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Venezuela: estamos en la ruina y seguimos cayendo

Venezuela y Cuba son los únicos países en el hemisferio con la clasificación de "no libres". (EFE)
Oscar Medina

12 de marzo 2017 - 14:49

Caracas/ Hay gente que habla de “la transición”. Gente inteligente, culta. Gente que acumula méritos profesionales. Personas respetables. Dicen “la transición” como si se tratara de un hecho que ya está ocurriendo o que está pronto a suceder y se han dedicado a hacer propuestas, a esbozar planes, a imaginar cómo es que hay que apoyar ese momento en el que pasaremos –o ya estamos pasando- de una muy mala situación a otra que por gracia del destino y la buena voluntad debería ser mejor.

No hay otra manera de decir esto sin el yo: no veo señales de ese proceso. Lo que asoma en el horizonte para Venezuela será peor. Y si acaso se está gestando algún cambio, será más bien entre los mismos actores que ocupan y se reparten el poder desde que Hugo Chávez llegó a Miraflores por la vía de los votos. Desde entonces hemos escuchado una y otra vez un argumento: “este modelo es insostenible”. Lo han dicho muchos al referirse a la economía nacional. Y otros tantos al analizar el planteamiento político del chavismo.

Y aquí estamos: Chávez tomó posesión en febrero de 1999. ¿Usted ve a sus herederos de salida? Yo no.

Por tercera ocasión consecutiva la nuestra es considerada la economía más “miserable” del mundo. Esa es la proyección que hace la agencia Bloomberg para 2017 en su Índice de Miseria que analiza la inflación y el desempleo en 65 países

En el transcurso de 18 años Venezuela pasó a ser una especie de pequeña “potencia” regional con el dinero y el impulso suficiente para alimentar cambios políticos en Latinoamérica y el Caribe –y hasta un poco más allá- y terminó convertida en lo que es hoy: una ruina difícil de entender, un territorio azotado por el malandraje y la inequidad, una fuerza en retroceso, en caída permanente. Y una fuente inagotable de malas noticias.Por tercera ocasión consecutiva la nuestra es considerada la economía más “miserable” del mundo. Esa es la proyección que hace la agencia Bloomberg para 2017 en su Índice de Miseria que analiza la inflación y el desempleo en 65 países. Y como el gobierno de Nicolás Maduro no presenta datos desde 2015, han tenido que basarse en el aumento del costo de una taza de café para estimar la inflación venezolana en 1.419% desde mediados de agosto hasta ahora. Eso, claro, no toma en cuenta la calidad del café servido: estaríamos mucho peor.

Sin conocer bien el número maldito, tenemos la certeza de que nos golpea la inflación más elevada del mundo. La Asamblea Nacional, ante el silencio voluntario del Banco Central, decidió hacer su cálculo propio: el índice de los diputados apunta que el año pasado cerró con 550% y ya proyecta 679,73% para el cierre de 2017. Otros estimados para el año que terminó señalan 700%, 800% y más de 1.000%. Hasta el ministro de Comercio Exterior, Jesús Farías, admitió hace poco lo que ya en 2015 advertía el Fondo Monetario Internacional: sí, tenemos la inflación más alta del planeta.

Steve Hanke, el prestigioso economista estadounidense, acaba de bautizar a Petróleos de Venezuela como la peor empresa petrolera del mundo

En noviembre el economista Asdrúbal Oliveros –director de la firma Ecoanalítica- nos inscribía en otro libro de récords: “el peor desempeño”. Y presentó argumentos: “Vamos a tener una contracción que calculamos en 11%, con una inflación cercana al 500%, una caída de 45% en las importaciones, una contracción de casi el 12% en el consumo privado. Es decir, por cualquier indicador que mires tienes una situación muy precaria. En los tres años de gobierno del presidente Nicolás Maduro la economía venezolana se ha contraído casi 25%, el PIB per cápita en dólares ha caído 57%. Tenemos 12 trimestres consecutivos cayendo. Son números de un país que pareciera en guerra o que haya pasado un desastre natural”.

