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La cruzada de los niños

Naufragios

El régimen hace marchar a los pioneros por sus causas; la oposición debe desterrar esa práctica

Díaz-Canel celebra encuentros frecuentes con niños de distintas edades para que apoyen al régimen. / Presidencia de Cuba
Xavier Carbonell

04 de mayo 2025 - 07:23

Salamanca/Dejen que los niños se acerquen a la política, y no se lo impidan, porque de ellos es el Reino de lo Posible. Al fin y al cabo, mejor la política que un kalashnikov –como los que empuñan los retoñitos de Hamás o los pichoncitos de cualquier milicia africana–, y mejor el kalashnikov que la inconciencia imperialista. Que amen al Comandante como a sí mismos, que santifiquen la semana de Girón, que desfilen, que marchen, que gasten zapatos. Por la Revolución, papás, mamás, por la Revolución lo que sea.

Escribo este artículo en plena efusión de asombro. Este martes, cámara en mano, Nelva Ortega –esposa de un freshly caught José Daniel Ferrer– mostró cómo una horda pioneril desfilaba frente a su casa, que es también la sede de un partido, la Unión Patriótica de Cuba. Los alegres renacuajos gritaban “¡Fidel, Fidel!”, sacratísimo nombre que se reserva para los más nobles exorcismos de la patria.

Catón quería eliminar a Cartago; el Partido Comunista, no conforme con llevarse a Ferrer en el plano físico, practica el acto de repudio como profilaxis espiritual. Barrenderos del alma, nuestros pioneros le dieron la vuelta a la casa, miraron a la cámara, levantaron los retratos de los mártires –¿era ese cuadro maltratado Jesús Menéndez?– y casi saludaron con cariño a Nelva. ¿Habría algún despistado gritando “¡Ferrer, Ferrer!”?

El Partido Comunista, no conforme con llevarse a Ferrer en el plano físico, practica el acto de repudio como profilaxis espiritual

“No saben, son niños”, dice la mujer, y dice bien. Pero las guaricandillas del pre sí saben; las maestras saben; los papás y mamás con sus bebés a cuestas saben. El flautista de Hamelín siempre sabe. Con un pase mágico, Beatriz Johnson –que ya no sabe qué hacer para que le den un cargo en La Habana– nos ha transportado al año 1212. ¿No es la Revolución, siempre en reversa, la mejor máquina del tiempo?

Estamos, queridos pioneros, en plena cruzada de los niños. Esto ya pasó en el siglo XIII, no sé si en el siglo XIII histórico o en el ficticio, pero lo cierto es que pasó. Un grupo de niños, o jovencitos –o bandoleros con alma inocente–, deciden peregrinar a Jerusalén. Acaban mal, destripados por los ladrones o hundidos en el Mediterráneo. A la larga, el suceso se convierte en tema literario y no hay escritor, desde Vargas Llosa hasta Brecht, que no le haya dedicado al menos un cuento.

Nuestra cruzada criolla empezó en 1959. Este gran showman que fue Fidel Castro, a quien debieron nombrar director artístico de Tropicana para ahorrarnos décadas de histeria, comprendió que no hay Revolución sin niños. Quizás lo aprendió, como todo, entre los jesuitas. Esos niños mártires que morían gritando “¡Viva Cristo Rey!”, ¿no podrían cambiar a Jesús por un “¡Viva Fidel!”? Lo logró con aquel pobre muchacho, Eduardo García Delgado, cuyo lavado de cerebro fue tal que se dice que escribió el nombre del caudillo con su sangre. 

La obra maestra, el gran aporte de Castro a la cruzada de los niños fue el caso de Elián González

La obra maestra, el gran aporte de Castro a la cruzada de los niños fue el caso de Elián González. ¿Para qué explicarlo? Elián, pese a sus modales de orangután domesticado, comprendió bien el carácter militante de aquel reality que protagonizó su familia. Se hizo camilito y luego diputado. Aprendan, pioneros: he aquí al caballero ideal en la gran cruzada de la Revolución.

Pero cuidado. En este pequeño curso por encuentros que he pasado sobre la cruzada de los niños puedo ofrecer un descubrimiento. Es verdad que la Revolución mete a los párvulos en su fanguero –ahí tenemos al Canel, que organiza reuniones pioneriles cada vez que puede–, pero también se puede hacer política con los niños fuera de la Revolución.

Jugar a los espadachines o a los soldaditos con tu hijo, enseñarle que tu bando pelea por una causa justa y que el otro lo hace por maldad, es una lección moral; hacerte grabar mientras juegas con él, para que todo el mundo lo vea, es política. Donar dinero para que un niño se alimente o reciba un tratamiento es tener ética, hacer caridad; pregonar la ayuda y darle al caso un enfoque contra lo que sea, es política. Los valores se inculcan en la casa, a lo cortico, en la intimidad –de hombre a hombre, dirían los abuelos, pero me temo que la corrección política ya no lo vería con buenos ojos– no en una transmisión en vivo junto a tus hijos.

Lo único sensato que ha escrito en su vida Arleen Rodríguez es esta línea: “Qué triste la historia del pequeño Damir Ortiz, que de algún modo nos recuerda los peores momentos del secuestro de Elián”. Sí, lo que se hizo con Damir en las dos orillas fue lo mismo que se hizo con Elián. El resultado dejó desolado a todo el mundo, incluso a los que no dimos un peso por la “causa”. En el fondo de todo, o en el doble fondo que nadie admite, estaba también la política.

Mientras el enjambre pioneril desfilaba por Altamira pensaba yo en todo esto. Y también me acordaba de Marcel Schwob y de su Cruzada de los niños. “Tengo miedo al ver a todos esos pequeños… me ha parecido que no tienen nombre”, escribió. “Son niños salvajes e ignorantes y vagan en pos de no se sabe qué”.

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