APOYO
Para ayudar a 14ymedio

La libertad de expresión y la manipulación del lenguaje

Opinión

Para evitar manipular el lenguaje, quien pide tolerancia frente a su opinión debe estar dispuesto a ofrecer lo mismo ante la discrepancia

La frase de Madame Roland, expresada cuando se encaminaba a la guillotina, sintetiza uno de los grandes vicios políticos de todos los tiempos. / La libertad guiando al pueblo. Delacroix
Federico Hernández Aguilar

20 de noviembre 2025 - 07:36

San Salvador/“¡Oh, libertad, libertad! ¡Cuántos crímenes se cometen en tu nombre!”. Estas extraordinarias palabras, acaso las más célebres de la Revolución Francesa, fueron dichas por Marie-Jeanne Roland de la Platière, esposa de uno de los líderes de la Gironda, facción moderada en medio del terror desatado por el radicalismo jacobino. La frase de Madame Roland, expresada cuando se encaminaba a la guillotina, sintetiza uno de los grandes vicios políticos de todos los tiempos: la manipulación o tergiversación de los términos, incluso de aquellos que, por su naturaleza, deberían suscitar los mayores acuerdos.

Y así como ha ocurrido con esa hermosa palabra —libertad—, también otros conceptos sirven hoy para disfrazar dogmatismos, talantes autoritarios y hasta agendas francamente totalitarias. “Inclusión” y “diversidad” son dos ejemplos bastante actuales. Invocándolos sin mayor análisis —y a veces, excluyendo deliberadamente los contrastes que requieren—, en nombre de la inclusión y la diversidad se están cometiendo innumerables atropellos contra las libertades individuales y la dignidad humana en muchos países del mundo.

Paradójicamente, como también nos diría Madame Roland, suele pasar que quienes más nos aseguran que defienden la inclusión como norma social se muestran incapaces, en la práctica, de reconocer la existencia de razones válidas —no digo que las acepten, solo que las reconozcan— en los planteamientos ajenos.

Es entonces cuando demuestran que su “tolerancia” está lejos de ser una virtud personal; se trata, en realidad, de una consigna, de una nueva bandera

En el abordaje de temas controversiales, suele ser frecuente encontrar personas que se presentan a sí mismas como tolerantes y abiertas a escuchar a todos, pero cuando se les coloca delante de la posibilidad de discutir realmente sus opiniones, a profundidad, proceden entonces a repetir eslóganes, rechazar a priori argumentaciones sólidas y, en el peor de los casos, descalificar moralmente a sus adversarios. Es entonces cuando demuestran que su “tolerancia” está lejos de ser una virtud personal; se trata, en realidad, de una consigna, de una nueva bandera.

El problema de la tolerancia como bandera es que resulta muy fácil convertirla en arma arrojadiza. Para evitar manipular el lenguaje, quien pide tolerancia frente a su opinión debe estar dispuesto a ofrecer lo mismo ante la discrepancia. Solo así, en reciprocidad, funciona esta virtud. Vivimos tiempos, sin embargo, en que la comunicación entre los seres humanos, más veloz y masiva que nunca, está convirtiéndose en un hervidero de pasiones y en un surtidor de cancelaciones.

Hoy, en nombre del respeto a la “diversidad”, se llega al extremo de conculcar derechos religiosos, se queman iglesias y se prohíben determinadas expresiones confesionales. Invocando “respeto” y “tolerancia”, se acumulan escándalos deportivos en los que varones biológicos terminan desplazando a mujeres talentosas. En defensa de una pretendida “inclusión”, decenas de padres de familia han sido conducidos a la cárcel por oponerse a que sus hijos se vean obligados a “instruirse” bajo parámetros ideológicos. ¿Dónde quedan, pues, los valores que se pretendía promover?

Lo que sí queda dibujada es esa mentalidad autoritaria que mina la sana convivencia. El totalitario, atribuyéndose el derecho a calificar lo que los demás debemos entender, se apresura a vetar, en nuestro nombre, lo que él ya juzgó.

Una sociedad auténticamente plural no solo reconoce la coexistencia pacífica de quienes saben admitir sus diferencias, sino que alienta el contraste de ideas entre ellos. La mentalidad totalitaria, en cambio, no soporta el contraste, y por eso se afana en antecederle, en cerrarle el paso, incluso arriesgando el derecho humano a emitir opiniones.

En uno de sus más célebres ensayos, la filósofa alemana Hannah Arendt, dice lo siguiente: “Los gobiernos totalitarios, como las tiranías, no podrían ciertamente existir sin destruir el terreno público de la vida, es decir, sin destruir, aislando a los hombres, sus capacidades políticas. Pero la dominación totalitaria como forma de gobierno resulta nueva en cuanto que no se contenta con este aislamiento y destruye también la vida privada. Se basa ella misma en la soledad, en la experiencia de no pertenecer en absoluto al mundo, que figura entre las experiencias más radicales y desesperadas del hombre”.

La mentalidad totalitaria, en cambio, no soporta el contraste, y por eso se afana en antecederle, en cerrarle el paso, incluso arriesgando el derecho humano a emitir opiniones

La reflexión de Arendt es muy reveladora. La destrucción del ámbito privado del debate, manipulando el lenguaje, viene a ser uno de los triunfos más importantes de la tiranía. Cuando las personas comunes y corrientes, exacerbadas por mensajes que las desubican frente al resto de la sociedad, se transforman en difusoras de insultos, viñetas y simplismos, están sirviendo a fuerzas que se alimentan, precisamente, de la confrontación social.

Tan en riesgo se pone la libertad humana cuando el poder formal la amenaza como cuando nuestros caprichos personales la absolutizan. “La libertad”, escribió Víctor Frankl, “solo es una parte de la historia, la mitad de la verdad. La libertad no es más que el aspecto negativo de cualquier fenómeno, cuyo aspecto positivo es la responsabilidad”.

En efecto, si la libertad es el derecho a estructurar mi autodeterminación sin obstáculos, usando mi inteligencia y voluntad, entonces vale reconocerla como un instrumento legítimo e imprescindible de realización y dignidad humanas. La administración madura de las diferencias es una de las grandes tareas de la civilización, y por eso debe asentarse siempre en la libertad de expresión y en el respeto irrestricto a las personas.

No hay comentarios
Ver los Comentarios

También te puede interesar

Lo último