Ni guerra ni desastre natural: esto se llama chavismo. O madurismo. Es lo mismo. Datos del Instituto Nacional de Estadística reflejan que en 2015 cerraron 58 mil empresas. En 2014 la economista Anabella Abadí –analista de ODH Grupo Consultor y docente universitaria- declaró a la revista Dinero que entre 2001 y junio de ese año cesaron sus operaciones 200 mil empleadores, con lo cual, se habrían perdido cerca de 1 millón de trabajos formales. En junio pasado la Unión Empresarial del Comercio y los servicios del estado Zulia alertó que en menos de un año 101 mil 282 empresas del país cerraron sus puertas generando la pérdida de más de 800 mil empleos directos e indirectos. En mayo el presidente del gremio industrial –Conindustria- Juan Pablo Olalquiaga, informó que solo existen 4 mil empresas activas pero operando a apenas 45% de su capacidad instalada. Cualquiera de esos datos es una catástrofe en sí mismo.Steve Hanke, el prestigioso economista estadounidense, acaba de bautizar a Petróleos de Venezuela como la peor empresa petrolera del mundo en un artículo publicado en la revista Forbes el 6 de marzo. Ya antes había ubicado al país como el más miserable de 2016. Ahora, en su análisis, desnuda el ruinoso camino por el cual transita la única y verdadera fuente de riqueza de esta nación que no produce otra cosa y que cada vez lo hace en menor proporción y valor: Pdvsa –bajo el gobierno de Maduro- está produciendo 20% menos que en 1999 y haciendo que la riqueza de las reservas de crudo se desvanezca proyectada en el tiempo.

El Índice de Competitividad Global 2016-2017 del Foro Económico Mundial muestra otros “méritos” revolucionarios: Venezuela es el país más corrupto de una lista de 138. Es decir, el más corrupto del planeta. También tenemos la economía menos competitiva de Latinoamérica y estamos en el puesto 130 del mundo solo por encima de ocho naciones africanas. El más reciente Índice de Percepción de Corrupción de la organización Transparencia Internacional también nos concede el galardón regional.

El Informe Nacional 2016 del Observatorio Venezolano de la Violencia estima una tasa de 91,8 asesinatos por cada cien mil habitantes. Otro puesto de “honor” en una lista global: el segundo entre los países con mayor cantidad de homicidios

No hay un ranking negativo en el que Venezuela no ocupe un lugar estelar. Algunos podríamos inventarlos. Con un desabastecimiento de medicinas de 85% -de acuerdo a la Federación Farmacéutica Venezolana- y con una escasez de alimentos en torno a 80%, la revolución ha fijado una marca difícil de superar y que tiene su trágica expresión diaria en el pavoroso espectáculo de familias buscando restos de comida entre la basura y en las muertes absurdas que ocurren en los centros hospitalarios a lo largo del mapa nacional. También se puede sentir en el miedo: el de los enfermos de cáncer, en el de las personas con HIV, en el de los pacientes con trasplantes. En el miedo de todos a enfermar.

El Informe Nacional 2016 del Observatorio Venezolano de la Violencia estima una tasa de 91,8 asesinatos por cada cien mil habitantes. Otro puesto de “honor” en una lista global: el segundo entre los países con mayor cantidad de homicidios. En 2015 la tasa fue de 90 por cada cien mil. Es decir, cada vez somos menos, cada vez nos matamos más. Caracas ya es la ciudad más violenta con 119 homicidios por cada cien mil habitantes. Entre los asesinados durante 2016 hay 414 policías y militares, la mayor cantidad de funcionarios víctimas de los últimos cinco años.

El único “logro” mundial de Venezuela que pudiera forzar a una sonrisa es el de contar con el “orgullo” de tener en casa al más inepto esquiador en nieve de la historia. Pero ese cuento, con ribetes de picaresca, también es vergonzoso. El socialismo del siglo XXI nos ha convertido en una desgracia con bandera. Lo insostenible se sostiene solo para continuar destruyendo, para consumirse hasta la ruina. Esa es la transición que experimenta el país. Ese es el gran logro de la revolución y en particular de la gestión de Maduro: demostrar que todo puede ser peor.

Nota de la Redacción: Este texto ha sido publicado el 8 de marzo en www.verticenews.com

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