“Plan pijama” y otras formas de desaparecer
Cuba y la noche
Los eufemismos de las destituciones en Cuba
Madrid/El régimen cubano, tras más de seis décadas en el poder, ha desarrollado una enorme afición por el uso de eufemismos. Incluso para destituir a sus burócratas, son comunes los términos ambiguos y las frases encriptadas, como si cada movimiento de fichas, más que una maniobra de rutina partidista, fuera una adivinanza para “el enemigo”. Y cuando el poder se retiene por la fuerza, ese enemigo puede estar en todas partes, en las calles o dentro de sus propias filas.
También a los graduados de la Ñico López –Universidad del Partido Comunista (PCC)–, a veces les cuesta dar en el blanco cuando alguna nota oficial anuncia la “liberación” de un cuadro. Algunos especulan que hay diferencias sutiles en el lenguaje utilizado, que no significan lo mismo las palabras “tareas”, “cargos”, “responsabilidades” y “funciones”. Cada una podría esconder una causa y un efecto distintos, como si se tratara de un código secreto.
Es ahí cuando entran en juego los eufemismos paralelos usados en las colas del pan y las paradas de las guaguas. Si se trata de un cuadro que será promovido a un puesto más alto, en los barrios lo llaman “caer para arriba”. Si nunca más volveremos a ver su cara o a escuchar su nombre, lo han mandado al “plan pijama”. Si su destitución esconde la posibilidad de un error o una mínima sospecha de deslealtad: a ese “lo tronaron”.
Ahora el rayo destructor lo lleva Roberto Morales Ojeda, aunque no heredó el título oficial de “segundo secretario”
Durante los años 2011 a 2021, el encargado de “tronar” fue José Ramón Machado Ventura, número dos del Comité Central del PCC –después de Raúl Castro–. Ahora el rayo destructor lo lleva Roberto Morales Ojeda, aunque no heredó el título oficial de “segundo secretario”, que Machado pretende conservar de forma simbólica y vitalicia. Las jerarquías reales del poder en Cuba son hoy un rompecabezas indescifrable.
Desde su cargo como jefe de Organización y Política de Cuadros, Morales se encarga de jalar orejas, ofrecer ascensos y cortar cabezas, pero algunas decisiones son tomadas mucho más arriba de su techo.
El 2024 fue su año de gloria. Movió sus fichas en al menos siete provincias, sustituyó a tres ministros y barrió con dos viceprimeros ministros. Calvo y discreto como su predecesor, Morales pasa la cuchilla silenciosa y oportunamente. Si hay algún escándalo a la vista, el cuadro en cuestión debe mantenerse en su puesto a toda costa. Nada de “darle armas al enemigo” o complacer a la plebe insatisfecha. Luego, cuando las aguas se calmen y nadie lo espere, llegará el momento de ajustar cuentas. El mejor ejemplo es, quizás, Alpidio Alonso –ministro de Cultura–, quien ha sobrevivido en el cargo con el viento en contra y sin ningún resultado favorable. Deben de esperar a que ningún periódico independiente lo mencione, para entonces “liberarlo” de sus responsabilidades.
Se necesita ser absolutamente inexpresivo, reprimir cualquier aspiración de ocupar el primer puesto y evitar a toda costa resaltar
El encargado de tronar debe cumplir con algunos requisitos básicos. Se necesita ser absolutamente inexpresivo, reprimir cualquier aspiración de ocupar el primer puesto y evitar a toda costa resaltar. El carisma es un residuo de la era de Fidel Castro, exterminado hábilmente por su hermano menor. Raúl se encargó de aniquilar a aquella generación de polluelos gritones que despuntaron durante la Batalla de Ideas y las Tribunas Abiertas. Ahora es el momento de los pupilos de Machado: cincuentones disciplinados, preferiblemente mediocres y sin ninguna habilidad para la oratoria.
Algunos de los cuadros removidos en 2024 fueron recolocados en otras provincias o en la estructura superior del Comité Central. Pero no todos. Luis Antonio Torres Iríbar –ex primer secretario del PCC en La Habana– fue “liberado” en abril con la novedad semántica de una “renovación”, algo que no se usó en otros relevos provinciales. Aunque mantiene actividad en Facebook y X, su agenda está en punto muerto: solo comparte publicaciones institucionales, y no figura en sus perfiles ningún nuevo cargo.
La frase “liberar por renovación” también se empleó en los casos de dos ministros destituidos: Elba Rosa Pérez Montoya –Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente–, y Manuel Santiago Sobrino Martínez –Industria Alimentaria–. La primera no tiene perfil en X. El segundo sí, pero no publica nada desde 2022. Ningún medio oficial ha vuelto a mencionarlos. Los periodistas del aparato estatal aprenden pronto a no escarbar sobre el nombre de ningún cuadro liberado.
“Incurrió en errores en el desempeño de sus funciones”
Al que sí vimos hace unas semanas fue a Jorge Luis Perdomo Di-Lella, ex viceprimer ministro. Apareció durante dos segundos en el Noticiero del Mediodía, en un reportaje sobre un homenaje a Fidel Castro, donde también estaban presentes la viuda y algunos hijos del barbudo difunto. La nota oficial de la destitución de Perdomo utilizaba la expresión “demover del cargo”, y se le añadió algo peor: “incurrió en errores en el desempeño de sus funciones”.
Sin embargo, la guinda del pastel de los últimos años, es el ex viceprimer ministro y ministro de Economía y Planificación, Alejandro Gil Fernández. El 2 de febrero de 2024 se anunció su “liberación”, aunque la nota afirmaba que, a todos los “compañeros” liberados se les reconocía su “esfuerzo y consagración en el desempeño de tan altas responsabilidades”.
La pregunta del millón es si Díaz-Canel sabía o no lo que estaba detrás de la destitución de Gil
En la madrugada del día 4, desde su perfil en Facebook, el presidente Díaz-Canel le enviaba un “abrazo agradecido” e incluso lanzaba una promesa: “tareas tendrán”. El día 6, le mandaba otro abrazo más a Gil por su cumpleaños. Un mes después, ya se le acusaba oficialmente de “graves errores”, así como de “corrupción, simulación e insensibilidad”. No hemos vuelto a saber nada de Gil, salvo una filtración de su supuesta ficha judicial que circuló en las redes sociales en abril de este año –con datos que no se corresponden con la realidad–.
La pregunta del millón es si Díaz-Canel sabía o no lo que estaba detrás de la destitución de Gil. Porque, si no estaba al tanto, quedó como un idiota sin poder real alguno, derrochando abrazos, felicitaciones y despistes. Pero si estaba informado de todo el proceso, entonces es un hipócrita que tiene muy bien ganado su infame apodo.
Cualquier burócrata que hoy ocupe un puesto de responsabilidad en Cuba debería evitar confundir las palabras “cargo” y “poder”. En todo régimen cerrado existe una mano no tan visible que decide quién cae y cuándo truena. El resto es desechable.