pecó a veces de demasiado preconcebido, de poco basado en el desempeño, de una permisibilidad muy relajada. Por instantes la dirección parecía estar mentalmente en una Serie Nacional y no en un torneo fulminante, sin mirar cómo actuaban los otros mánagers ni fijarse en la agilidad y en la construcción constante del juego que es moneda corriente a ese nivel.

Hay que mirar la foto grande, la imagen total de Cuba en el evento. No solo la última instantánea de la paliza. Por ejemplo, ¿qué hacían todos esos voraces burócratas, vividores y funcionarios de todo rango, merodeando por el banco entre una ida a tiendas y una venida de algún restaurante de Tokyo? ¿Estaban ayudando o sencillamente entorpeciendo más aún el trabajo del equipo?

Hay que hacer una limpieza más profunda. Que el béisbol sea legal y verdaderamente independiente del poder

Y mejor ni hablar de los "hinchas" cubanos de la embajada —o de donde sea—, con mucha bandera y mucha ricura y mucha algarabía, y provocando mucha vergüenza ajena.

Luego, por supuesto, el mensaje que deja el Clásico es que "hay que seguir trabajando", que "hay que construir desde la base", que "hay que bla bla bla". Según Modesto Agüero, "queda mucho por hacer con la pelota en nuestro país".

Como en las asambleas y congresos del país: muchas palabras sin hechos. Lo peor del caso es saber bien que, si de veras se quiere un béisbol de primer nivel, hay que empezar desde cero, cambiar de raíz todo el sistema de equipos, administración y campeonatos. Asumir una filosofía y una ideología diferentes. En fin, hacer lo que hacen todos los que persiguen la excelencia.

Pero a veces uno duda de que incluso esa sea una solución. En sí mismo el profesionalismo del béisbol no es la solución. Hay que hacer una limpieza más profunda. Que el béisbol sea legal y verdaderamente independiente del poder. Los zorros lejos del gallinero.

Si no, cada torneo importante, cada Clásico Mundial tendrá siempre peores resultados, y —lo más trágico— los nuevos jóvenes talentos de la pelota seguirán escapando hacia la realidad, fuera de la pesadilla interminable y llena de palabras prometedoras, donde lo único que mejora es la percepción de lo mal que está nuestro béisbol.

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