El producto nacional

Las décimas de esta semana hablan de la represión y el olvido impuestos en Cuba

Rescatistas y policías ante el edificio que se derrumbó parcialmente, en La Habana Vieja. (EFE/Felipe Borrego)
Rescatistas y policías ante el edificio que se derrumbó parcialmente, en La Habana Vieja. (EFE/Felipe Borrego)
Alexis Romay

11 de noviembre 2022 - 16:59

Nueva Jersey/El producto nacional

más famoso y refinado

es ese terror de Estado

que implementó el General

que se adueñó del central,

de la banca y del Partido

y vive comprometido

con esa idea macabra

de reprimir la palabra

e implementar el olvido.

El producto nacional

que más odia la nación

es, claro, la represión

en nombre de un ideal

que hizo de la Isla un pañal

maloliente y empapado

y que al pueblo ha condenado

al exilio o la censura.

Cuba es una dictadura.

Cuba es un terror de Estado.

El producto nacional

de recorrido más largo

es culpar siempre al Embargo,

¡culparlo de todo mal!

Si en la bodega no hay sal,

si hay un bache en la avenida,

si hay escasez de comida,

si no hay respuesta a un misterio,

se culpa siempre al “Imperio”,

a la entrada y la salida.

El producto nacional

más notable es la tristeza

que produce la certeza

de que el régimen brutal

y su cúpula infernal

insisten en aplicar

la represión ejemplar

contra un país tan cansado

de tanto terror de Estado

de la junta militar.

El producto nacional

más rentable a ese gobierno

que ha reinventado el infierno

en su versión terrenal

a imagen del General

es —se sabe— el victimismo

y proseguir con su mismo

discurso tan repetido,

mientras Raúl y el Partido

vacilan el comunismo.

El producto nacional

que oscurece a la nación

es el eterno apagón,

es la estulticia viral,

es el culto al General,

es el grito "¡Soy Fidel!",

es también Díaz Canel,

es un único Partido,

es un Estado fallido

y un barco sin timonel.

El producto nacional

que amarga los corazones

es ver cómo los balcones

en la misma capital

o en cualquier zona rural

se derrumban, y aplastados

—inconclusos, mutilados—

quedan por siempre los sueños

de once millones de isleños

y millones de exiliados.

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