¿Es posible una tercera alternativa?
análisis
En los comienzos del proceso revolucionario se decía que los medios de producción pertenecían a los trabajadores y que la tierra era de quien la trabajaba
Miami/En 1988, cuando ya eran visibles el derrumbe del campo socialista y el fracaso del modelo implementado por los partidos comunistas, un economista estadounidense de origen japonés, Francis Fukuyama, acaparó la atención con una disertación que luego publicó en forma de libro. ¿El Fin de la Historia? afirmaba categóricamente que se había producido “el punto final de la evolución ideológica de la humanidad”, y que, excepto el capitalismo, no existía “una estructura político-económica alternativa” que pudiera resolver las contradicciones humanas fundamentales.
Pero dos años después tres aerolíneas estadounidenses desaparecieron en medio de conflictos laborales, y en la década siguiente se desató una crisis económica mundial tan grave como la del Crac de 1929. El capitalismo tiene una contradicción intrínseca entre capitalistas que persiguen mayores ganancias, y asalariados que desean mejores jornales.
Sin embargo, ese modelo, aún con sus conflictos, ha podido sostenerse. No es el caso de las economías centralizadas.
¿Por qué países de Europa del Este como Yugoslavia, Hungría, Checoslovaquia y Polonia se rebelaron para desgajarse del campo socialista y las tropas soviéticas tuvieron que invadir o amenazar con una invasión para luego terminar todos esos países regresando a la economía capitalista?
¿Por qué la Unión Soviética tuvo que acudir a la reforma de la perestroika y después desintegrarse para luego tomar cada pueblo por caminos que los alejaron de los ideales de la hoz y el martillo?
¿Por qué China y Vietnam tuvieron que abandonar el fanatismo intransigente que los mantenía en la miseria para luego acercarse a Occidente e implementar elementos de libre mercado?
¿Por qué China y Vietnam tuvieron que abandonar el fanatismo intransigente que los mantenía en la miseria para luego acercarse a Occidente e implementar elementos de libre mercado?
Y como contrapartida, ¿por qué un país como Cuba, que fue el primer productor de azúcar del mundo, el tercer país ganadero de América Latina después de Argentina y Uruguay, con el peso cubano a la par del dólar, un per cápita superior a países como España, Austria y Japón, con más inmigrantes estadounidenses que emigrantes cubanos en Estados Unidos, es hoy el país más pobre del continente?
Todas estas preguntas tienen una respuesta: porque el modelo que compartían y que algunos aún sostienen, es irracional y contraproducente para el desarrollo económico. Al absorber el Estado todos los medios de producción, se ve obligado a generar una casta de miles de funcionarios que es incapaz de controlar y por tanto se convierte en un monstruo burocrático. En las auditorías era muy común encontrar palabras como “faltantes” y “desvíos de recursos”. Como esos funcionarios no son propietarios de esas empresas, carecen de verdadero incentivo productivo, pero las explotan como si fueran suyas y derrochan sus recursos como si fueran ajenos. En términos técnicos podríamos decir que se crea una contradicción entre la propiedad estatal y la apropiación privada de esos funcionarios. Entonces se entiende por qué Fidel Castro, ya en los umbrales del final de su vida, reconocía: “El modelo cubano no sirve ni para los cubanos”.
¿Quiénes son entonces los únicos que realmente tienen verdadero interés productivo en ese modelo? Pues, como máximo, solo veinte o treinta personas en la cúpula del Partido-Estado, mientras que en el capitalismo son cientos o miles de personas los que tienen verdadero interés: los capitalistas. Esta comparación no es mía, sino de los liberales, en particular, del escritor cubano ya desaparecido, Carlos Alberto Montaner.
Si el capitalismo tiene una contradicción intrínseca entre capitalistas y asalariados, en estos regímenes de centralismo monopolista de Estado hay dos, pues no solo existe la contradicción entre el verdadero dueño, o sea, el Estado, y los trabajadores, sino también la que se genera entre ese Estado y sus burócratas.
Sin embargo, llevando hasta sus últimas consecuencias la comparación de Montaner entre ese supuesto socialismo con solo veinte o treinta interesados en la productividad y los cientos o miles del capitalismo, podríamos preguntarnos: ¿Cómo será cuando ese interés productivo lo tengan millones, y no hubiera ni una ni dos contradicciones internas, sino ninguna?
Si el capitalismo tiene una contradicción intrínseca entre capitalistas y asalariados, en estos regímenes de centralismo monopolista de Estado hay dos
Pero… ¿sería posible una sociedad así?
Generalmente en una economía capitalista puede dividirse el resultado del valor total obtenido en cada ciclo productivo en tres partes:
— El capital productivo, que se emplea para asegurar todo lo que se necesita para el ciclo siguiente, como materia prima, salarios, desgastes de los instrumentos de trabajo, en el cual está incluido también el plusproducto que se reinvierte para ampliar el valor del siguiente ciclo.
— El capital lucrativo, la parte dedicada a cubrir todos los gastos particulares del capitalista.
— Y los impuestos, para el mantenimiento de las necesidades colectivas de toda la comunidad.
Como en una economía casi totalmente estatizada, no habría capitalistas, se supone que no existe el capital lucrativo, por lo que podríamos decir que el impuesto y ese capital lucrativo se funden en un solo destino, el Estado que presuntamente representa a toda la sociedad.
En los comienzos del proceso revolucionario se decía que los medios de producción pertenecían a los trabajadores y que la tierra era de quien la trabajaba, frases que poco a poco fueron sustituidas por otra: “propiedades de toda la sociedad”. ¿Quién representaba a esa sociedad? Pues el Estado. En la práctica lo que se hizo fue sustituir los monopolios por uno solo, y los latifundistas privados, por uno absoluto: ese Estado que concentró en sus manos el 70 por ciento de las tierras cultivables.
Pues bien, si los obreros eran los dueños de las fábricas, ese capital lucrativo que antes recibían los capitalistas, debió haberse repartido entre esos obreros que deberían tener también representantes en las administraciones, algo que puede aún implementarse en las empresas del Estado.
Si los campesinos deben ser los dueños de las tierras, no debe haber un monopolio que les obligue a vender al Estado al precio que ese Estado les impone, pues es insólito que un comprador se imponga por la fuerza a un vendedor para convertirse en cliente exclusivo o principal, y que además por la fuerza imponga el precio de la mercancía. Esto se llama trato leonino, y el resultado es la ausencia de un verdadero estímulo productivo. Aquí cabe la definición de monopolio dada por Martí: “El monopolio es un gigante implacable sentado a las puertas de todos los pobres”.
Si se reparten las tierras con garantía de que luego no van a ser expropiadas, y se les da libertad para vender sus productos a quienes decidan y a un precio convenido entre productor y comprador, si se les facilita aperos de labranza, semillas, abonos y todos los demás insumos, así como contar con transporte agropecuario para que los frutos no se pudran en los campos, los mercados se llenarán de frutas y vegetales, que por su número, tendrán un precio asequible, y no habrá plato en hogar alguno que permanezca vacío a la hora de las comidas.
Cuando se afirma que el país no cuenta con suficientes recursos para proveer a cada trabajador agropecuario de todos esos medios, debemos responderles de una vez por todas: “¡Mentira!”
Cuando se afirma que el país no cuenta con suficientes recursos para proveer a cada trabajador agropecuario de todos esos medios, debemos responderles de una vez por todas: “¡Mentira!” Porque menos del 3% del presupuesto nacional es lo que se destina a la agricultura, mientras más del 30% se dedica a un turismo cuyo fracaso es cada vez más evidente por el número descendente de visitantes. ¿Por qué? Porque el entorno de los hoteles de lujo, como oasis aislados en medio de un desierto, desmiente esa fantasía.
Toda práctica productiva autónoma, ya sean cuentapropistas, cooperativas independientes o grupos autogestionarios, donde nadie sea explotado por otros seres humanos ya sean capitalistas, burócratas estatales u otros trabajadores, es la tercera alternativa.
¿Cómo sería entonces Cuba con semejante modelo en no muchos años? Las consecuencias de esos beneficios no serían solo para los trabajadores, sino para toda la sociedad. Sin exagerar, el único problema que tendríamos los cubanos sería el de las olas migratorias, que en vez de cruzar el Río Bravo, intentarían cruzar el mar Caribe para llegar a la Isla.